Carlos Peña advierte: «Los políticos de izquierda y de derecha en el último año y poco más han preferido la indignación y la rabia»

"La indignación no conduce al diálogo, sino que a la simple condena", sostiene Peña.

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Este domingo, el segundo y último día para votar en esta «megaelección» el abogado y columnista Carlos Peña analiza el momento político en que se desarrolla esta elección centrándose en un aspecto que ha marcado los últimos años en el país como es la intolerancia, la violencia y el populismo enarbolado por políticos (incluidos parlamentarios) de derecha e izquierda y que se resume en la siguiente reflexión: «Los problemas sociales se pueden enfrentar de dos formas típicas. Una, pensando cómo sería posible resolverlos (…) otra y otra vez cuán indignantes son esos problemas y en lugar de pensar qué habría que hacer para resolverlos, poner el acento en los bienes que habría que distribuir para que no existieran. El primer camino requiere conocimiento y paciencia; para el segundo, en cambio, bastan la indignación y la rabia, justificada o no. El problema es que los políticos de izquierda y de derecha en el último año y poco más han preferido el segundo camino. Ha contribuido a ello, sin duda, el hecho de que moralizar la vida (viendo siempre en los problemas sociales el efecto de una voluntad perversa y mezquina) es un acto relativamente simple desde el punto de vista intelectual y no admite matices. La actitud moralizadora es una tienda de baratijas donde solo se venden certezas. La moralización (que no es lo mismo que la deliberación moral, por supuesto) espanta la reflexión. Siempre acaba en la simple demanda de bienes que se presentan como incondicionales. Y entonces la simpleza que exonera de dialogar es el único resultado: o las demandas se satisfacen, y las sigue la aceptación, o se postergan, en cuyo caso no queda otro camino que la indignación» sostiene Peña.

A continuación el texto completo de Carlos Peña que tituló «Democracia y modestia»:

Dentro de las múltiples virtudes que son necesarias para la buena política -inteligencia clara, voluntad firme, disposición a sacrificar lo propio en los momentos difíciles-, hay una que es urgente, especialmente hoy por la noche a la hora de contar los votos.

La modestia.

De todos los regímenes políticos, la democracia es el único que reclama la modestia para funcionar bien. Al contrario de lo que se cree, la modestia en el político no es una virtud moral, sino intelectual. En las personas comunes y corrientes es una virtud moral, una de las varias modalidades de la sencillez y la sobriedad, y si falta, no ocurre demasiado; pero en el político es una virtud especialmente intelectual. El político inteligente no es ni el político preclaro, ni el ilustrado, ni el erudito, ni el lúcido, sino que el modesto. La modestia del político consiste en creer que el adversario, incluso el derrotado y especialmente el derrotado, podría después de todo tener razón y que, por eso, incluso en el momento en que se le ha derrotado, vale la pena dejar que se exprese y oírlo. En cambio, cuando el político cree haber abrazado la verdad, cuando en sus gestos refulge la convicción de que los otros están convictos del egoísmo o de la tontería, esa virtud intelectual se esfuma y la democracia entonces pierde algo de sus modales y de su dignidad.

Desgraciadamente, la elección que hoy culmina sorprende al país en un momento en el que esa actitud modesta que la democracia reclama parece haberse esfumado y ha sido sustituida por un conjunto de certezas -más o menos vulgares en algunos casos, más o menos elaboradas en otros- que desalojan rápidamente la duda que alimenta el diálogo.

¿A qué se deberá que esa virtud de la duda haya desaparecido?

Es probable que ello haya ocurrido por lo que podría denominarse una extrema moralización de la vida pública y de los problemas sociales.

Los problemas sociales se pueden enfrentar de dos formas típicas. Una, pensando cómo sería posible resolverlos, qué sería necesario hacer, qué esfuerzos habría que desplegar para superarlos; otra, subrayando una y otra vez cuán indignantes son esos problemas y en lugar de pensar qué habría que hacer para resolverlos, poner el acento en los bienes que habría que distribuir para que no existieran. En un caso los esfuerzos se encaminan a proponer soluciones atendiendo a los obstáculos que plantea el porfiado muro de la realidad; en el otro caso, en cambio, se subraya una y otra vez las demandas que, satisfechas, harían desaparecer el problema.

El primer camino requiere conocimiento y paciencia; para el segundo, en cambio, bastan la indignación y la rabia, justificada o no.

El problema es que los políticos de izquierda y de derecha en el último año y poco más han preferido el segundo camino. Ha contribuido a ello, sin duda, el hecho de que moralizar la vida (viendo siempre en los problemas sociales el efecto de una voluntad perversa y mezquina) es un acto relativamente simple desde el punto de vista intelectual y no admite matices. La actitud moralizadora es una tienda de baratijas donde solo se venden certezas. La moralización (que no es lo mismo que la deliberación moral, por supuesto) espanta la reflexión. Siempre acaba en la simple demanda de bienes que se presentan como incondicionales. Y entonces la simpleza que exonera de dialogar es el único resultado: o las demandas se satisfacen, y las sigue la aceptación, o se postergan, en cuyo caso no queda otro camino que la indignación.

Y este último camino ha predominado el último año en Chile.

Pero ocurre que la indignación no conduce al diálogo, sino que a la simple condena.

Y eso es lo que ha ocurrido en los meses previos a esta elección: el país ha estado anegado de una actitud moralizadora y de condena que ha acabado, o arriesga haber acabado, con esa virtud intelectual que el político de veras ha de ejercitar una y otra vez, y que consiste en dejarse asaltar -en el momento del triunfo, y especialmente en el momento del triunfo- por una duda: ¿Y si el derrotado hubiera tenido, después de todo, algo de razón?, ¿y si las cosas no tenían la simpleza moral con que yo, triunfador relativo, las presenté?

Es de esperar que ese tipo de preguntas aparezcan luego de la elección y que, superada la campaña, los hasta ahora candidatos decidan levantar la tienda donde ofrecieron certidumbres y baratijas, y se pongan de una vez por todas a pensar en serio.

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