Casi en ningún país del mundo, las tasas de ganancias de la gran banca y las corporaciones transnacionales, son tan altas como en Chile.
Esto implica que la reinversión de capital que hacen estas familias y corporaciones, mayoritariamente fuera del país, es inmenso. Es un hecho objetivo que la economía real del país, por sobre el 75%, está bajo la propiedad de familias y de consorcios privados, muchos extranjeros.
Hay una sinergia completa, entre estas realidades, y el modelo económico que opera en Chile desde el golpe de 1973, en adelante. Con cambios, sí, pero ninguno sustantivo.
Porque, en rigor, su estructura y asentamiento escencial, en variables macro y microeconómicas, más bien se ha profundizado; se ha extendido; y se ha ido anquilosando.
Chile tiene una total precariedad en las políticas públicas que se relacionan directamente con la pervivencia ciudadana. Y es crónico.
Y si hay que hacer una relación comparativa, hasta ahora, en Argentina, Milei no ha llegado todavía tan lejos como se ha llegado en Chile para impulsar sin ninguna limitación las recetas del FMI, que adoptaron formas concretas de “política económica” desde 1973, hasta el 2024. Considerando que en Argentina todos los intentos anteriores del FMI y las elites trasandinas, fracasaron estrepitosamente porque desplomaron la economía y generaron miserias sociales profundas.
El correlato de esta situación, es un país cuya ciudadanía pervive con profundas desigualdades; carencias esenciales (salud; educación; vivienda; salarios bajos, especialmente de mujeres; precarización galopante; inseguridad creciente), y que si bien tienen mejorías temporales, en definitiva lo que perdura es la fragmentación y la desigualdad.
Bien. Sólo consideremos estas variables de 1990 en adelante: Ningún estudio realmente objetivo, muestra que Chile haya logrado una economía cuyo crecimiento genera desarrollo sostenible y permanente de la ciudadanía, considerando indicadores universales a escala humana. Ninguno.
Es hasta odioso intentar relativizar esta realidad, imponiendo una comparación de Chile con otras naciones que estarían peor. Porque desde 1990, hasta hoy mismo, se ha usado el mismo recurso, incluso argumentando que se salía de una dictadura terrorista atroz, que impuso esta forma de dominación económica.
De 1990 hasta el 2024, van ya varias décadas. Y varias generaciones de chilenas y chilenos. La mochila es cada vez más pesada.
Ciertamente que estas realidades inciden en los comportamientos electorales de una ciudadanía que, según estudios del PNUD desde 1996 en adelante, incrementa su volativilidad en forma absoluta. En actitudes y conductas electorales.
Las recientes elecciones municipales, con voto obligatorio, donde se batió un récord histórico de personas que votaron, ratificó con creces esta tendencia.
Datos de esta volativilidad: Casi el 30% de las personas que votaron por Beatriz Sánchez, en primera vuelta, lo hizo por Piñera en segunda, no por Guillier. Casi el 70% de quienes votaron por Parisi, en primera vuelta, lo hicieron por Boric en segunda.
En todas partes del mundo, el surgimiento de nuevos sectores de derecha, y sus triunfos electorales, están directamente asociados a descontentos socio-económicos de expresiones populares. Argentina no es una excepción, y Chile tampoco.
Pero hay situaciones que muestran lo contrario: México. Con creces, evidencia que las políticas públicas son determinantes para aliviar mochilas que los pueblos llevan cargando por décadas y décadas.
Juan Andrés Lagos es periodista y analista; encargado de relaciones políticas del Partido Comunista de Chile.