Argentina fue vanguardia en Sudamérica con los juicios a los comandantes de la última dictadura y generó una doctrina latinoamericana que, aunque no haya llevado a la cárcel a la mayoría de los militares de otros países, igual sirvió de escarmiento histórico e inviabilizó cualquier intento de golpe militar futuro en la región.
Ahora es Brasil el que se adelanta a todos los países latinoamericanos con el juicio a la corrupción de políticos y empresarios, creando una jurisprudencia aún más inmediata a nivel regional porque la misma empresa envuelta en el caso Lava Jato, Odebrecht, actuó en la mayoría de los países latinoamericanos y cada descubrimiento que se realiza en el juicio llevado en Brasil tiene repercusiones automáticas en los diferentes países.
De la misma forma en que hubo dictaduras militares simultáneamente en la mayoría de Sudamérica y un plan común de represión, el Plan Cóndor, la matriz de pago de sobornos por obra pública también ha sido común en casi toda Latinoamérica.
En su momento el fiscal Julio Strassera contra los ex represores y ahora el juez Sergio Moro contra los corruptos terminaron siendo los justicieros de un cambio de paradigma que elevó un escalón el nivel de institucionalidad de nuestros países.
Y tanto Argentina como Brasil pagaron y pagan un alto precio por asumir ese liderazgo moral, porque la conquista jurídica no está exenta de costos económicos: si Alfonsín se hubiera conformado sin un juicio a los comandantes de la dictadura, no habría tenido los tres levantamientos carapintadas que generaron inestabilidad, que junto con los paros generales y sus propios errores macroeconómicos derivaron en la hiperinflación. El mismo costo económico paga Brasil hoy por ser vanguardia en ética regional, comenzando por destruir una de las empresas más importantes de su país y una de sus pocas multinacionales, y generar una inestabilidad política que también es causa, entre otras cosas, de los tres años de recesión acumulados de Brasil, país que vive su peor crisis económica en ochenta años, diferente pero comparable con la de Argentina (la hiperinflación e hiperdevaluación de 1989, también la peor crisis económica hasta entonces).
Menos costoso sería esconder la basura bajo la alfombra, pero los países que se atreven a levantar la vara de sus instituciones construyen futuro aunque paguen su costo en el presente. Es lo opuesto al populismo, que consume futuro en el presente.
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