Aún cuando el cambio a horario de invierno que se llevará a cabo este 1 de abril nos lleva a uno más compatible con nuestro reloj circadiano, el volver a horario de verano en septiembre es lo que los especialistas llaman a evitar. Sensación de fatiga, dificultades para levantarse, episodios de ansiedad, irritabilidad, además de menor productividad son algunos de los efectos asociados al insistir en cambiar el horario de invierno a verano.
En algunas semanas nos enfrentaremos al siempre comentado cambio de hora, activándose en estos días el debate en torno a si es conveniente y cómo impacta a nuestro organismo. Para Luis Larrondo, Dr. en biología celular y molecular de la Universidad Católica de Chile y director del Instituto Milenio de Biología Integrativa – iBio, el análisis es simple y responde a décadas de estudios moleculares conductuales, estadísticos y clínicos: “Lo recomendable es mantener un solo horario de manera constante todo el año, priorizando que a la hora que despertamos haya la mayor cantidad de luz posible. Esto se quedarnos permanentemente con el horario de invierno (GMT-4)”.
La principal razón detrás de este argumento es evitar exponer el organismo a cambios fisiológicos dos veces al año, siendo mucho más drástico el que se experimenta en septiembre cuando pasamos al llamado horario de verano. Para los expertos, el cambio que tendrá lugar en un par de semanas “apunta a transitar a un horario más acorde a nuestra ubicación geográfica, lo cual beneficia al cuerpo, especialmente por el hecho de despertar con un poco de luz. Aún así se puede experimentar algunas dificultades menores los primeros días mientras nuestro cuerpo se reajusta al nuevo horario”, advierte Larrondo.
Sin perjuicio de lo anterior, lo más complejo ocurre en septiembre cuando se pasa al horario de verano, pues significa volver a pedirle a nuestro cuerpo despertar cuando aún el reloj biológico no lo dicta, vale decir en coincidencia con la salida del sol, sobretodo durante las primeras semanas posterior al cambio. El experto advierte que en ese caso las consecuencias pueden ser mayores, “y se ha comprobado que conlleva mayor riesgo de accidentes vasculares, incremento de accidentes de tránsito, menor rendimiento laboral y escolar, entre otros efectos”. Esto se puede sumar a sensación de fatiga, dificultades para levantarse, episodios de ansiedad, irritabilidad y potencialmente, efectos en la salud debido a que el reloj biológico se desincroniza con el reloj social.
Si bien estas modificaciones afectan a todos los grupos etáreos, lo cierto es que los más jóvenes y aquellos que se acuestan más tarde, catalogados como “búhos” son los que más sufren las repercusiones. Para ello, hay algunas recomendaciones que se pueden tener en cuenta, como “levantarse con la mayor cantidad de luz natural posible, dejando siempre cortinas abiertas, puede incluso llevarnos a prescindir del despertador y comenzar el día con mejor humor y más energía. Asimismo, evitar las pantallas electrónicas por las noches, ya que el exceso de luz desde estas le envía un mensaje a nuestro reloj biológico que aún no nos durmamos, lo que a su vez retrasa a inducción del sueño y luego la hora despertar”, asegura el director del Instituto Milenio de Biología Integrativa – iBio, agregando que “lo que se está promoviendo en la comunidad científica internacional de “relojeros” (el nombre científico es cronobiólogos) es tratar de mantener un solo huso horario todo el año, y esos serían los que se usan en invierno o también llamado estándar”.