lunes, noviembre 25, 2024

El decantamiento, hacia una política de principios

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La representante de Guaidó en Chile, Guarequena Gutiérrez, insiste que su causa va más allá de los intereses e ideologías de izquierda y de derecha. Que su motivación esencial es la defensa de los derechos humanos en Venezuela. Meditamos: si fuera tan obvia esa neutralidad ¿por qué subrayarla? Y la respuesta, por veraz, es muy sencilla: no existe esa proclamada independencia.

Las filtraciones de la amonestación hecha por Mike Pence, vicepresidente de Estados Unidos, a Juan Guaidó en Bogotá tras el fracaso del 23f, son la evidencia más palpable del fuerte alineamiento del líder opositor con la derecha más extrema del continente. Pence le reprochó no haber conseguido la división de las fuerzas armadas, como prometió hacerlo, en circunstancias que Estados Unidos sí había cumplido con su parte al ordenar el respaldo de 50 países. Le dijo que su base de apoyo social había perdido implantación y protagonismo, mientras que el apoyo al régimen chavista se había fortalecido, como se pudo advertir en la jornada decisiva. El mismo Pence debió soportar a los representantes del Grupo de Lima decirle en su cara que no estaban disponibles para legitimar el uso de la fuerza, en referencia indirecta a la petición de intervención armada inmediata hecha por Guaidó el día antes. Incluso Pence, resignado y corrigiendo a Guaidó, planteó que en lo sucesivo solo se incrementaría la presión política y diplomática sobre Maduro.

Todo el debate que siguió el martes en el Consejo de Seguridad con sede en Nueva York, el miércoles en el Consejo de Derechos Humanos en Ginebra, y, nuevamente, el jueves en el Consejo de Seguridad con ocasión de la votación de los textos de acuerdo de Estados Unidos y Rusia, no hicieron más que revelar con asombrosa transparencia la brutalidad de la fallida operación.

Una a una fueron quedando al descubierto las violaciones a la Carta de Naciones Unidas, al derecho internacional, al derecho humanitario y a las convenciones sobre asistencia humanitaria. Uno a uno, se fueron esfumando los propósitos altruistas de libertad, democracia y derechos humanos.

Hasta los partidos políticos que habían prestado legitimidad al monitor de la temeraria agresión externa, sin mediar un mea culpa por su participación en la generación de las condiciones para el golpe de Estado, echaron pie atrás cuando aquilataron el descalabro.

La mesa de la Democracia Cristiana había reconocido el 23 de enero a Juan Guaidó Márquez como presidente encargado, pero después, contemplativa y silenciosa, se había limitado a observar cómo escalaba la intervención de Estados Unidos en Venezuela hasta que, producido el desenlace, irrumpió el 26 de febrero con otra declaración de seis párrafos cuya mayor densidad consistió en llamar siete veces dictador a Maduro al modo wasap, y plegarse a la realzada postura pacifista del Grupo de Lima.

Las excepciones que vinieron a encomiar un pasado de respeto a los principios de política internacional, estuvieron dadas por las apariciones públicas del exministro Mariano Fernández y de la vicepresidenta de la colectividad Cecilia Valdés. Recordemos que fue el presidente Eduardo Frei Montalva quien el año 1965 —junto a los jefes de Estado de Ecuador, México, Perú y Uruguay― condenó la invasión de Estados Unidos a República Dominicana, cuando el secretario general de la OEA era también un uruguayo, José Antonio Mora. Era el tiempo en que la política internacional democratacristiana cobraba brillo con figuras de la jerarquía del canciller Gabriel Valdés Subercaseaux y del embajador en Washington, Radomiro Tomic.

Un mes antes, Heraldo Muñoz, timonel del PPD, hablaba de Guaidó como un presidente simbólico. «Es un reconocimiento simbólico; no resuelve el asunto», decía entonces. Y cuando Piñera anunció el nacimiento de Prosur en reemplazo de Unasur, señalaba que no compartía la creación de la nueva organización de signo ideológico conservador. El ex canciller de Bachelet asumía, de este modo, una postura coherente con la declaración de principios del PPD sancionada en 2012, donde dice compartir el desafío de un orden internacional fundado en el respeto a los tratados y convenios internacionales libremente pactados, y hacer propios los conceptos de respeto a los derechos humanos y a la libre determinación de los pueblos.

Hoy el aspirante presidencial piensa todo lo contrario. Exige que se reconozca a Guaidó como jefe de Estado, mientras objeta la autoridad de los mandatarios de Bolivia, Surinam y, evidentemente, de Venezuela, como miembros de Prosur. Es un hecho que Guaidó y Gutiérrez, la representante reconocida por el PPD, siguen detentando una figuración puramente alegórica, mientras Muñoz, mirando hacia otro lado, exhorta: «le debemos una excusa al país por la ausencia y dispersión opositora».

Se ha sostenido que con Piñera/Ampuero, en uno de los peores errores de la gestión gubernamental, se produce una fractura de la política exterior de Chile que distancia al gobierno de la oposición. Pero, probablemente, dicha fisura, cual falla geológica, se extienda a toda la centroizquierda, y pase por el centro de los actuales partidos y formaciones, generando un nuevo relieve en nuestra geografía política.

En Chile, pese a la banalidad ambiente descrita por Jorge Alís en Viña, hay una opinión pública sensata que la clase política no tiene derecho a zaherir. Las actuaciones estivales han pasado los límites con mentiras, tergiversaciones, distorsiones y construcciones fantasiosas acerca de hechos que, sin embargo, son objetivos y mensurables.

Principios de política que dan fundamento al diálogo democrático por ser referentes comunes para todo hablante, han sido omitidos e ignorados. La noción de soberanía nacional, relativizada hasta el paroxismo por la discrecionalidad verbal y operativa de Estados Unidos, que dispone sin reservas de lo que no es suyo. El derecho internacional, burlado sin miramientos bajo el falso concepto/pretexto de presidente encargado asumido por naciones europeas otrora cautelosas con cada uno de sus movimientos. Qué decir del engaño público en torno a un cargamento enviado a Colombia, destinado a Venezuela, pero que nunca llegó a destino, y la pretensión de mostrarlo como ayuda humanitaria.

En la era de la globalización, la política exterior es más que nunca política interior. Lo que hacemos hacia afuera tiene repercusiones hacia adentro. Y es claro que los chilenos no miramos el mundo de la misma manera ni pensamos lo mismo sobre cuestiones cruciales. Es bueno que así sea para bien de la regeneración de la política.

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