lunes, diciembre 23, 2024

Peña pide a la Iglesia Católica abandonar las excusas “pueriles” y reflexionar sobre las causas de abusos sexuales

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Un fuerte llamado a la Iglesia Católica a que asuman la responsabilidad por los casos de abusos sexuales cometidos por religiosos hizo el rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña, pidiendo a quienes la dirigen a abandonar las excusas “pueriles y tontas” y dar paso a una reflexión sobre las causas.

Desde Karadima (antes fue el padre Tato) a Cristián Precht, la situación solo puede ser descrita como una avalancha, una seguidilla ruidosa e imparable de abusos. A su paso, el prestigio de la Iglesia se ha visto más que maltrecho, reducido a poco o casi nada. Y su influencia en la esfera pública principia a ser sustituida por su presencia en las páginas de escándalos y las dedicadas al Ministerio Público y los tribunales”, explica el académico.

Sin embargo, se pregunta respecto a “¿qué pudo pasar para que la Iglesia Católica, cuya praxis, especialmente a contar de los sesenta del siglo pasado y para qué decir durante la dictadura, se apegó al destino de los pobres y los perseguidos, de pronto se revelara como un lugar en el que abusadores y perversos parecían hallar un sitio seguro para desenvolver su conducta?”.

En ese tema, Peña explica en su columna en El Mercurio que “sería tonto atribuir todo esto a los actos individuales, a las demasías de algunos sacerdotes, a la conducta torcida de dos, tres o diez pastores. Cuando una conducta se repite (enseñan desde Hegel a Freud) ha de haber algo subyacente que la produce”.

En ese sentido, Peña insiste en que “lo que ha faltado en estos días aciagos para la Iglesia es una reflexión sobre ese aspecto de sí misma que se reproduce, con rara y espeluznante fidelidad, en prácticamente todos los rincones. Basta volver la vista a la Iglesia de cualquier país -Irlanda, Boston en los Estados Unidos, Chile- para intuir que en la Iglesia Católica, en su estructura, en sus ritos, en sus prácticas, en la fe ciega que exigen de los creyentes (obligados, a diferencia de lo que ocurre en el protestantismo, a la mediación del sacerdocio) ha de haber algo que favorece esas conductas que hoy la ensucian y la desprestigian”.

Peña asegura que por desgracias, entre los creyentes y los sacerdotes, en sus teólogos e intelectuales, “no se observa ninguna reflexión tendiente a dilucidar ese fenómeno. En cambio, abundan en la Iglesia las excusas pueriles y tontas, como la apelación al pecado que todos los seres humanos compartirían, la solicitud frecuente de perdón (algo que recuerda lo que casi todas las víctimas han declarado: luego de los abusos se les enviaba a confesar los actos y pedir la absolución) o el humilde reconocimiento (esa es la fórmula más repetida) de los abusos cometidos”.

Una de las formas más frecuentes de encarar este problema (el cardenal Medina la ha ensayado un par de veces) es servirse de la doble dimensión de la Iglesia para explicarlo y justificarlo todo. Como ella, para los creyentes, sería a la vez un misterio (el Cuerpo de Cristo, un acontecimiento que irrumpe) y un sujeto histórico, divina y humana al mismo tiempo, cada vez que en medio del sujeto histórico se cometen delitos (Karadima, Cura Tato, los curas de los Maristas) o se sospecha de su comisión (Precht, Miguel Ortega), se esgrime la condición de misterio para justificarlos. Si la Iglesia es divina, se arguye, ¿cómo podrían los seres humanos entender lo que ocurre en su interior? Se trata de una vieja argucia argumental que se resume bien en la frase (de tintes hegelianos) según la cual Dios escribe con letra torcida”, señala.

Por tal motivo, el rector de la UDP se pregunta su no será la hora de que los intelectuales católicos y los miembros de la Iglesia abandonen esa “puerilidad y recuerden que el deber del creyente ilustrado es reflexionar racionalmente sobre la praxis eclesial a la luz de la fe. Porque lo que ha ocurrido con la Iglesia no es propiamente un efecto de la secularización de la sociedad chilena ni, tampoco, el resultado de una ciudadanía descreída”.

Sin embargo, el docente menciona que lo que ha ocurrido al interior de la Iglesia Católica es fruto de la praxis eclesial, puesto que una cierta “sociologización de la doctrina que comenzó a producirse en los sesenta, y que tantos beneficios sociales produjo, debilitó su carácter de institución total, separada en algún sentido del mundo (lo que se manifestaba tradicionalmente en las técnicas de control del cuerpo y el deseo); tal vez la centralidad de la confesión (una prueba casi cotidiana de que la Iglesia castiga al hereje, pero no al pecador); quizá el hecho de que la Iglesia en dictadura fue una especie de equivalente funcional de las agrupaciones ideológicas propias de una sociedad abierta (algo que podría haber estimulado la pérdida de ascesis de sus miembros); o, en fin, otros rasgos más permanentes, como acentuar al mismo tiempo el pecado y el perdón, la condena de la transgresión y a la vez la posibilidad de un nuevo comienzo (basta leer a Bataille para darse cuenta de cuán atractiva podría ser esa mezcla para sujetos como Karadima), o todas sumadas, sin descontar la lenidad de la jerarquía, podrían haber contribuido a esta verdadera epidemia que bajo las narices de la opinión pública, y de los creyentes, se estaba expandiendo”.

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