El rector de la Universidad Diego Portales y columnista, Carlos Peña, realiza una cátedra sobre el reproche que se le puede hacer a las inversiones realizadas por el PS en distintas empresas cuestionadas y afirma que hay una contradicción que se da por el hecho de condenar conflictos de interés ajenos y desatender los propios.
En su columna en El Mercurio, titulada “Capitalismo Socialista”, Peña hace la siguiente pregunta: “¿Se puede aspirar a sustituir el capitalismo y al mismo tiempo ejercerla y participar de él con entusiasmo y con éxito?”, cuya respuesta es “por supuesto”.
Posteriormente, el académico explica que el PS es “alérgico” al capitalismo, pero la noticia de sus inversiones lo pone en duda, indicando que “con sagacidad de rentista, y gran éxito a juzgar por el patrimonio que ha logrado acumular, posee acciones de las concesionarias, de SQM y en empresas brasileñas involucradas en sobornos”.
Peña saca a Marx para explicar esto y señala que “vivió a punta de sablazos y escribió “El Capital” a expensas de la plusvalía que hacía suya un industrial, Engels, y en el Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política, de 1859, explicó que los seres humanos no eligen las condiciones materiales en que se desenvuelven su existencia, puesto que estas dependerían de factores involuntarios (como el desarrollo de las fuerzas productivas, entre otros”. Así, resulta inevitable participar de la circulación del capital (puesto que, en las condiciones actuales, esa es la forma en que se reproduce la vida) mientras al mismo tiempo se intenta cambiarlo”.
Y señala que “vivir en medio del capitalismo y reproducir la vida en base a sus reglas no se puede sostener que el capitalismo debe terminar. Lo que sí –y este es el problema del PS- debiera impedir que los partidarios de la supresión del capitalismo fustiguen moralmente a quienes creen en él y lo practican. Después de todo, no es la forma de vida de los partidarios del capitalismo lo que está en juego –porque, Marx dixit, eso es función de las condiciones materiales de la existencia, que no depende de ninguna voluntad en particular- sino simplemente su convicción de que sería mejor, o peor, cambiarlo”.
“El problema entonces no sería el “ánimo lucrativo de los capitalistas, pecado que comparten con entusiasmo y astucia el PS y sus parlamentarios, sino las condiciones objetivas en que se desenvuelve la vida: estas últimas serían el problema, y son ellas las que habría que discutir”, explica.
En todo caso, el rector de la UDP precisa que “los socialistas debieran explicar todavía dos asuntos: el primero, por qué mientras perseguían conflictos de interés de sus rivales, no fueron capaces de advertir los suyos; el segundo, por qué si la política se financia mediante la circulación capitalista, como lo ha venido haciendo el PS, esa misma forma de financiamiento no podría ocuparse para otro tipo de actividades humanas (como la salud, por ejemplo)”.
En ese sentido, señala que “no hay inconsistencia alguna en querer terminar el capitalismo y vivir en medio de él; pero hay una obvia contradicción que merece ser explicada entre condenar los conflictos de interés ajenos y desatender los propios; y sostener la política mediante la circulación capitalista, pero afirmar que otros bienes públicos, menos relevantes que la política, no debieran financiarse recurriendo a ella”.