El caso de un niño de siete años que se extravió en un bosque en Japón, después de que sus padres lo bajaran del auto y lo “abandonaran” por su mal comportamiento, puso en el tapete la pertinencia del castigo como método de enseñanza y los excesos que también cometen algunas familias.
Sin embargo, imponer límites es una necesidad. “Parte de las necesidades que todos tenemos, incluidos los niños, es tener límites. Estos nos protegen, nos cuidan, nos ayudan a convivir en armonía, nos dan estructura interna, claridad y espacios de movimiento. Además, son esenciales para el desarrollo moral. Los padres tienen el rol de ser referentes idóneos y sensatos acerca de cómo son las cosas en la vida: lo permitido o prohibido, lo que se puede o no se puede, lo que hace bien o lo que está mal, etc.”, plantea la docente de la Escuela de , Ximena Montero.
Por lo mismo, la psicóloga infanto-juvenil y miembro la Fundación Cuerpo y Energía en Chile, señala que hay momentos durante el desarrollo de los niños y niñas en que el tema de los límites se pone más en juego y los hijos se oponen, se resisten o necesitan hacer valer su voluntad como forma de desarrollar su identidad.
Haciendo referencia al libro ´Psicoterapia Corporal Vincular, Género Relaciones Terapéuticas y Educativas´ de Liliana Acero, Ximena Montero indica que un ejemplo de esto es ´la etapa del hacer´, donde los niños desarrollan sus capacidades de experimentación, autonomía y espacio. “En esta etapa de la edad preescolar es común la necesidad de los niños de oponerse, de querer hacerlo ‘yo solito’ o el hacer ‘pataletas’. Otro ejemplo es la etapa de la rebeldía en la adolescencia. Estas respuestas se consideran ‘normales’ en el crecimiento, pero si se intensifican o se mantienen en el tiempo, tomando ribetes que pueden dañar a los niños o su entorno, es necesario pedir ayuda para comprender lo que ocurre. Puede ser un síntoma del sufrimiento de los niños por algo que no estamos pudiendo percibir y que ellos no han podido poner en palabras que sean escuchadas”, advierte la especialista.
Más allá de estos periodos, Ximena Montero indica que para los padres y madres la crianza supone un ejercicio más o menos permanente de educar poniendo límites. “Muchas veces eso se hace en base a refuerzos que permiten que los niños comprendan que sus actos tienen buenas consecuencias para sí mismos y los otros. Y también en base a sanciones, que deberían ayudar a que tomen conciencia de lo que hicieron mal y aprendan cómo pueden reparar el daño generado. Esto supone para los padres reflexión personal y comunicación con sus hijos. Comprender qué le pasa a un hijo permite resolver mejor los conflictos y ser más atinados para, en caso que sea necesario, acordar una sanción”, precisa.
Claves para una sanción efectiva
Si bien el ejercicio de la paternidad es único, basado en la relación con los hijos, el conocimiento, la comprensión, la comunicación y la reflexión crítica, la docente de la Escuela de Psicología de la Universidad del Pacífico entrega algunas sugerencias básicas a la hora de acordar o imponer un castigo, de modo que la sanción resulte educativa:
- Nunca debe ser humillante, dañar la autoestima o el bienestar de los niños. Nunca debe ser físico, como golpes, tirones de pelo u orejas. Debe tener la intención de que puedan aprender y comprender las consecuencias de sus actos en ellos mismos y en los otros.
- Considerar la edad y capacidad de los niños. No se le puede pedir lo mismo a un niño de 3 años que a uno de 9.
- “Rayar la cancha” con anticipación y acordar con los niños las consecuencias negativas de trasgredir los acuerdos o normas. De este modo se ayuda a desarrollar la reflexión, la comprensión y la responsabilidad.
- Es importante que la sanción tenga relación con la conducta concreta. Por ejemplo, si le pega a otro niño y no quiere compartir su pelota, se le ayuda a pedir disculpas y aprender a compartir; si no se toma la sopa, no come la galleta de postre.
- El castigo debe ser coherente con la falta y contingente a la conducta. Es decir, que guarde proporción con la falta y que se sancione sin dejar pasar mucho tiempo, para que el niño lo relacione con la acción.
- Evitar las amenazas. La sanción impuesta debe aplicarse y no dejar que se convierta en una amenaza que nunca se cumple.
- Recordar que dar o quitar un objeto o actividad preciada por el niño, no necesariamente es lo más relevante. Lo que los niños quieren es mantener o no perder el amor, reconocimiento y respaldo de sus padres o cuidadores. Esto nos ayuda a pensar, sentir y actuar con comprensión, calma y amor. Con la conciencia de ese amor, podemos comprender que los niños están aprendiendo, que necesitan nuestra guía, que tienen derecho a errar y sentir rabia, y que muchas cosas las hacen porque aún no han desarrollado elementos como la posibilidad de auto controlar o canalizar su ira, incorporar hábitos y normas sociales, o tolerar la frustración de lo que desean.