Este domingo Carlos Peña analiza la debacle que sacuda a los que fueran los «niños pródigos» de la política chilena y que ahora son los «niños mañosos». Peña recurre a Freud para entender las pataletas y renuncias de parlamentarios a Revolución Democrática señalando que: «Ellos parecen creer que basta mirarse a sí mismo, escudriñar en su interior, para que los problemas se desvanezcan, como si la realidad no estuviera allá afuera donde la gente en general la busca, sino dentro suyo». «A veces se cree (y es probable que los miembros de Revolución Democrática lo crean sinceramente) que el ejercicio autocrítico es una forma de desprenderse del yo y de cualquier dogmatismo. Desgraciadamente no es así, puesto que no hay peor dogmatismo que el dogmatismo del propio yo».

A continuación el análisis completo de Carlos Peña:

La renuncia de un par de diputados, Pablo Vidal y Natalia Castillo, a Revolución Democrática revela, como si fuera un síntoma, el problema que aqueja a ese partido: un narcisismo primario.

En el narcisismo que Freud llamó primario, el niño, ayudado por pensamientos omnipotentes, dirige su libido hacia sí mismo antes de fijarla en objetos externos.

Justo lo que pasa a ese partido.

Lo de pensamientos omnipotentes salta a la vista. Es cosa de escuchar a cualquier diputado de esa tienda para darse cuenta de que padecen la peor forma de idealismo: la creencia que la realidad se define por el propio punto de vista o, mejor todavía, que la realidad es lo que se leyó, o creyó leer o entender, en unas cuantas páginas. Esto suele ocurrir a los adolescentes (la adolescencia no es un asunto de edad) cuando descubren el pensamiento abstracto: piensan que han dado con una herramienta que nadie más ha visto, con una actitud ética que nadie más se atrevió a adoptar, con realidades que ninguno antes de ellos quiso denunciar, con una valentía de la que nadie fue capaz. Esto explicaría que en ese partido se diagnostique, con pasmosa facilidad y sin asomo de duda, con la verdad fulgurando en los ojos, lo ocurrido en las tres últimas décadas y para qué decir lo que ha pasado el último año.

Es que para el narcisista primario los propios pensamientos no están destinados a confrontarse con la realidad sino a dibujarla.

La mejor muestra de ese síndrome del pensamiento omnipotente que padece este partido -y el Frente Amplio en su conjunto- la constituye su reacción frente a cualquier tropiezo o fracaso; entonces no se trata de discutir con el otro y confrontar sus ideas, sino de realizar una “autocrítica”. Una dirigente apenas se enteró de las renuncias comentó: “sin duda nos llevan a reflexionar, a realizar las autocríticas correspondientes”.

Ellos parecen creer que basta mirarse a sí mismo, escudriñar en su interior, para que los problemas se desvanezcan, como si la realidad no estuviera allá afuera donde la gente en general la busca, sino dentro suyo. Los errores serían errores del yo, no de la falta de adecuación entre la realidad y el pensamiento. Para el narcisista primario el error no invita a corregir las propias ideas, sino a que el yo se mire a sí mismo, como si el problema fuera que en algún rincón del yo estaba la verdad, solo que en el primer vistazo no se la advirtió. Por eso cuando se tropieza con un obstáculo, la solución se busca en la “autocrítica”.

A veces se cree (y es probable que los miembros de Revolución Democrática lo crean sinceramente) que el ejercicio autocrítico es una forma de desprenderse del yo y de cualquier dogmatismo. Desgraciadamente no es así, puesto que no hay peor dogmatismo que el dogmatismo del propio yo.

El diputado Vidal, en su renuncia, ha dicho que Revolución Democrática está presa de un afán identitario e impugnador. Es difícil describir mejor el partido al que hasta ayer perteneció.

Un afán identitario no es sino el anhelo de hacerse de una fisonomía reconocible, un lugar en el mundo, un rostro original. Y suele ir de la mano con el afán impugnador. No se requiere haber leído a Hegel para saber que el dibujo de un sí mismo siempre se inicia con la negatividad frente a lo otro. No soy esto o aquello se repite el adolescente o el viejo desorientado en medio de su búsqueda. Cada negación es para ellos un ademán de afirmación. No se definen diciendo lo que son, sino declarando una y otra vez lo que no son. La isla que queda luego de esa negativa permanente, de esa impugnación de esto o aquello, es la propia identidad parecida a un vacío. Es lo que detectó muy bien el diputado Vidal.

Pero se preguntará, ¿a qué se debe entonces que parezca tentado de unirse con el PC? ¿Acaso eso no lesiona su afán identitario?

La explicación para eso es bastante obvia y es probable que se relacione con el hecho que Revolución Democrática se sabe un hijo de la Concertación. Social e ideológicamente. La mayor parte de sus dirigentes sabe (puesto que cada uno es un testigo insobornable de sí mismo) que crecieron en un lugar, el confort burgués, que los hoy día viejos dirigentes poseían en la estructura social. Y como les suele ocurrir a los hijos inmaduros que de pronto descubren su propio rostro en la foto de sus padres, prefieren desviar la vista, destrozar la foto y arrojar los pedazos. Y de ahí en adelante, como consecuencia de una formación reactiva, se esmeran en tejer amistades que los distancian de eso que para sus adentros saben y se niegan a aceptar.

San Agustín enseñaba que todos quienes descienden de Adán estaban manchados por el barro del pecado original. Quizá por eso toda persona que se sabe hijo se esfuerza por romper la cadena que lo une a sus padres. Y cuando no lo logra intenta olvidarse de ellos por la vía de aferrarse nada más que a sí mismo», remata Carlos Peña.

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