domingo, diciembre 22, 2024

La paz debe ser celebrada

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Por: Ronald McIntyre Astorga, vicealmirante (R.), director de la Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos ANEPE.

Hace cuarenta y seis años, el 22 de diciembre de 1978, las fuerzas armadas estaban preparadas, desplegadas y listas para defender la soberanía e integridad territorial de Chile. Desde Arica hasta las islas del extremo austral; soldados, marinos y aviadores se encontraban atentos y dispuestos a oponerse a cualquier intento de penetración de nuestras fronteras. Durante la madrugada, la Escuadra Nacional zarpaba por segunda vez ante la amenaza de una invasión en la zona austral, preparándose para adoptar la formación de combate, antes de interponerse a la fuerza de tarea anfibia que intentaría desembarcar en las Islas del Martillo (Picton, Nueva y Lennox). La exploración aeromarítima de la Aviación Naval chilena mantuvo la localización exacta de la fuerza invasora desde el 14 de diciembre hasta el día 23, lo que permitió que nuestra Escuadra pudiera hacerse a la mar oportunamente desde sus fondeaderos de guerra, para cumplir con la misión encomendada.

Diez días antes, se habían reunido los ministros de relaciones exteriores de Chile y Argentina, Hernán Cubillos y Carlos Pastor. Esta instancia era crítica. En ella se tomaría la decisión de mantener la paz o definitivamente ir a la guerra. El ministro argentino abrió la reunión, manifestando que el gobierno militar solo aceptaría una mediación si la encabezaba Su Santidad el Papa. Para su sorpresa, el canciller chileno aceptó la oferta de inmediato. Horas más tarde, el mismo Pastor le informaba a su contraparte que el Comité Militar lo había desautorizado y que todo quedaba en nada. La mediación papal se descartaba; la guerra era inminente.

Según lo señalado en fuentes abiertas, el plan militar argentino establecía como día “D” el 22 de diciembre y la hora “H” las 04:30 hrs. Se iniciaría con una operación helitransportada que ejecutaría actos posesorios ocupando primero las islas Hornos y Freycinet, para posteriormente desembarcar en Picton, Nueva y Lennox. Si la resistencia de Chile se intensificaba, estaba considerada la invasión de parte del territorio nacional desde cuatro direcciones, distribuidas entre Santiago y Punta Arenas.

De acuerdo a fuentes oficiales norteamericanas, el día 21 de diciembre el embajador de los Estados Unidos en Argentina, Raúl Castro, reportaba a Washington la conversación que había sostenido con el comandante en jefe del Ejército Argentino, teniente general Roberto Viola. En este reporte señalaba que Viola le había solicitado la comprensión de EE.UU. ante el dilema en que se encontraba, donde la única opción que quedaba era iniciar acciones militares manifestándole, además que esperaba que EE.UU. ayudara a explicar esta situación a la comunidad internacional.

La respuesta no se hizo esperar. A las 17:45, hora de Greenwich, la embajada norteamericana en Buenos Aires, recibía las siguientes instrucciones: el embajador Castro debía solicitar una reunión con el general Viola de inmediato, e informarle que la esencia de lo conversado en la reunión anterior había sido transmitida al gobierno de los EE.UU. y que había causado una profunda preocupación; que el gobierno norteamericano estimaba que la actual situación no justificaba una acción militar argentina en contra de Chile; que la guerra no era la única opción posible y existía la opción razonable para resolver el diferendo; que si Argentina tomaba acciones militares, entendiéndose la ocupación de islas no habitadas como una acción militar, el gobierno de los EE.UU. y la comunidad internacional se vería en la obligación de ver esta acción como una agresión y, finalmente, que si esta agresión se materializaba, se debería poner en conocimiento de la Organización de los Estados Americanos en forma inmediata.

Durante la madrugada del día 22, la exploración aeromarítima chilena reportaba que la fuerza de tarea anfibia argentina cambiaba de rumbo hacia el norte y corto tiempo después, el gobierno militar argentino anunciaba que aceptaba la mediación papal, la misma que diez días antes había rechazado.

La disuasión efectiva de Chile, la advertencia de EE.UU. y la figura del Papa Juan Pablo II, fueron los factores determinantes que lograron evitar que la junta militar argentina concretara la operación militar planificada.

El acuerdo para iniciar el proceso de mediación se firmó en Montevideo el 8 de enero de 1979, dando inicio a un largo y tortuoso período de negociaciones donde nuevamente, la amenaza de la guerra no estuvo ausente.

En 1980 el Papa entregó una propuesta de solución, la cual fue aceptada solo por Chile.

Durante 1981, una serie de acontecimientos pusieron en peligro la viabilidad de la mediación papal, entre otras: la captura de militares chilenos y argentinos acusados de realizar tareas de espionaje, el aumento de incidentes de violación de espacios jurisdiccionales chilenos por parte de unidades navales argentinas y el cierre – en forma unilateral e inconsulta con su propio gobierno – de la frontera, ordenado por el general Leopoldo Fortunato Galtieri.

Las cosas lejos de mejorar empeorarían aún más. El 2 de abril de 1982, el general Galtieri, ahora Presidente de la Nación, anunciaba desde el balcón de la Casa Rosada que recién comenzaba la actitud argentina de recuperar las Islas Malvinas y toda su zona de influencia, elevando la tensión en el Sur.

El retorno a la democracia en Argentina en 1983 le impuso una nueva dinámica al proceso de mediación. Se llegó a un acuerdo final en octubre de 1984, procediéndose a la firma del Tratado de Paz y Amistad el 29 de noviembre. Cuatro días antes, la opción SI había ganado por una mayoría abrumadora de 82,6%, en un plebiscito nacional no vinculante, que daba la conformidad del pueblo argentino a “los términos de la conclusión de las negociaciones con la República de Chile para resolver el diferendo relativo a la zona del Canal Beagle”. La ratificación final del tratado por parte del Congreso Argentino concluyó en marzo de 1985.

El Tratado de Paz y Amistad es una base sólida y estable, donde se construyen y se seguirán construyendo las relaciones entre ambos países, las cuales tienen una importancia estratégica relevante, además de producir efectos profundos sobre nuestros respectivos pueblos.

Reconocer lo cerca que se estuvo de una guerra fratricida devastadora, lo dificultoso y complejo que resultó ser el esfuerzo diplomático desplegado para lograr llegar a un justo y buen acuerdo; como también recordar los enormes esfuerzos de tantas personas de buena voluntad como el cardenal Antonio Samoré, uno de los protagonistas principales de esta opus magnum, no solo debe ser vista como una buena iniciativa, sino que debe convertirse en una obligación, asumida en conjunto por ambos países.

La Paz no sólo debe ser conmemorada, sino también celebrada. Así, chilenos y argentinos contribuiremos juntos a mantenerla.

Ronald McIntyre Astorga, vicealmirante (R.), director de la Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos ANEPE.
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