Pasado ya un día después de las tan esperadas y temidas elecciones presidenciales venezolanas, podemos decir que estando todo claro en cuanto a la preferencia por el candidato opositor Edmundo González, desde las encuestas hasta los baños de masas, quedo nítidamente claro que el régimen no está dispuesto a entregar el poder.
Ya las violaciones tempranas del acuerdo de Barbados lo sugerían, cuando se impidió a media docena de líderes opositores postularse, para seguir con una docena larga de intervenciones de mala fe, que concluyeron con un proceso electoral tan burdamente intervenido que diversos líderes de izquierda regional están explícitamente denunciando su distancia.
Y es que este proceso tendrá consecuencias enormes. Por primero, confirma los cuentos de terror de las nuevas derechas en relación al peligro de los gobiernos de izquierda revolucionaria, en cuanto a que no son democráticos y, más allá de cualquier cosa, no entregan nuevamente el poder por vía democrática. En un escenario de crisis de seguridad y migración, no es necesario insistir en que esto aporta tremendamente a la credibilidad de esos discursos.
Un segundo elemento crítico es el pronóstico de una nueva oleada de migración. Ya escaparon de Maduro y su régimen entre un 25 y 30% de la población, una cifra que en lo grueso oscila entre los 5 y 8 millones. Diversos organismos técnicos, entre ellos la ACNUR, consideran que la desesperanza de lo que algunos ya llaman con fatalidad el “forever Maduro”, llevará a la migración forzada a otros 4 a 6 millones de venezolanos desesperados, sin documentos, dinero ni posibilidades de viaje ordenado y legal. A Chile podrían llegar entre 400.000 y 600.000 en los próximos 24 meses. Una catástrofe humanitaria de unas dimensiones para las que no estamos preparados en ningún plano.
Pero, lo peor de todo, es que se confirma que el sistema internacional no tiene instrumentos eficientes para lidiar con una “Dictadura de Tomo y Lomo”. El chavismo desde temprano se alejó de las normas democráticas, cuando ya en su juramento lo hizo por la “moribunda Constitución”.
25 años después, Nicolás Maduro controla un Estado totalmente capturado, una economía devastada y una sociedad que escapa del desastre en lo que ya es la mayor catástrofe humanitaria del mundo. Lo que se viene es aciago.
Fernando Wilson L.
Dr. en Historia
Profesor
Facultad de Artes Liberales, Universidad Adolfo Ibáñez