Por: Maciel Campos Director Escuela de Publicidad y Relaciones Públicas Universidad de Las Américas
Cuando en 1954 Winston Churchill cumplió 80 años, fue presentado en la Cámara de los Lores un retrato conmemorativo del insigne Primer Ministro. El silencio inicial presagiaba el escándalo posterior. Churchill a duras penas logró esconder su sorpresa y escozor al descubrir el cuadro de tonos ocre, cuerpo hundido, rostro gruñón y pies invisibles. Si la pintura fue destruida o quemada por el jardinero del malhumorado político británico o desaparecida por su propia mano, sigue siendo un misterio irresoluto.
El ademán algo alambicado con que el rey Carlos III descubrió su primer retrato oficial, encierra un abundante abanico de interpretaciones, conjeturas y especulaciones que se fraguan dentro y fuera de la casa real. El retrato del monarca es, por sobre todo, no solo diferente a cualquier otro en las galerías reales de palacio, sino completamente distinto a cualquiera en la historia de la monarquía.
Sería por demás ingenuo creer que Carlos no fue advertido de la aproximación pictórica de su retratista. Jonathan Yeo, es un artista británico contemporáneo, disruptivo y polémico, su primera gran controversia, el retrato no autorizado de George Bush, realizado con retazos de revistas que no podrían colocarse en una peluquería o consulta dental. En este contexto: ¿el riesgo del rey valió la pena?
Lo que más inquieta de la pintura, que duda cabe, es el grueso filtro rojizo que permea toda la figura en encuadre americano del monarca, una especie de velo bermejo manchado y chorreado que diluye todo su traje de coronel gales con el fondo. Solo su rostro y gruesas manos destacan, y por supuesto la mariposa monarca que el propio artista se ha encargado de destacar como una idea del propio rey y que representaría su interés por el medio ambiente. Quizás algo sinuoso el giro conceptual respecto al insecto, pero a lo menos, un gesto del artista para congeniar con un campo común de significado para el espectador más simpatizante.
Aunque la casa real no encargó la obra, sino una asociación filantrópica de más de 600 años de antigüedad, The Drapers’ Company, donde Carlos es miembro, hace pensar que la corona busca la noticia, la cuña visual, el “frame”, ya sea para reflotar internacionalmente la figura del rey o camuflar los ecos de las enfermedades reales que están rondando por palacio.
Por el momento las redes sociales arden en comentarios críticos, crueles, despiadados, y es que a diferencia de los fenómenos que antes tardaban en socializarse o configurar opinión pública, hoy el rebote y efecto bola de nieve a nivel digital es casi instantáneo, más aún si el sujeto de examen es de interés mundial.
En creatividad lo diferente busca ser memorable siempre y Yeo persigue esa recordación. Que el monarca en el largo plazo le satisfaga verse en una nube roja, en contraste con el conjunto de retratos clásicos que incluyen a su madre, abuelos, bisabuelos, tatarabuelos y un aburrido etcétera, está por verse. De lo contrario, en alguno tiempo más a Carlos no le faltará un jardinero dispuesto a enarbolar un cuchillo o encender un cerillo frente al cuadro, aunque muchos súbditos enfadados ya digan que al rey hace un buen rato lo envuelven la sangre y las llamas de la antipatía.