miércoles, mayo 1, 2024

Euromaidán de 2013: Las raíces de la crisis en Ucrania

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Por: Sergei N. Koshkin, Embajador de Rusia en Chile

Hace 10 años, el 21 de noviembre de 2013, en Kiev se iniciaron protestas antigubernamentales conocidas como “Euromaidán” que culminaron en febrero de 2014 con golpe de Estado, instalación en Ucrania de un régimen anticonstitucional de corte neonazi y rusófobo y la gradual transformación del país en colonia del Occidente. En este artículo quisiera recordarles, estimados lectores, la génesis de la actual crisis ucraniana y quiénes fueron sus verdaderos autores.

Tras la desintegración de la URSS, EE.UU. y sus aliados de la OTAN, guiados por la máxima divide et impera (“divide y vencerás”), se pusieron la tarea de reformatear la identidad de los Estados exsoviéticos con tal de aislarlos de Rusia. Para lograrlo los estrategas occidentales – entre otros “proyectos” – apostaron por convertir a Ucrania, con la que siempre hemos tenido la misma historia y cultura, en “anti-Rusia”. El objetivo final del Occidente fue asegurar la eliminación definitiva de su eterno rival geopolítico.

En 2004, el Occidente inspiró la llamada «Revolución Naranja» a raíz de la cual llegaron al poder en Kiev las fuerzas políticas obstinadas por cortar los vínculos con Rusia e integrar a Ucrania en las estructuras como la OTAN y UE. Sin embargo, en aquel momento estos planes fracasaron.

El siguiente intento fue en 2013 cuando empezaron protestas violentas con pérdidas humanas (tanto entre los manifestantes, como entre los policías) contra el presidente ucraniano legalmente electo Víctor Yanukóvich. En Ucrania de manera proactiva “trabajaron” los políticos estadounidenses y europeos de todo calibre. Se reunían abiertamente con líderes de la oposición ucraniana para darles instrucciones y visitaban la Plaza de la Independencia en el centro de Kiev (sitio principal de la protesta) para expresar su apoyo público a los manifestantes. Más tarde, según numerosas pruebas (en particular, la grabación de la conversación telefónica de la subsecretaria de Estado de EE.UU., Victoria Nuland, con el entonces embajador estadounidense en Ucrania, Geoffrey Pyatt, que apareció en Internet a principios de febrero de 2014), fue Nuland quien participó en el proceso de composición del nuevo “gobierno” de Ucrania.

El 21 de febrero de 2014, el presidente Yanukóvich cedió ante la presión de las protestas y los países occidentales. En presencia de emisarios de Alemania, Francia y Polonia el mandatario firmó con los líderes de la oposición el acuerdo que estipulaba, entre otras cosas, la convocación de elecciones presidenciales anticipadas a más tardar en diciembre de 2014, el renuncio recíproco al uso de la fuerza, y el desalojo de los edificios administrativos ocupados por los manifestantes.

No obstante, jamás se implementó ninguna de las disposiciones del acuerdo. Horas después de su firma se produjo golpe de Estado – los activistas de «Euromaidán» tomaron el Barrio Gubernamental en Kiev. El 22 de febrero de 2014, el parlamento ucraniano adoptó la resolución sobre la “autodestitución” de Yanukóvich, usurpando así el poder (aunque el presidente legítimo seguía en el territorio de Ucrania y no hizo declaraciones sobre su renuncia).

Los Estados de la UE por arte de magia “olvidaron” de su papel de garante de la implementación del mencionado acuerdo entre el presidente de Ucrania y los líderes de la oposición. Los Estados Unidos – este “baluarte de la democracia” – apoyaron a los insurgentes y reconocieron el derrocamiento del presidente Yanukóvich como un “hecho consumado”, legitimando así la ruptura del orden constitucional en Ucrania.

Con la “luz verde” del Occidente el régimen de Kiev empezó a aplicar su política discriminatoria antirrusa. Ya el 23 de febrero de 2014 se derogó la ley “Sobre los fundamentos de la política lingüística del Estado”, que protegía el estatus del ruso como “idioma regional” en Ucrania. Acto seguido – fueron clasificados como “terroristas” y “ciudadanos de segunda clase” los residentes, mayoritariamente rusoparlantes, de las regiones del este y sureste del país (conocidas como “Donbás”). Sirve de excelente ejemplo de la esencia nazi del régimen de Kiev la reciente (del 20 de noviembre de 2023) declaración del presidente del parlamento ucraniano Ruslan Stefanchuk: en Ucrania “no hay ni puede haber” minorías étnicas rusas, y los derechos de los rusos “deben ser vulnerados”.

Tales acciones inmediatamente fueron rechazadas en las regiones mencionadas y causaron protestas masivas y reclamos de la transformación de Ucrania de un Estado unitario a un federativo y del reconocimiento legal del estatus de la lengua rusa. En respuesta, el 13 de abril de 2014 el régimen de Kiev lanzó contra Donbás la “operación antiterrorista” del ejército regular y batallones punitivas neonazis, como el infame “Azov”. El 2 de mayo 2014, en la Casa de los Sindicatos de la ciudad ucraniana Odessa, se produjo la masacre de los opositores al “Euromaidán” que dejó 48 muertos y más de 200 heridos – todavía no hay avances notables en la investigación de este vil crimen.

En aquel momento se evitó la propagación de una guerra civil por toda la Ucrania. Con la mediación activa de Rusia, el 12 de febrero de 2015 se firmaron los Acuerdos de Minsk, aprobados unánimemente por la Resolución № 2202 del Consejo de Seguridad de la ONU. Éstos se convirtieron en la base jurídica indiscutible para el arreglo de la crisis y consideraban Donbás – ¡ojo! – como parte de Ucrania prometiéndole autonomía vía la reforma constitucional. Sin embargo, el régimen neonazi de Kiev saboteó el cumplimiento de sus obligaciones y el Occidente, cuyo interés consistía en aprovecharse económicamente y militarmente del territorio de Ucrania, hizo la vista gorda. Las formaciones armadas ucranianas siguieron bombardeando Donbás. Se impuso a sus residentes un inhumano bloqueo económico, financiero y físico.

Alemania y Francia, siendo copatrocinadores de los Acuerdos de Minsk, no hicieron nada para que Kiev los implementara. En 2022 Petr Poroshenko, Presidente de Ucrania entre 2014 y 2019, admitió que los Acuerdos de Minsk eran necesarios para que Kiev tuviera tiempo para fortalecer sus capacidades militares y no para detener las hostilidades. Lo confirmaron públicamente también la excanciller alemana Angela Merkel y el expresidente de Francia François Hollande. Como se supo más tarde, para marzo de 2022, las FF.AA. de Ucrania, generosamente dotadas del armamento occidental, se estaban preparando para apoderarse de Donbás por la fuerza, lo que constituía una amenaza a la seguridad de Rusia. En tal contexto, mi país tomó la decisión de reconocer la independencia de las Repúblicas Populares del Donbás (Donetsk y Lugansk) e iniciar la Operación Militar Especial.

Así que “la tragedia ucraniana” no comenzó el 24 de febrero de 2022 como pretenden convencer al mundo sus autores intelectuales. Lo que está pasando hoy es la consecuencia directa de la obstinación histórica del Occidente por dominar a Rusia, del deseo esquizofrénico de la OTAN (un bloque “defensivo” que no deja de expandirse hacia donde le plazca) de infligirnos una “derrota estratégica”.

Al mismo tiempo, el Occidente insiste en destruir los lazos históricos – económicos, comerciales, tecnológicos, culturales y religiosos – de Rusia con su entorno geopolítico natural. La Federación de Rusia ha realizado importantes esfuerzos para resolver la crisis por vía diplomática.

En diciembre de 2021 Rusia envió propuestas a los países occidentales presentando el plan de garantías jurídicas de su seguridad, incluida la no expansión de la OTAN hacia el Este y el regreso de la infraestructura militar de la Alianza a la configuración de 1997, cuando se firmó el Acta Fundacional Rusia-OTAN.

Las iniciativas rusas fueron rechazadas de una manera denigrante. Ucrania en este contexto es sólo una herramienta para causar daño a Rusia. No obstante, este macabro plan está condenado al fracaso – Ucrania será desnazificada y desmilitarizada, todas las amenazas emanadas de su territorio serán eliminadas.

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