En tiempos de vacas flacas, el Congreso nuevamente da muestras de su despilfarro y que vive en un mundo de «bilz y pap», pero con dineros aportados por los impuestos de todos los chilenos para que ejerzan su labor parlamentaria que es duramente criticada por toda la ciudadanía porque -hay que decirlo- la legislación emanada del Congreso es bastante mediocre y en muchas ocasiones inservible; sin considerar que hay proyectos que tardan décadas en salir adelante, es decir un Congreso deficiente e indolente con la gente aunque los mal llamados honorables se deben justamente a la gente, pero una vez terminada la elección estos señores investidos con la invisible corona romana de laureles entran en un estado que los hace sentir como seres casi celestiales, intocables, semidivinos y alejados de la realidad. En este escenario de fábula macabra surge un dato indignante -sobre todo en el momento que vive la Nación- los millonarios gastos en traslado que realizan sus Graciosas Señorías, recordando los despilfarros de María Antonieta en la Francia del siglo XVIII.
Según datos publicados en la página de la Cámara, hay parlamentarios que gastaron casi $4 millones por gastos de traslación, los que contemplan viáticos, amortización, combustibles, tag, peajes, arriendo de autos, trabajo distrital, entre otros, los que menos gastan no superan el millón cuatrocientos mil pesos en traslados.