Mucho se ha dicho y escrito por el resultado de las elecciones del pasado 15 y 16 de mayo que sin duda cambiará la forma de hacer política en Chile y dentro de estos análisis resulta paticularmente interesante, por la visión positiva el que formula Nicolás Ibáñez Scott, de la Fundación Chile+Hoy quien plantea:
Nada peor que una dolencia grave de la cual no nos hacemos cargo. Que recibamos una alerta inequívoca de que no hemos sabido cautivar, emocionar y encantar con nuestras ideas y acciones es, en el fondo, una bendición. Tras este fin de semana, el diagnóstico sobre la severa enfermedad que nos aqueja y las vías de solución quedan mucho más claros.
«El propósito de lograr un Chile más digno, más inclusivo, más cohesionado, más libre, más seguro, más próspero, más sustentable y en paz, el primer país de Latinoamérica que se convierte en plenamente desarrollado, implica una ardua labor, pero es perfectamente factible», Nicolás Ibáñez.
Debemos interpretar la alta abstención unida a la poca representatividad de los políticos tradicionales y la validación de rostros atípicos como un llamado a la renovación, a barrer con las malas prácticas del pasado y abrirle las puertas a una nueva generación descontaminada. El rechazo a la forma tradicional de hacer política, a las figuras de siempre, trae consigo un ventarrón de aire fresco.
Una tremenda oportunidad para aquellas figuras jóvenes que se han asomado y para los muchos más que se han mantenido al margen y ahora ven su oportunidad de ser considerados y bienvenidos a un reformado ruedo de servidores públicos.
También una tremenda lección y oportunidad para los partidos. La democracia liberal no opera sin la institucionalidad de partidos políticos modernos y sólidos capaces de atraer, formar, capacitar y guiar a jóvenes, fortaleciendo en ellos una renovada ética, juicio, visión y actitud. Los partidos tradicionales o se reforman o serán reemplazados.
Si recogemos el guante, este llamado a barrer con la fallida forma de hacer política en la actualidad genera condiciones para desarrollar un proceso político e institucional particularmente virtuoso. El llamado debe ser a la acción con mucho positivismo, para validar un proceso renovador de donde emerjan nuevos actores, sin complejos, con convicciones más claras, en un marco de una institucionalidad moderna de partidos políticos y de coaliciones que efectivamente sirvan para administrar la arena política y asegurar una sana alternancia del poder, en un marco de valores republicanos, orientados por una común identidad y aspiración nacional.
Cabe recordar algunos de los requisitos básicos que permiten construir una gran nación, a saber: una institucionalidad democrática liberal con alternancia en el poder y contrapesos para evitar la tiranía de la mayoría; un Estado de Derecho sólido que dé garantías a todos de que las leyes están para cumplirlas; una sociedad civil pujante, empoderada y participativa que colabora con ideas e iniciativas de bien público; una economía vigorosa, con alto grado de competitividad y validación social, y un Estado moderno, solidario y subsidiario a la vez, al servicio de la gente y no capturado por intereses corporativos. Todo lo anterior en un contexto mundial donde la llamada cuarta revolución industrial ofrece enormes oportunidades, pero que no espera a nadie. Nada nuevo bajo el sol, que nuestros flamantes constituyentes deberán tener presente.
El propósito de lograr un Chile más digno, más inclusivo, más cohesionado, más libre, más seguro, más próspero, más sustentable y en paz, el primer país de Latinoamérica que se convierte en plenamente desarrollado, implica una ardua labor, pero es perfectamente factible.
Una nueva derecha (sin apellidos ni confusiones) y una nueva izquierda, conformada por jóvenes líderes dotados de una renovada ética, juicio, visión y actitud, tienen una fascinante responsabilidad» sostiene Ibáñez.