Con cuatro episodios, la miniserie producida por HBO aborda el escándalo protagonizado por dos estrellas del cine que terminaron en procesos judiciales y acusaciones. Los aciertos y los cuestionamientos a la comentada realización, que llega cada semana a la pantalla.
Eran dos gigantes de Hollywood: ella había actuado en El bebé de Rosemary (1968) de Roman Polanski, se había casado con Frank Sinatra y había sido parte de El gran Gatsby (1974), la primera adaptación cinematográfica del libro de F. Scott Fitzgerald. Él tenía una carrera cinematográfica sólida, aunque la cúspide creativa la alcanzaría cuando se hicieron pareja y comenzaron a trabajar juntos. Juntos fueron dinamita, para bien y para mal. Woody Allen y Mia Farrow, íconos hollywoodenses, están enfrentados con graves acusaciones y la pugna se reimpulsa con el estreno de esta controvertida miniserie.
El documental parte en 1992, con una toma aérea del Central Park hasta el Hotel Plaza de Nueva York, donde Woody Allen niega las acusaciones de abuso sexual contra su hija adoptiva Dylan Farrow en una conferencia de prensa. El documental se encargará a través de testimonios, audios entre Farrow y Allen y videos caseros de dar cabida a las denuncias. Y es ahí -por no ser parcial, por tomar solo las versiones a favor de Farrow- donde radica parte de la crítica (en sintonía con lo que ha dicho Woody Allen sobre esta realización). El trabajo audiovisual de los directores Amy Ziering y Kirby Dick tiene un objetivo claro: exponer un cúmulo de pruebas para inculpar a Woody Allen. Y eso no necesariamente es algo que desacredite la realización que emite HBO cada domingo.
Un documental -como toda obra de arte- es una mirada, una manera de ver las cosas. La objetividad juega un rol relevante para efectos judiciales, pero no así en obras que, en rigor, están creadas para instalar ideas en la audiencia. Tal vez, lo que hace la diferencia es la manera de tratar los temas en cuestión. En Allen v. Farrow hay omisiones en la información familiar o hay interpretaciones de las temáticas de las películas de Allen, pero por lo menos no hay una voz en off que intente manipular al espectador en todo momento, al estilo Michael Moore, por dar un ejemplo. Es decir, en esta miniserie existen sesgos evidentes, pero ese no es el problema principal.
En Leaving Neverland (2019), sobre los caso de abuso sexual de Michel Jackson, gran parte del foco narrativo estaba en las víctimas y desde ahí era el espectador el que cerraba el círculo con su propia visión. En Allen v. Farrow, en cambio, se nota más el énfasis argumentativo que se quiere entregar. Subrayar demasiado, sobrecargar la balanza cuando tal vez no sea necesario en cada minuto. Muchas veces para que una obra funcione mejor se hace como en el teatro: se iluminan ciertas partes, mientras otras quedan en la oscuridad para que el espectador las complete. Si está todo iluminado, satura, encandila. Y aunque sea un trabajo investigativo riguroso y, finalmente, se termine por comprobar que las acusaciones contra Allen expuestas en el documental son ciertas, estamos frente a una pieza artística con guionistas, productores y un gigante del entretenimiento como HBO y no ante un tribunal; por más que, en el fondo, estemos seguros y horrorizados con lo que realmente pasó en la vida de estas dos estrellas de Hollywood y con sus familias.
Allen v. Farrow
2021
Domingo, por HBO.
Marcelo Poblete es redactor de temas ligados a la cultura popular como el cine, las series, los libros y la música.