La reciente elección presidencial en los EEUU no ha dejado indiferente a nadie y particularmente la prensa ha festinado con la derrota del aún Presidente Donald Trump, quien aún no reconoce la derrota. El período de Trump en la Casa Blanca ha dejado más dolores que alegrías, pero hay aspectos de su estilo, algo así como el «legado Trump» sean copiados por algunos particularmente en Chile, esta aproximación es la que hacer este domingo Carlos Peña que apunta justamente a la decadencia de la política chilena que se transforma en un caldo de cultivo óptimo para un Trump chilensis y -según Carlos Peña- hay síntomas en el país: El SIMPLISMO. «En vez de reflexión, el simplismo ofrece un camino limpio y sin tropiezos para entenderlo todo. De esa manera, el ignorante o el flojo encuentra una forma de participar de la vida pública o de adquirir cierta presencia en ella, repitiendo una y otra vez la sencilla y simplona explicación que alguna vez aprendió. El simplismo, en otras palabras, permite que cualquiera pueda participar de la vida pública con la autoridad de cualquier otro», explica el abogado.

A continuación el análisis completo de Carlos Peña:

¿Hay posibilidades de que en Chile aparezca alguien como Trump? ¿Será posible que la estupidez abyecta del aún Presidente estadounidense —por quien, al margen del resultado, han votado millones embrujados por su estupidez— se reproduzca por acá?

Al parecer no.

Pero hay síntomas. No ha surgido un Trump; pero las condiciones para que aparezca ya se insinúan.

Este tipo de liderazgos requieren un cierto caldo de cultivo, una cierta atmósfera que les permita brotar y florecer. ¿Cuál sería esa atmósfera? Ella puede ser descrita con una sola palabra: simplismo. El simplismo consiste en reducir la complejidad de la vida social a un solo factor que explicaría la totalidad de sus dimensiones. El simplismo tiene la ventaja inestimable que exonera de la necesidad de pensar, de transitar por los vericuetos siempre intrincados de la realidad. En vez de reflexión, el simplismo ofrece un camino limpio y sin tropiezos para entenderlo todo. De esa manera, el ignorante o el flojo encuentra una forma de participar de la vida pública o de adquirir cierta presencia en ella, repitiendo una y otra vez la sencilla y simplona explicación que alguna vez aprendió. El simplismo, en otras palabras, permite que cualquiera pueda participar de la vida pública con la autoridad de cualquier otro. Para el simplista, cualquier explicación compleja huele a engaño, a una forma de esquivar los simples problemas que él ha, por supuesto, detectado; cualquier registro de causas que vaya más allá de la única que el simplón abraza equivale a una trampa tendida por quienes tienen el poder y abusan de él.

¿Está presente ese simplismo en la vida pública del Chile contemporáneo? No hay duda que sí. Y sus cultores y cultoras sobran. Y se encuentran en todas partes. Hoy, todos los males que aquejan a la sociedad suelen reducirse al maltrato de un pueblo virtuoso por parte de una élite envilecida. En la izquierda y la derecha —con distintos envoltorios verbales— se observa la niebla transparente de ese simplismo.

Pero, como es obvio, no basta el simplismo para que alguien como Trump florezca. Todavía es necesario que el simplismo se expanda.

Y ocurre que hoy hay un medio de comunicación alérgico al lenguaje —en cuyo empleo Trump, ejercitando su único dedo de frente, se ha mostrado experto—, cuyos códigos obligan al simplismo. La complejidad de las cosas, los matices de los argumentos, los datos que los sustentan, reclaman un despliegue que no cabe en Twitter. Twitter, en otras palabras, obliga al simplismo, a la frase dicha al pasar, a la exageración, la caricatura, el latigazo resentido, la ocurrencia que consuela la propia invisibilidad. Un número limitado de caracteres obliga a un número limitado de ideas y favorece un número ilimitado de rencores. Paraíso, pues, para el simplista y el histérico que no tolera ni la quietud ni la pausa, y que por eso encuentra en Twitter un código comunicativo que le provee la ilusión de estar comunicando ideas, de estar dialogando, y recibiendo aplausos después de cada una de sus intervenciones bajo la forma de un like.

Pero el simplismo y su atmósfera no bastan para que figuras como la de Trump puedan aparecer.

Todavía es necesaria una cierta idea moral o algo que se le parezca.

Es propia de los seres humanos la necesidad de actuar conforme a un cierto código de moralidad sobre la base del cual se evalúa la realidad y se orienta la propia conducta. Pues bien, en el caso de la ideología estúpida del simplismo, ese código de moralidad es el buenismo. El buenismo es una modalidad vulgar de lo que Hegel llamaba “alma bella”. El alma bella se encierra en la certeza subjetiva de que algo es bueno o malo, y desde allí condena o encomia al mundo. ¿Hay buenismo en Chile? Por supuesto que sí. Abunda. Todos hoy parecen persuadidos desde sí mismos —sin reflexión y sin diálogo— acerca de qué es moral y qué no, y acerca de cuál es la única receta para remediarlo todo (y muchos, desde luego, tienen la generosidad de ofrecerse para obsequiar ese descubrimiento a la nueva Constitución).

Una atmósfera simplista, un medio de comunicación donde la escasez de ideas es una virtud, y un código moral cuya única fuente es la certeza subjetiva —todos presentes en Chile— son el caldo de cultivo de liderazgos como los de Trump, en cuya figura y cuyos gestos, en cuyos desplantes y groserías, millones de personas podrían de pronto reconocerse y descubrir que todo lo que el pudor y la vergüenza les sugerían disimular (y que solo aparecía en la intimidad del bar después de la enésima copa) puede ahora ser exhibido en las redes y dicho una y otra vez con desparpajo y sin fingimiento.

¿Hay riesgo de que en Chile aparezca alguien como este payaso, como lo llamó en el debate presidencial J. Biden?

Por ahora no se ve a nadie que se le asemeje del todo, aunque sobran los que parecen dispuestos a mentir, hacer el tony, no despegarse de Twitter, maltratar las pocas reglas que quedan en pie, y divulgar esa ideología del estúpido, cuyo mejor exponente ha sido Donald Trump, a quien —por lo que se ve— tendrán que sacar a empujones de la Casa Blanca o ataviado con una camisa de fuerza«, remata Peña.

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