Una fuerza dirigente de una sociedad es aquella que es capaz de imprimirle una clara orientación a ésta, proporcionar una conducción con metas nítidas y precisas, que identifiquen a los gobernados con los gobernantes. Una fuerza se transforma en dirigente cuando logra construir amplios consensos en torno a los principios y valores que proclama, a la vez que es capaz de traducirlos en un programa concreto de políticas públicas con las cuales enfrentar el presente. Aquella es una fuerza hegemónica, sus ideas son las de la mayoría de la sociedad y logra la credibilidad y con ello la legitimidad de su mando.
¿Tenemos los chilenos hoy una fuerza de esas características? Es evidente que no. No es una crítica, es solo una constatación. Y cuando se carece de poderosas ideas – fuerza que nucleen a la Nación, entonces, es comprensible que florezca la dispersión, la batalla por lo inmediato, la efímera popularidad de un titular o la disgregación de las alternativas en un creciente bosque de agendas personales o corporativas.
Mas de alguno se preguntará si alguna vez tuvimos una hegemonía de estas características en nuestra historia. Claro que sí, y para no sumergirnos muy lejos en la Historia, podemos decir con certeza de que a comienzos los noventa en el siglo pasado, cuando iniciamos la reconstrucción democrática, en Chile se impuso una amplia mayoría nacional y popular que quería avanzar hacia la democracia, pero sin nuevos traumas sociales. Abrirnos a los nuevos tiempos de una globalización incipiente pero preservando el bienestar de la mayoría de los chilenos y abriendo las puertas al mundo. En orden, en democracia.
Esta perspectiva no solo fue la columna vertebral de la fuerza política triunfadora en esos momentos –la Concertación-, también incluía las aspiraciones de buena parte de la población que no votó por ella. Chile necesitaba y quería cambios, pero también quería estabilidad. Sobre esos ejes, buscaba progresar en todos los ámbitos empezando por reconstruir los mejores elementos de nuestro pasado republicano.
Pero la transición se acabó. Hace tiempo. Será tarea de los historiadores su análisis. No somos la generación indicada para ello, por incumbentes. Pero es indudable que el país cambió, aunque muchos hoy en día juzguen con severidad porqué los cambios no fueron mas profundos o mas rápidos. Más nadie puede negar que el país hoy es otro, y que emergieron nuevas problemáticas, como una modernidad que pareciera estar reñida con la igualdad, y un desorbitado centralismo, junto a la persistencia de viejos pendientes, como lo refleja Arauco indómito.
En este cambio de época, pareciera que aún no surge una nueva fuerza hegemónica que acometa la construcción de un nuevo Chile, en una propuesta que integre a la mayoría de las fuerzas de nuestra sociedad.
En ausencia de esta fuerza, la política es dominada, o mejor dicho confundida, con la presencia en los medios, que puede generar audiencias por un día pero que se desvanece con la pronta irrupción de otra presencia mediática, tan efímera como la que ha reemplazado. La lucha por el poder es en gran parte reemplazada por la lucha por cuotas de poder, y por su intento de copamiento, por las reelecciones indefinidas, en suma, por la disgregación de lo colectivo programático, en las tendencias o los caudillismos. Peor aun es cuando para conseguir estos propósitos se recurre al clientelismo. De ahí a la degradación de la corrupción hay poco trecho.
El resultado entre otros es el distanciamiento entre gobernados y gobernantes. Mas aún, en la creciente desconfianza de unos en otros. El resultado es la apatía por lo publico, el abstencionismo creciente junto a la emergencia de una sociedad con muy poca paciencia.
Pero si a nivel político tenemos una considerable erosión, no ocurre lo mismo con la sociedad y la institucionalidad. Veamos a la sociedad civil.
Esta en los últimos años ha sido capaz de instalar varios temas en la agenda. Empecemos por la educación, que se instala desde la revolución pingüina hasta las masivas movilizaciones del 2011. Agregó además una nueva capa generacional a los asuntos públicos y hoy la educación es un tema que no puede ser archivado. La lucha por los derechos de la mujer no había logrado la masividad que hoy ha alcanzado, y que todo indica, también es un tema que llegó para quedarse. Es decir, tenemos una erosión en el nivel político pero a cambio tenemos una sociedad viva y actuante. Por cierto, como todo movimiento social, experimenta altos y bajos, con mucha diversidad y escasa conducción única, pero esta ahí. Refleja a la nueva sociedad que surgió en democracia, después de los TLC y de la masificación de la tecnología y las redes sociales.
Otro factor que singulariza a nuestro país, es que en la media regional, posee un elevado nivel de institucionalización. Por cierto, golpeada a ratos y necesitada de modernizaciones indispensables. Pero esta ahí. Chile posee instituciones, que muchas veces los chilenos no valoramos y que a veces, en medio de agudos provincianismos, la desconocemos al adoptar criticas semi apocalípticas de algunos elementos de nuestra vida nacional (como la seguridad por ejemplo). Unos medios a ratos en extremo hegemonizados por la crónica roja (cuando no la farándula) completan el cuadro en que se nutre el hiper criticismo nacional.
Una sociedad sin épicas
Un rasgo distintivo del nuevo periodo socio político que vivimos es la ausencia de grandes épicas. En el siglo XX vivimos muchos procesos que se revistieron de convocatorias caracterizadas por apelaciones épicas, de los mas variados signos. Desde la “Revolución en Libertad” que impulsó la Democracia Cristiana, en un proyecto monocolor con Eduardo Frei Montalva, pasamos luego a los mil días de la Unidad Popular que concluyó con la Moneda en llamas y el fin de la democracia. Luego vivimos un intento de restauración conservadora en lo cultural unido a la implantación de un liberalismo salvaje sin contrapesos políticos ni sociales, para llegar a la convocatoria de una Alegría que ya mero venía. El resto es historia conocida, y como señalamos, a inicios de la década de los noventa del pasado siglo los chilenos queríamos cambios pero la inmensa mayoría también quería estabilidad, democracia y paz.
Hoy no se ven el horizonte grandes épicas. ¿Será porque tememos de los cambios? ¿O a lo mejor porque la sociedad se ha impregnado de un individualismo consumista que alimenta la masificación del endeudamiento? ¿Qué tanto es porque los chilenos hoy valoramos parte importante de lo que hemos construido en estos años y no queremos arriesgarlos?. Resulta interesante que los dos líderes mas rechazados por la opinión pública chilena hoy sean los presidente Trump y Maduro.
Pero cuidado, a lo mejor no hay grandes épicas en el horizonte, pero si existe una nueva sociedad –y un nuevo sistema político, sin binominal y con presidencialismo de minorías- . Y es una sociedad que hierve en su juventud demandando lo que el liberalismo salvaje le quitó: una educación publica y de calidad. Un derecho y no un bien social. Y eso es perfectamente aplicable a la salud y a la previsión. Un Chile del siglo 21 con fuertes desigualdades, en medio de un mercado que rebosa de productos de todo el planeta, pero donde las desigualdades no solo las explica la cuna o el ingreso familiar, sino también el rincón donde se nació. No es lo mismo crecer en Puerto Natales o Colchane, que en Las Condes y Vitacura, inclusive Santiago Centro o Estación Central. Las diferencias de calidad de infraestructura, tecnología, oportunidades, son abismales. Que decir del tema no abordado de los pueblos originarios, donde todos estamos al debe. La urbanización trae nuevos desafíos: seguridad, calidad de vida, sustentabilidad. En fin. Lo que podemos decir es que ha emergido una nueva sociedad, donde conviven viejos y nuevos desafíos.
Entender, estudiar, descodificar a los chilenos del siglo 21 es una tarea necesaria, hermosa e indispensable, que permita identificar las rutas que nos llevaran a una etapa de mayor bienestar para todos.
Claramente esa descodificación requiere apertura intelectual, menos vasallaje ante el rating, alentar a la emergencia de nuevas generaciones dirigentes y abrirnos a un debate de propuestas mas que de descalificaciones.