Para variar esta semana (segunda de abril) el Congreso Nacional y el Senado en particular han sido protagonistas de un nuevo escándalo que afecta su credibilidad y ética por la contrtación de un nuevo Secretario General, el que ocupará el fiscal hasta ahora en ejercicio Raúl Gúzman quien además tendrá un sueldo considerado excesivo por muchos, y que lejos es unos de los sueldos más altos de un funcionario de la República e incuso del mundo: $16,5 Millones.
Es este episodio que analiza el abogado y columnista Carlos Peña, que ha titulado «Las formas del Senado» en la alerta: «El problema que el Senado revelaría si aprobara la designación de Raúl Guzmán es un desprecio por las formas y una grave incomprensión del papel que ellas cumplen en la vida social y en el propio prestigio de una institución como el Senado».
A continuación el texto completo:
«¿Sería razonable que un regulador, por ejemplo, el superintendente de AFP luego de dejar su cargo, y casi sin solución de continuidad, se empleara como director de una administradora de fondos? ¿Parecería correcto que un director del Sernac, luego de dejar su cargo, asesorara a una empresa en causas de consumo? ¿Se diría que es sensato que un superintendente de Educación Superior postulara, para asumir inmediatamente de dejar su cargo, al de rector universitario?
La respuesta obvia a esas preguntas es no. No es ni razonable, ni correcto.
Y es que las instituciones no descansan sobre la subjetividad de los actores que en ella se desempeñan, ni tampoco en la confianza personal que ellos despierten, ni tampoco en la presunción de inocencia o buena fe. Las instituciones (lo dijo Simmel hace casi un siglo) descansan en las formas, en la fisonomía externa que ofrecen a quienes las observan. Las formas son a las instituciones, como la cortesía es al comportamiento personal. Es verdad que la cortesía no es un valor sustantivo; pero es el primer paso, un paso indispensable para el cultivo de virtudes superiores. Y es cierto que la hipocresía suele no ser más que un disfraz; pero, ya se sabe, es el homenaje que el vicio rinde a la virtud. Una persona que infringe la virtud de la cortesía, da la impresión de que será irrespetuosa en otras esferas más importantes de la interacción. Un niño que no aprende a saludar o a ser mínimamente cortés, es difícil que más tarde evolucione hacia el respeto (esta idea la sugiere Aristóteles). Por eso quien falta a las formas en las instituciones, las daña, estropea el punto de partida para que la gente, el ciudadano común, confíe en ellas.
Si un fiscal regional transita de conducir una institución que investiga a una de las instituciones que estaban siendo investigadas, las formas, que son las que alimentan la confianza, se dañan.
Por eso la llegada —sin solución de continuidad— del fiscal Raúl Guzmán a la secretaría del Senado no es razonable.
En una palabra, daña las formas.
Raúl Guzmán ha postulado a ese cargo en el Senado mientras ejercía el cargo de fiscal, ¿Podía hacerlo? Sí, por supuesto. ¿Era razonable que lo hiciera? Desde luego que no. ¿Qué diría la ciudadanía de un alto funcionario de la superintendencia que mientras se desempeñaba en ella postula y puja por un cargo en una empresa del área regulada? No, no es delito, y es verdad que ese comportamiento no es ilícito en el sentido jurídico de la expresión; pero no cabe duda de que daña las formas.
Las formas son una manera de contener la subjetividad y por eso las instituciones casi se reducen a ellas. De ahí que buena parte de la vida social se componga básicamente de formas, de modos de interacción que enseñamos a los niños a no transgredir, de rituales y procedimientos que hacen posible la vida compartida. La vida social no consiste en simples comportamientos estratégicos o autointeresados, en interacciones en las que cada uno juzga lo que es mejor para sí: también supone cuidar las instituciones de las que todos sacamos provecho y sin las cuales la cooperación social y la confianza abstracta no serían posibles.
Y que el Senado, la institución en la que todos los ciudadanos esperan sea la sede de la deliberación, de la ponderación reflexiva y prudente, haya considerado hasta ahora que no hay problema alguno ni motivo de reproche en seleccionar para un cargo a quien se desempeñaba en el Ministerio Público mientras este indaga una causa que compromete al mismo Senado, es simplemente increíble. Sí, es verdad, los fiscales indagan con autonomía y sin recibir instrucciones particulares y, por lo mismo, el hecho de que sea un colega de Guzmán quien indaga al Senado, no configura exactamente un conflicto de interés; pero, de nuevo ¿acaso las formas no importan? Exigir el respeto de las formas no equivale exactamente a imputar mala feo intenciones torcidas, significa simplemente recordar dónde descansa el valor de las instituciones, las mismas que, dicho sea de paso, alojan y justifican la vida de los senadores.
El problema que el Senado revelaría si aprobara la designación de Raúl Guzmán es un desprecio por las formas y una grave incomprensión del papel que ellas cumplen en la vida social y en el propio prestigio de una institución como el Senado. Y sería grave que algo así ocurriera en la institución que, por tener a cargo las reglas, es la que finalmente y en última instancia enseña a los ciudadanos qué es correcto de hacer en la vida social y qué en cambio es incorrecto», sentencia magistralmente Carlos Peña.