viernes, noviembre 22, 2024

Carlos Peña le da con todo y desnuda a Guillier: «Nada de esto es serio»

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Este domingo, el sermón de Carlos Peña es implacable, directo y brutal, deja al desnudo la candidatura de Alejandro Guillier, el periodista que dicho sea de paso no dejó los mejores recuerdos por los medios donde pasó, pero así y todos se empina como “LA” carta para vencer a Lagos en la nueva Mayoría. Guillier cuenta además con haber sido militante en los 70 del Partido Socialista (¡Tremendo descubrimiento!) por lo que le servirá para lograr la división del PS que se debate entre Lagos o nada.

Pero volvamos a la columna-análisis de Carlos Peña que publicó este domingo en el ya añejo y cada vez menos leído Mercurio. Bajo el tíluto “El Candidato Guillier” Peña simplemente destroza al candidato: “Desde que se recuperó la democracia ha habido en Chile personajes extraños a los partidos, personas que presumían ser lejanas a la clase política y peroraban acerca de los verdaderos intereses de la gente, y que han intentado hacerse de la Presidencia…».

A continuación reproducimos íntegramente el testo de Peña.

“Desde que se recuperó la democracia ha habido en Chile personajes extraños a los partidos, personas que presumían ser lejanas a la clase política y peroraban acerca de los verdaderos intereses de la gente, y que han intentado hacerse de la Presidencia.

Ahí están, con sus diferencias, los casos de Errázuriz, Parisi, Claude, Sfeir.

Al igual que ellos, él gusta presumir -en un tono que se cuida de ser asertivo, dejando siempre espacio para retroceder, como si supiera que en lo suyo hay una impostura- de que no es político y que, al revés de estos últimos, conoce los verdaderos intereses de la gente. Guillier elude el conflicto, sonríe y se deja acunar en entrevistas amistosas. Y al igual que todos los habitantes del Congreso, está aguijoneado por la ambición más propia del político: hacerse del Estado.

Hay, sin embargo, una diferencia entre su caso y los anteriores, una diferencia que es sintomática del estado en que se encuentran la centroizquierda y la democracia chilenas.

Y es que los partidos, el PS y el PPD, pueden estar tentados de tomárselo en serio.

Que el Partido Radical -un náufrago que respira con dificultad y bracea apenas en el mar de la política- lo haga es comprensible; ¿pero el PPD o el PS?

Sartre enseñaba que lo propio de la condición humana consistía en hacerse mediante las elecciones que se adoptaban. Eligir, enseñaba, era elegirse. Lo que vale para los seres humanos, vale también para los partidos. Al elegir candidato, eligen también lo que quieren para el futuro.

Hasta Lagos, las elecciones que el PS ha realizado después de la dictadura han prefigurado una voluntad política e histórica cuyo sentido es perfectamente identificable: construir una centroizquierda amistosa con la modernización, confiada en guiar las fuerzas del mercado hacia mayores niveles de bienestar para todos. Esa voluntad histórica se ha mantenido incluso -a pesar de los gigantescos malentendidos intelectuales y los torpes errores- con Michelle Bachelet. Y el resto de quienes asoman, con posibilidades o sin ellas, como candidatos, quienes tienen o la fuerza o apenas los anhelos de serlo, también prefiguran una cierta voluntad, por llamarla así, histórica. Esa voluntad se muestra en la trayectoria (Insulza) o en la trayectoria y en las ideas (el segundo Lagos). Pero, ¿qué voluntad podría prefigurar para esos partidos alguien que no tiene trayectoria y que, si se le juzga por sus actos, como corresponde, carece de ideas?

El gran problema que presenta la candidatura de Alejandro Guillier es que él constituye un síntoma de lo que podría llamarse la banalidad que ha adquirido lo político, una ligereza similar a la que Lavín tuvo alguna vez, algo parecido al silencio de la segunda candidatura de Michelle Bachelet: un silencio tal -Lacan lo llamaba «hacerse el muerto»-, que permite que las audiencias proyecten en él todas sus expectativas y crean que es él quien sabe cómo realizarlas. ¿Acaso no es este espejismo lo mismo que ha conducido a la decepción del presente? ¿Acaso el gran defecto de Bachelet -el defecto que permitirá, es lo más probable, que derecha se haga del poder- no ha sido ese, el de servir de pantalla en la que cualquier expectativa podría aspirar a ser realizada?

La tentación del PS y del PPD es enceguecerse por la popularidad que muestra Guillier en las encuestas.

Pero la popularidad no es hegemonía; la simpatía no es adhesión; las cuñas periodísticas no son ideas; el programa, si se alcanzara, no equivale a un proyecto. ¿Será necesario reiterarlo después de la experiencia de la segunda Bachelet?

En esto, la derecha parece haber aprendido más rápido que la centroizquierda.

La derecha tuvo a su Guillier más temprano: se llamó Lavín. Fue la época de los verdaderos intereses de la gente, de la cercanía, del hablar fácil, casi lábil, de la distancia con los políticos. Pero la derecha acabó triunfando con Piñera, que representó, y aún representa, un proyecto de futuro para la derecha a tal extremo, que lo más probable es que se haga, en la siguiente presidencial, del poder.

Y lo único que faltaba -Dios se apiade- es que la derecha sea ahora la representante de la seriedad del sistema político y la centroizquierda la que abrace, aferrada a lugares comunes, a la banalidad del poder, la liviandad de la época.

Si algo así ocurriera significaría que quienes se niegan a votar, y desconfían del poder y la competencia política, tenían toda la razón.

Nada de esto es serio”, sentencia Carlos Peña dejando un manto de incertidumbre ante tan gris escenario.

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