No hay cerdos en las imágenes de Robert Bahou; solo perros y gatos que mayormente miran a la cámara, pero sus rostros no reflejan idolatría o desprecio, sino algo parecido a una callada serenidad. ¿Qué hay en la cara de un animal? ¿Qué dice esa apariencia que no sepamos? Quien ha vivido alguna vez con uno (un perro, un gato, quizás alguna de las variantes más exóticas de la convivencia entre seres humanos y animales: un conejo, una serpiente, un papagayo) sabe que, más que en los sonidos que producen, es en su rostro en el que pueden leerse sus emociones.
En Argentina suele decirse: “No hay prenda [animal] que no se parezca a su amo”, pero para quien ha vivido con uno es evidente que la cara de un animal no es una superficie reflectante de nuestros temores y sentimientos, sino una aparición única, el vehículo de una mirada que nos interroga digna y calladamente sobre nuestras preocupaciones y alegrías, que el animal observa pero tal vez no comprende, instalado como está en el amor o la indiferencia hacia nosotros, sus testigos.
Fuente: El País