Que sean comunistas quienes defiendan el funcionamiento de los mercados, parece una idea extraña, sin duda contraria a la común opinión que se tiene de ellos: enemigos de la propiedad privada, de la empresa y de los empresarios, entusiastas estatistas y émulos de la planificación centralizada. Lo que, sin embargo, y más allá de la paradoja, resulta una ironía, es que sean liberales quienes, abandonando la defensa del mercado, justifiquen ideológicamente la barbarización de los intercambios económicos y comerciales y exalten la competencia salvaje.
El ejemplo más notable, entre los varios casos de colusión que se ventilan por estos días, en su mayoría perpetrados por fieles paladines de la libertad económica, es el del mercado farmacéutico. Ha sido el alcalde comunista del municipio de Recoleta el que ha creado una farmacia al alcance de las familias más necesitadas y vulnerables de la comuna. En ésta, especialmente los adultos mayores pueden encontrar medicamentos a un precio veinte y hasta treinta veces menor al fijado por Farmacias Ahumada, Cruz Verde y Salco Brand, sancionadas en el pasado por concertar alzas de precios en 222 específicos.
Se trata de una iniciativa local, vecina a las personas y comunidades, por lo que no se le pueden imputar propensiones estatistas o totalitarias. Como diría un liberal, estamos en presencia de un nuevo actor que entra al mercado y a la libre competencia, dificultando la colusión de quienes ya están en ellos. Aparece una nueva empresa pública cuyas operaciones deben ser trasparentes y estar sometidas al escrutinio de los ciudadanos y al control del Concejo Municipal. Pero donde su mayor mérito está en garantizar el derecho a la salud de toda la población, y no sólo de aquella que puede adquirir remedios en las grandes cadenas o viajar a Tacna y Mendoza para traerlos. El proyecto en ejecución desde octubre es una gran innovación social que, con el apoyo del gobierno, podría ser emprendido por otros municipios.
A los liberales no les gusta, pese a que estas farmacias populares promueven la ética en los negocios y la desconcentración del poder, atributos sin los cuales los mercados carecen de legitimidad política. ¿Precisan los mercados de esta legitimidad? Por cierto que sí, pues, si los mercados pueden funcionar y expandirse, es porque un Estado constitucional de derecho y unas instituciones democráticas así lo permiten. Luego, si los límites de los mercados están determinados por la ley —en cuya formación participan todos los ciudadanos, sea de manera directa o a través de sus representantes— no pueden estar sobre la ley, sino subordinados a ella.
Para los liberales, sin embargo, es de la esencia de la libertad de empresa la posibilidad de perpetrar abusos, por lo que no se podrían prevenir estos abusos sin afectar aquella esencia. «Sería un grave error —dicen— limitar a priori la libertad de empresa para intentar prevenir cualquier abuso».
Pero ésta es una falsa inferencia, pues no existe libertad en el vacío, sino dentro del Estado constitucional y democrático de derecho, que salvaguarda la libertad propia y la de los demás. De entrada, la libertad de empresa está limitada por los impuestos que se recaudan para atender las necesidades de bien común. También está limitada por los derechos fundamentales de los trabajadores y por las protecciones del medio ambiente de todos, que en aras de la libertad de empresa no se pueden transgredir. Y, desde hace unos 70 años, está restringida por el derecho de la competencia, en virtud del cual su ejercicio deja de ser un asunto privativo del empresario para convertirse en una libertad pública que entraña el buen funcionamiento de los mercados y la defensa de los consumidores, empresarios y competidores.
El derecho de la competencia impide que, apelando a la libertad de empresa, los empresarios puedan engañar y oprimir al público, coludiéndose entre sí para distribuirse la producción, elevar los precios y prohibir que entren a la competencia nuevos competidores.
Como puede verse, el criterio para precisar cuándo la competencia está siendo suficiente, libre y no falseada, no deriva de una premisa comunista, sino de una muy liberal cual es la de suponer que el mercado se comporta racionalmente.