miércoles, diciembre 4, 2024

El “Estado Islámico” a dos años de su creación oficial: Desarrollo y perspectivas

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A fines del pasado mes de junio ha cumplido dos años de existencia oficial el autodenominado Estado Islámico (EI), la organización sunnita wahabita que parece estar tras los recientes atentados terroristas perpetrados en el Viejo Continente, que coparon las primeras planas de los periódicos más importantes y generaron duras condenas de los principales líderes mundiales, entre ellos el Papa Francisco. En efecto, su constitución fue anunciada el 29 de junio de 2014 por el hasta entonces líder del grupo Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIS), también denominado Daesh por académicos y periodistas occidentales. El personaje en cuestión, un clérigo doctorado en Estudios Islámicos en la Universidad de Bagdad llamado Awad Ibrahim pero más conocido por su nombre de guerra Abu Bakr al-Baghdadi, una semana más tarde se autoproclamó Califa Ibrahim para los creyentes de todo el globo, en ocasión de un sermón pronunciado en la mezquita Al-Nuri de la ciudad iraquí de Mosul, conquistada poco antes.

De acuerdo a algunas visiones, la constitución del EI fue un acto de enorme trascendencia, tal vez infravalorado, al punto de ser catalogado como “un cambio pivotal en la historia tanto de Medio Oriente como de la fe islámica”. Es que el nuevo actor del tablero mesooriental generaba dos impactos de enorme magnitud. Por un lado, impugnaba el Acuerdo Sykes-Picott que en el año 1916 había rediseñado el mapa de la región, desde el momento en que se autodefinía como una nueva unidad geográfica estructurada a partir de un núcleo conformado por los territorios de Siria e Irak, con la idea de alcanzar la misma superficie que en algún momento había alcanzado la expansión del Islam. Por otra parte, restituía la idea del Califato, una idea surgida con Mahoma en el siglo VII y que sobrevivió hasta el siglo XIX, cuando el título de Califa es empleado por última vez por Abdulmecid-I, entre 1823 y 1861; cabe recordar que con la disolución del Imperio Otomano y la constitución de la Turquía moderna en 1924, por obra de Atartuk, esa denominación fue extinguida.

Accesoriamente, puede decirse que con la declaración del Califato, el grupo de al-Baghdadi dejaba atrás promesas de similar tenor que con anterioridad habían formulado otros actores no estatales del mundo musulmán. Esos serían los casos de la organización panislamista Partido de la Liberación (Hizb ut-Tahrir), fundada en Jerusalén en 1953 por un palestino erudito en asuntos islámicos y con presencia virtualmente global, que abjura de metodologías violentas; de su escición al-Muyarihum, constituida en 1983 por el sirio Omar Bakri Muhammad y el británico Anjem Choudary, afectos al empleo de las armas; e incluso de la propia Al-Qaeda, quien consideraba a la mencionada institución islámica como un anhelo que todavía no podía llevarse a la práctica, por inexistencia de condiciones favorables. En otras palabras, EI había logrado llevar a la práctica aquello que los responsables del 11S no habían conseguido.

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Sin embargo, en algo se asemejaba el agresivo grupo que emergía de la toma de Mosul y la organización de Osama bin Laden: la adopción de un modelo de expansión basado en la suscripción de convenios con organizaciones esparcidas en todo el espacio musulmán, las que en sus respectivos países se transformarían así en capítulos locales de EI. Una suerte de “sistema de franquicias” donde ambas partes obtenían nítidos beneficios, aplicado con éxito en numerosos países del Maghreb y el Sahel africanos, así como en el sudeste asiático. Destacan en este esquema las organizaciones Ansar al-Sharia de Libia, Boko Haram de Nigeria, Katibah Nusantara de Indonesia y Abu Sayyaf de Filipinas. Es materia de debate si la subordinación de estas organizaciones se motiva en una lealtad verdadera o en una transitoria conveniencia, siendo interesante recordar que los filipinos de Abu Sayyaf, que en nombre de EI asesinaron al ciudadano canadiense Robert Hall, hasta no hace mucho se encuadraban en la red de Al-Qaeda.

Respecto a su origen, suele simplificarse el asunto indicando que su antecesor es el grupo Al-Qaeda en Irak (AQI) conformado por el jordano Abu Musab al-Zarqawi hacia el año 2003. Sin embargo, la realidad es más compleja y presenta algunos aspectos oscuros referidos sobre todo a al-Baghdadi, quien había sido atrapado por Estados Unidos tras su ocupación de Irak, y liberado en el año 2005. Quedan claras las razones de su encarcelamiento, pues al-Baghdadi había creado y lideraba el sanguinario grupo insurgente Yaish al-Sunna, que operaba en la región de Diyala, al este de Bagdad. Pero no hay explicaciones para su repentina liberación menos de un año más tarde. De ahí que algunas lecturas sugirieran que desde un primer momento este personaje, y por extensión EI, operó en coordinación con (hipótesis de mínima) o bajo el control de (hipótesis de máxima) la Casa Blanca. Un ejemplo en este sentido lo proporcionó Steven Chovanec, analista del portal Global Research, quien sostuvo que desde Washington se fomentó la constitución del EI con el doble objetivo de desarrollar una oposición al régimen de Bashar al-Assad y contener a Irán.

Sería más acertado decir que AQI fue en realidad Jama’at al-Tawhid w’al-Jihad, una organización que al-Zarqawi creó en 1999 cuando dejó la prisión a la que había entrado un lustro antes bajo cargos de terrorismo, y luego subordinó a Osama bin Laden por cuestiones de conveniencia, aunque siempre mantuvo autonomía operativa y una agenda propia. Sus blancos incluían a la población chiíta del país, y en este sentido se destaca el atentado perpetrado en agosto del 2003 contra una mezquita en la ciudad de Najaf, con un saldo de ciento veinticinco chiítas muertos, entre ellos el ayatollah Mohammed Baqr al-Hakim, líder del proiraní Consejo de la Revolución Islámica en Irán.

A esta entidad se incorporó tras su liberación al-Baghdadi en carácter de miembro del tribunal islámico de una de las ciudades controladas y, luego del abatimiento de su jefe el año siguiente por parte de tropas estadounidenses, en las afueras de Bagdad, se consolidó en su rol de asesor de sus nuevos líderes, el iraquí Abu Omar al-Baghdadi y su lugarteniente egipcio Abu Ayub al-Masri. La muerte de estos dos dirigentes en combates librados en marzo de 2010 en cercanías de la ciudad de Tikrit, permitió finalmente que al-Baghdadi se transforme en cabeza de la organización.

Al-Baghdadi
Al-Baghdadi

En su nueva posición de mando, al-Baghdadi renombró a su organización Estado Islámico de Irak (ISI). Se ratificó la lucha contra los chiítas iraquíes, agregando a los kurdos de la región septentrional, cuyos combatientes peshmerga se revelaron como un encarnizado adversario que no sólo le propinó importantes bajas, sino que evitó la caída de la ciudad de Kirkuk, de alto valor por su infraestructura petrolera . A partir del año 2013 la novedad, de enorme trascendencia estratégica, consistió en la participación en el conflicto interno que había estallado en Siria a partir de una revuelta contra el mandatario al-Assad, de la minoría alawita, dentro del proceso conocido como Primavera Árabe. En el marco de ese involucramiento, en abril de ese año al-Baghdadi proclamó la fusión de ISI con el grupo local Jabhat al-Nusra, que hasta ese momento respondía a Al-Qaeda, dando lugar al surgimiento del ya referido ISIS, que dio por terminado cualquier vínculo con la entidad responsable del 11S. Dos meses más tarde, tras la conquista de la ciudad de Raqqa, ubicada en el oriente sirio, fijó allí su nueva sede.

Aunque a esta altura de los acontecimientos reviste un papel anecdótico, cabe señalar que existen tres versiones diferentes sobre el proceso que en esos momentos encabezaron el ISI y Jabhat al-Nusra, para desembocar en ISIS. La primera lectura corrobora que ambos grupos se fusionaron sin mayores inconvenientes; una segunda, indica que tal fusión no se llevó a cabo debido a su rechazo por parte de Abu Muhammad al-Julani, líder de Jabhat al-Nusra; y la tercera, que ambos grupos se fusionaron a pesar de la oposición de al-Julani, quien en consecuencia abandonó su grupo para fundar uno nuevo.

Abu Muhammad al-Julani
Abu Muhammad al-Julani

El arrollador avance inicial del EI, lejos de las explicaciones “monistas” que se concentran en una sola causa, debe comprenderse a partir de la conjunción de diversos factores. Entre ellos, el aprovechamiento en beneficio propio del profundo rechazo que en la minoría sunnita, que había tenido un claro predominio con Sadam Hussein, generaban las políticas sectarias de sometimiento y marginación que desde el año 2006 llevaba adelante el presidente Nuri al-Maliki en Irak. Esa conducta incluía desde la expulsión del aparato estatal y las Fuerzas Armadas de empleados y funcionarios de esa corriente musulmana, hasta la tolerancia frente a las torturas y asesinatos de miles de ciudadanos a manos de milicias chiítas, con claro sentido revanchista.

La capitalización en beneficio propio que hizo EI del sectarismo de al-Maliki fue doble: por un lado, incrementando su apoyo en importantes sectores de la población; por otro, incorporando a sus estructuras a recursos humanos altamente calificados, usualmente miembros del Partido Baas, en especial en el área de la administración pública y en su aparato militar. Así, sumó brillantes comandantes y avezados combatientes que contribuyeron decisivamente a sus conquistas territoriales, a la vez que eficientes técnicos que se hicieron cargo de su posterior administración. Exactamente lo contrario ocurría en el bando opuesto, de acuerdo a algunas crónicas, con Fuerzas Armadas politizadas y desprofesionalizadas, y un aparato estatal signado por el nepotismo y la corrupción.

La anterior referencia a la disponibilidad, por parte de EI, de capacitados cuadros técnicos que contribuyeron a una eficiente administración de los territorios conquistados en combate, es fundamental. Es que tal control territorial incluía la imposición del orden público, acabando con una situación anárquica que favorece los actos de corrupción por funcionarios venales del régimen de turno, y la expoliación de los recursos de la población. La mejora de la situación de los lugareños se acompañó con la creación o reactivación de las instituciones políticas y el aparato productivo, y la implementación de planes sociales. En otras palabras, y tal cual acontece en muchas partes del globo, era el caso de un actor no estatal que supo capitalizar en su beneficio la conducta de Estados que, más allá de lo declamativo, han permanecido ausentes de espacios signados por la pobreza crónica, la desilusión reiterada y la falta de perspectivas en el futuro.

En forma simultánea a su eficiente administración de los espacios geográficos bajo su control, imponiendo el orden y reactivando los servicios públicos, el EI confirmó su sesgo salafista de corte wahabita eliminando en forma sistemática todo rastro de otra cultura. Más de un centenar de templos, panteones, mezquitas, tumbas, iglesias, santuarios y estatuas de diverso tipo fueron reducidos a escombros. El caso más resonante, aunque de ninguna manera el único, fue el sitio arqueológico de Palmira, un caso que el director de antigüedades y museos sirios calificó como “una catástrofe internacional” . Al mismo tiempo se saquearon museos y bibliotecas, destruyendo o vendiendo sus libros y obras de arte, a un punto tal que Irina Bokova, directora de la UNESCO, promovió (infructuosamente, hay que decirlo) una resolución de la ONU que prohíba todo comercio con bienes que procedan del patrimonio cultural de Irak y Siria.

Desde el punto de vista económico, todo ese vasto y efectivo accionar de EI en Irak y Siria se sustentaba en vastos y variados recursos. En aquellos momentos fundacionales, el periódico británico Daily Telegraph estimaba que la organización obtenía cerca de US$ 2 millones al día por ventas de petróleo procedente de refinerías en los dos países mencionados, además de US$ 7 millones mensuales en concepto de extorsiones y cobros de “protección” a negocios locales, así como de la venta de artefactos saqueados. A los montos anuales de US$ 720 y 84 millones, respectivamente, que surgen de esos cálculos, se le deberían agregar cerca de US$ 70 millones, que era lo obtenido el año anterior gracias al pago de rescates de rehenes.

Pero hay más. Es una verdad a gritos que a las arcas de EI ha llegado, en concepto de contribuciones a su causa, abundante dinero procedente de otros países de Medio Oriente que tienen fuertes intereses en el tablero estratégico regional. Por caso, Arabia Saudita, Qatar, otras naciones del Golfo e incluso Turquía. Por supuesto todos lo niegan, aunque en ningún caso se habla de un apoyo abierto y directo, sino de complejas triangulaciones con intermediarios y organizaciones de fachada. En esta línea de pensamiento, incluso Europa tenía responsabilidades en esta financiación pues de acuerdo a Sami Ramadani, especialista de la Universidad de Londres (CUL), la Unión Europea importaba petróleo que oficialmente era turco pero en realidad procedía de zonas sirias bajo control de EI. Como retribución por su papel de intermediario, que no sería del todo desconocido para el Viejo Continente, este grupo colaboraba con el gobierno de Ankara en la lucha contra un enemigo común, los kurdos.

Esa sólida base económica, le permitió a EI contar con la importante y compleja maquinaria bélica empleada para conquistar los territorios en los cuales fundó el Califato. Una maquinaria que fue operada por valiosos y capacitados recursos humanos que en buena medida procedían de las antiguas Fuerzas Armadas de Hussein.

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La estructura militar revela la existencia de unidades de infantería motorizada y mecanizada, caballería y artillería pesada, además de grupos de operaciones especiales y francotiradores. En un listado que de manera alguna pretende ser exhaustivo, el arsenal incluye lanzagranadas RPG; cañones remolcados Howitzer de 105 y 155mm; afustes antiaéreos ZU-23 de fabricación rusa; misiles portátiles de origen estadounidense y ruso, tanto antitanque Tow y Kornet, como antiaéreos Igla y Stinger; blindados de combate T-54 y T-55; vehículos Humvee y morteros de 120mm. De acuerdo a algunas fuentes, el grupo dispondría incluso de algunos aviones y helicópteros.

Por otro lado y complementariamente, desde las épocas en que aún era ISIS la organización utiliza de manera intensiva una enorme maquinaria de propaganda que consolida su imagen de “history-maker”, es decir, de actor que ha irrumpido en la realidad para reorientar por la senda correcta el curso de la historia. Ese aparato de propaganda, basado en Internet y las redes sociales, con énfasis en Twitter y Youtube, rompe con el bajo perfil que en este sentido exhibía Al-Qaeda y de hecho no registra parangón en otras organizaciones terroristas o insurgentes. Es tan importante este aparato que Abdel Bari Atwan, redactor jefe de Al-Quds al-Arabi, periódico árabe con base en Londres, ha calificado al grupo de “califato digital”, título que ostenta su último libro.

A lo largo de todo ese año 2014 en el cual se constituyó oficialmente EI, el flujo de individuos que se dirigían a Siria desde todos los rincones del globo, con la idea de incorporarse a sus filas, se incrementó de manera constante. Muchos de ellos procedían de Hizb ut-Tahrir y al-Muyarihum, las referidas organizaciones que también abogaban por la instalación de un califato. Hacia el mes de octubre la cifra mensual superaba el millar, sin que se haya registrado una merma tras el inicio de los bombardeos estadounidenses contra sus posiciones, que comenzaron a principios de mes de agosto con un ataque a la norteña localidad de Kobane. De acuerdo a información difundida por la Casa Blanca, hacia fines de ese año el EI ya contaba con unos quince mil combatientes extranjeros, dando lugar a un fenómeno que cuantitativamente excedía a la convergencia de combatientes musulmanes en Afganistán, tras la invasión rusa de 1979. Un dato interesante: de esos quince mil extranjeros, el 60% procedía de cuatro países: Túnez, Arabia Saudita, Jordania y Marruecos, en ese orden.

Un hecho de máxima importancia, de aquella etapa de expansión y consolidación de EI, es que se confirmó su capacidad para ejercer acciones terroristas de magnitud más allá de los territorios aledaños a su autoproclamado Califato. Europa aparecía así en la mira de la organización, que consumó su primer ataque relativamente importante en ese continente en mayo de 2014: el asesinato de cuatro personas en el Museo Judío de Bruselas, a manos de un excombatiente francés vinculado al grupo en Siria armado con un viejo fusil ruso.

Lo que en ese momento se interpretó como un hecho aislado se convirtió en un lineamiento estratégico cuatro meses más tarde, cuando el portavoz de la entidad, Abu Mohamed al-Adnani, dio a publicidad un comunicado a través del cual llama a sus fieles a matar a ciudadanos de los países que integraban la coalición internacional que los combatía. Dice textualmente el comunicado, emitido en varias lenguas (entre ellas árabe, inglés, hebreo y francés): “Si no eres capaz de encontrar una bala o un dispositivo explosivo improvisado, entonces selecciona al impío americano, francés o a cualquiera de sus aliados. Golpéale la cabeza con una roca, asesínale con un cuchillo, pásale por encima con el coche, tírale desde un lugar muy alto, estrangúlale o envenénale (…) contad con Alá y hacedlo de la manera que sea. No preguntéis a nadie ni busquéis su veredicto”.

Claramente, del mensaje del portavoz de EI surge su doble intención de adoptar represalias contra la coalición, y disuadir a cualquier potencial nuevo miembro de incorporarse a esa iniciativa multilateral. Pero también se constata tanto su decisión de capitalizar en términos concretos la gran masa de adherentes viviendo en territorio de sus oponentes, instándolos a operar como “lobos solitarios”, como su intento de arrebatar a Al-Qaeda el liderazgo jihadista internacional.

Se inició así una nueva oleada de terrorismo global cuyos principales golpes en el año 2015 se perpetraron en París los días 7 de enero (periódico Charlie Hebdo) y 13 de noviembre (teatro Bataclan); en Túnez (Congreso y Museo del Bardo) el 18 de marzo; y contra Rusia (derribo de un avión de pasajeros en vuelo desde El Cairo a Moscú) el 17 de noviembre. Además, EI sorprendió por sus capacidades operativas el 26 de junio cuando en apenas unas horas efectuó atentados en tres países, de otros tantos continentes: en Túnez, contra turistas extranjeros hospedados en hoteles ubicados en la playa; en Kuwait, contra la mezquita chiíta Iman al-Sadik; y en Francia, en una fábrica cercana a la ciudad de Lyon.

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Toda esa violencia se ha prolongado durante el corriente año, con gran cantidad de atentados en Europa, África, Medio Oriente y el sudeste asiático. Por su contundencia, se destacaron los perpetrados contra el aeropuerto y una estación de subterráneo en Bruselas el 22 de marzo; contra diferentes puntos de Bagdad los días 11 y 17 mayo, y 4 de julio (sólo en este último ataque, perpetrado en el barrio comercial Kerrada en el horario de máxima actividad de sus tiendas, se registraron más de doscientas víctimas fatales); y esta última fecha, también en Niza, en el boulevard costero donde la ciudadanía celebraba un nuevo aniversario de la Revolución Francesa. A través de todos estos hechos, EI ratificó que mantenía importantes capacidades, a pesar de la pérdida del importante bastión de Fallujah a manos de tropas iraquíes apoyadas por la coalición internacional, y de la muerte de algunos de sus más importantes jefes militares.

Incluso podría asistirse a algún evento terrorista potenciado sinérgicamente por el empleo, al menos en forma rudimentaria, de agentes químicos o biológicos, o por el uso de material radiológico en lo que se conoce como “bomba sucia”. En este sentido, hay versiones que hablan de sendos planes desbaratados por el gobierno de Kenia, por el cual un grupo vinculado a EI atentaría con ántrax contra varios objetivos locales, incluyendo centros comerciales; y por el FBI estadounidense, para frustrar la venta a la organización islámica de material nuclear por parte de una mafia rusa, en Moldavia.

Mirando al futuro
¿Qué esperar de cara al futuro? A pesar de haber sufrido importantes derrotas en los últimos meses a manos de sus múltiples oponentes (la coalición internacional liderada por Estados Unidos, los peshmerga kurdos, las fuerzas sirias leales a al-Assad e incluso la aviación rusa), que se traducen en la pérdida de más de la mitad del territorio que llegó a dominar en su mejor momento, no hay indicios de la extinción de EI en el corto plazo. De hecho el general Ray Odierno, jefe del Estado Mayor del Ejército estadounidense, consideró que esa tarea podría insumir entre diez y veinte años.

Puede suponerse que la apreciación del alto jefe de Estados Unidos es excesivamente conservadora. No obstante, no cabe duda que la derrota del grupo en el plano militar es una tarea extremadamente difícil pues, como ya hemos planteado en otra ocasión, EI ha propuesto una compleja guerra híbrida que incluye acciones terroristas, tanto en el espacio que ocupa como en otras partes del mundo, ejecutadas por sus propios cuadros, por algunos de los grupos que integran su red o simplemente por adherentes y simpatizantes devenidos en “lobos solitarios”. Todo esto complementado por actividades de propaganda, beneficiadas por el empleo intensivo de tecnología y desarrolladas a través de Internet y las redes sociales, otorgándole al plano psicológico una importancia crucial. Incluso una derrota militar de la organización, y su consecuente desalojo del espacio que ocupa en Irak y Siria, no significará necesariamente su desaparición, sino en todo caso el inicio de una desgastante fase de combates asimétricos acompañados por acciones terroristas, que podría prolongarse largo tiempo.

Desde esta perspectiva, la derrota de EI debe trascender el planteo bélico para alcanzar otros planos, en un abordaje integral. Requiere una planificación a largo plazo, con pleno involucramiento de los actores no estatales locales, así como de los países de la región e incluso de otros que no se ubiquen en esa área geográfica, pero tengan intereses en ella. Un involucramiento sincero, cooperativo, que deje atrás hipócritas políticas de “doble standard”, pujas de poder, ambiciones personales y contiendas de liderazgo. Nada de eso se vislumbra en el horizonte cercano, lamentablemente.

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***Mariano Bartolomé es profesor e investigador en temas de Seguridad Internacional en la Universidad Nacional de Lanús (UNLa), la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y la Universidad del Salvador (USAL).

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