miércoles, noviembre 6, 2024

La silla vacía

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Corría el mes de enero de 1988 y Patricio Aylwin, presidente de la Democracia Cristiana, iniciaba conversaciones con el Partido Socialista Almeyda que entonces formaba parte, junto al Partido Comunista, el MIR, sectores de la IC y del MAPU, de la combinación Izquierda Unida, heredera, a su vez, del Movimiento Democrático Popular. Los frutos de dicho acercamiento fueron inmediatos.

Al mes siguiente se realizó el acto de constitución de la Concertación de Partidos por el No. Ahí, a la derecha de Aylwin, que encabezaba la ceremonia, se instaló una silla vacía destinada a Clodomiro Almeyda, a quien la dictadura mantenía en la cárcel acusado de transgredir el artículo octavo de la Constitución de 1980 que prohibía a comunistas y socialistas reunirse, organizarse y expresarse.

El simbolismo de la silla vacía es memoria latente que sigue iluminando las decisiones del presente. La silla vacía marca el reencuentro de democratacristianos y socialistas. Sella asimismo en la izquierda el agotamiento de la vía armada como alternativa de salida de la dictadura. Marca el inicio de la reunificación socialista y el distanciamiento, y tácito aislamiento, del Partido Comunista sobre el fondo del inminente derrumbe de la Unión Soviética y el fin del siglo XX. Pero, sobre todo, liquida la reedición de los tres tercios electorales que el golpe de estado congeló en 1973, al desechar, pese a los deseos de Adolfo Zaldívar y de los llamados “renovadores”, sus principales impulsores —pero también de Aylwin—, la estrategia de una coalición chica integrada por la DC, el PR, la Alianza de Centro, la Social Democracia, el PADENA y la USOPO.

En su biografía, Mi vida: de la infancia hasta la lucha contra la dictadura, el ex presidente Ricardo Lagos escribe que «a diferencia de Gabriel Valdés, Aylwin, además de apoyar la inscripción del partido, era favorable a una “coalición chica”, de centro y centro-derecha, con exclusión del mundo socialista». Sin embargo, la alianza política que surgió, y que no sería nunca la misma en ninguno de los gobiernos que se sucedieron, quedó conformada por diecisiete partidos de centroizquierda, aunque de vez en cuando el fantasma del centro prodigioso hace su aparición.

La silla vacía representa el reconocimiento a los que no están. Es el tributo que se ofrece a todos los perseguidos, todos los presos políticos, todos los ejecutados, todos los exiliados, todos los detenidos desaparecidos, todos los que lucharon por la democracia y la libertad y que ya no nos acompañan. En su reverso, es un fuerte no a la exclusión, un rotundo no a la presencia virtual, holográfica, de partidos y movimientos populares que han contribuido a la historia de Chile.

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