Una extraña columna en El Mercurio escribe este viernes el cardenal Jorge Medina, quien culpa a la “sexualidad” y la “castidad” de los delitos de abusos sexuales cometidos por religiosos en distintas diócesis del país y mantiene en una de las peores crisis a la Iglesia Católica chilena.
En su texto, Medina comienza su reflexión indicando que escribe sobre un tema que no está “de moda”, pero que para él es relevante y es la “castidad” que “significa la moderación en el ejercicio de la sexualidad”.
Desde su perspectiva, el prelado señala que “este ejercicio está sometido a un impulso que es de suyo natural, pero que sufre los efectos de una fuerte distorsión que lo lleva a expresiones en ocasiones violentas, reflejo de un exacerbado egoísmo”.
“En su expresión genuina, que se sitúa en el ámbito de la vida conyugal dentro del estado matrimonial entre un varón y una mujer, el ejercicio de la sexualidad genital se nutre del mutuo respeto, de la fidelidad amorosa, de las responsabilidades generosamente compartidas, de los sacrificios cabalmente asumidos, e incluso de un crecimiento espiritual que es manifestación de la adquisición de una progresiva madurez”, explica.
En ese sentido, el religioso ultraconservador precisa que “fuera del ámbito conyugal no es raro que el apetito inmoderado de la búsqueda de la satisfacción sexual conduzca, desde situaciones de acoso hasta hechos de suma violencia, que pueden llegar, por la vía de los celos, hasta límites verdaderamente criminales, como son los asesinatos y feminicidios, o también los abortos procurados. Pero también pueden ser manifestación no de un verdadero amor, sino de un refinado egoísmo, del todo ajeno a una visión auténticamente humana de la relación de cada cual con sus semejantes. Es el caso de la prostitución, así como de otros abusos que constituyen un violento mentís al respeto debido a la dignidad humana que debe ser considerado como un genuino deber frente al derecho ajeno de no ser atropellado ni menospreciado”.
Medina menciona que en todas las actividades humanas, el ejercicio del impulso sexual puede ser desordenado y llegar “hasta tener características patológicas que caen dentro del campo de la psiquiatría y cuyos orígenes no han sido, hasta ahora, identificados con certeza por la ciencia. Es el caso, no el único, de aberraciones extremas, como son la pedofilia y la necrofilia, así como lo son otras distorsiones que pueden afectar en diversos porcentajes a miembros de la humanidad”.
En la parte medular de su columna, el cardenal sostiene que “algunos actos reñidos con la virtud de la castidad han sido considerados no solamente pecados en el sentido moral, sino también delitos en el ámbito de la comunidad, sea civil o política, sea también religiosa”.
“En tales casos han sido objeto de justificadas penas o sanciones que expresan, por una parte, el rechazo de la comunidad, y por otra la voluntad de impedir su reiteración y de dar al culpable la oportunidad de enmendarse. Tales penas suponen su aplicación luego de un debido y regular proceso, y a partir de la presunción de inocencia, en el que se acredite la veracidad de los hechos y la culpabilidad del hechor. Los criterios para establecer las referidas penas no han sido siempre idénticos en el campo del Derecho Canónico y en el del Derecho Penal Civil”, afirma.
Y agrega que “en ambos ordenamientos jurídicos se reconoce, sin embargo, la posible existencia de circunstancias agravantes o atenuantes, como pueden ser, entre otras, la reiteración, la premeditación y el hecho de valerse, por parte del hechor, de una situación de autoridad que hace más vulnerable aún a la víctima del abuso, o bien la irreprochable conducta anterior de la persona que lo cometió. Tal puede ser, y lo ha sido efectivamente, el caso de personas que han ejercido el magisterio a diversos niveles, o el de ministros religiosos. En tales casos existe una doble jurisdicción competente: la de las autoridades judiciales civiles, y la de los responsables de la comunidad religiosa, aun cuando las medidas punitivas puedan ser, en uno y otro caso, bastante diversas, en virtud de la naturaleza misma de las respectivas competencias”.
Por tal motivo, Medina cree que la castidad no es solamente un valor humano, sino que ocupa un lugar importante en la conducta cristiana.
Y continúa, precisando que “la castidad es una virtud, es decir, un modo habitual de comportarse en el campo de la apetencia sexual. Se puede afirmar que la castidad es la custodia y guardiana del verdadero amor. Como muchos otros hábitos, la castidad necesita una educación y no una «educación sexual», como si debiera impregnar necesariamente toda la actividad humana, sino una «educación de la sexualidad» que contribuya a la armonía del comportamiento humano”.
“Esa educación es mucho más que una información acerca de la biología y de la fisiología de la reproducción, pues debe incluir la enseñanza de valores y modelos morales que sirvan para impulsar hacia comportamientos personales verdaderamente humanos y socialmente constructivos. Esa educación es necesaria a todo ser humano y lo es, especialmente, para quienes, por diversos motivos, han optado o viven en una condición celibataria. A la educación de la sexualidad pertenecen, por cierto, el cultivo del sentido del pudor, la renuncia a cualquier forma de provocación erótica, y el rechazo tanto del exhibicionismo como del vocabulario soez”, sostiene.
Posteriormente, la reflexión de Medina aborda algunas partes de la Biblia, haciendo referencia al Antiguo Testamento y a hechos “sumamente reprobables” como la conducta de los habitantes de Sodoma o lo que considera como “infame” adulterio del rey David, pero resalta la vida célibe de José, Tobías y su esposa Sara, como también las expresiones de Job.
Y continúa señalando que en el Nuevo Testamento se destaca la enseñanza de Cristo, citando algunas partes en donde se señala que “‘No cometerás adulterio’. Pero yo os digo. Todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón» ( Mt 5, 27s)”.
Finalmente, Medina concluye su exposición mencionando que “el tema de la castidad no es, pues, fruto de una mezquina mojigatería ni de un malsano menosprecio, de tipo maniqueo, de las realidades materiales, sino que nace de la necesidad de educar y controlar nuestra naturaleza herida por el pecado y que con frecuencia apetece lo que le es grato sin la debida moderación y rectitud”.
El cardenal Medina se ha caracterizado en ser un ferviente defensor de la moral y ultraconservador, rechazando la homosexualidad, incluso hay que recordar varios episodios “ridículos” como cuando pidió al gobierno prohibir el ingreso de la banda de heavy metal Iron Maiden por considerarla satánica, o el pretender requisar la revista Playboy o la crítica al concierto dado por Madonna.