La disuasión —hoy, por algunos, declarada obsoleta o anacrónica— admite dos perspectivas: i) como una estrategia dirigida a un oponente para generar una actitud a favor propio, y ii) como un conjunto de acciones que, apoyándose fundamentalmente en su dimensión intimidatoria, persigue dejar en evidencia los costos asociados a un proceder determinado.
Respecto a la primera acepción podemos señalar que, como estrategia que es, trae consigo la realización de una serie de actividades que indirectamente deben provocar una actitud —del adversario u oponente— favorable a un fin previamente concebido, teniendo en cuenta que para catalogarse de estrategia de disuasión debe al menos buscar la correlación entre ingenio, actitud, engaño y tiempo.
En su segundo sentido, la disuasión entendida como un mero acto declarativo e intimidante, podrá transformarse en una carrera armamentista difícil de sostener y, en vez de lograr el efecto deseado, puede conducir a que el oponente se cohesione en procura de sus propios objetivos. Es decir, cuando la actitud disuasiva se declara explícitamente como tal, deja de ser una estrategia en sus fines.
En nuestra opinión, hoy la disuasión está absolutamente vigente como estrategia, no como un intento de amedrentar por la vía de poseer un mayor potencial militar. La estrategia disuasiva se podrá dar en la medida que el oponente no conozca nuestra intención, exista un objetivo previamente definido, sea creíble, existan capacidades disponibles y, fundamentalmente, que se perciba la voluntad de utilizar dichas capacidades.
La Política de Defensa de Chile ha sido definida como de carácter disuasivo y de orientación fundamentalmente defensiva , además de ser explícita en cuanto a la mantención de las capacidades defensivas para evitar que el efecto disuasivo que se persigue sea debilitado. En este criterio subyace la búsqueda del necesario equilibrio entre confianza y disuasión —los que más que conceptos contrapuestos, deben ser asumidos como complementarios—, en tanto ambos contribuyen a crear las mejores condiciones para el logro de objetivos nacionales, sea en el plano del desarrollo como en el de la seguridad.
En este orden de ideas, el desarrollo de un poder nacional equilibrado y consistente es, tal vez, el elemento de mayor relevancia para sostener un efecto disuasivo, especialmente en el mundo globalizado de nuestros días, por cuanto se potencia el desarrollo de las fuerzas y otorga una mayor estatura político-estratégica, que redunda en un mayor grado de influencia en el ámbito internacional y en nuestro entorno estratégico, contando en consecuencia con mejores herramientas para la promoción y defensa de nuestros intereses.
Siendo parte de esta idea la variable económica, esta se ha potenciado como un factor de carácter estratégico, ejerciendo especial influencia en el ámbito vecinal y regional, al crear condiciones de intercambio e integración que tienden a prevalecer sobre objetivos cuyos efectos no se hacen sentir tan directamente sobre las opciones de acceso al bien común de una sociedad. Los regímenes de intercambio económico suelen anteceder a los cambios de orden político y de seguridad, por tratarse de una actividad de mayor inmediatez y cuya concreción depende en gran medida de la audacia e interés de privados; sin embargo, no puede dejar de considerarse que el establecimiento de un adecuado marco político favorece las iniciativas en este orden .
Desde la perspectiva planteada, el desarrollo de una economía eficiente y vigorosa contribuye significativamente a sustentar un esfuerzo disuasivo. Es más, prácticamente constituye un factor de disuasión sobre la base del incremento del prestigio del país, el potenciamiento de sus instituciones y su relación con otros Estados y organizaciones, logrando un efecto sinérgico que incrementa el poder nacional; de ahí su capacidad de influir en el manejo de situaciones de conflicto y de respuesta ante las amenazas.
Resulta indispensable, al terminar este breve análisis, reiterar una visión amplia del concepto de disuasión en lo referido a su carácter de medio de la política exterior de un país, que no opera por sí sola ni es un fin en sí misma, siendo necesario contextualizarla en los intereses nacionales y su debida preservación, así como en la interacción de las políticas de relaciones exteriores y de defensa.
Finalmente, es importante reiterar que, siendo la disuasión una estrategia que opera sobre la percepción de riesgo del oponente, su credibilidad no debe descansar solo en la capacidad militar, por cuanto este factor es fácilmente soslayable por Estados que suelen optar por judicializar sus controversias o que no temen asumir conductas poco ortodoxas en materia de relaciones internacionales.
En síntesis, lograr un efecto disuasivo creíble y efectivo requiere de la integración y coordinación de diversos esfuerzos para que un país adquiera el carácter de actor internacional relevante y, a la vez, debe caracterizarse por su unidad en torno a los intereses permanentes, por ser económicamente sano y fuerte, políticamente estable y con una capacidad militar eficiente y prestigiada. ¡Todo ello parece tenerlo nuestro país!, la invitación es a asumir los desafíos y ejercer la disuasión en nuestro entorno estratégico como una herramienta válida para el logro de los intereses nacionales.