El jefe de gabinete de Cristina K, Anibal Fernández se encontraba en el Luna Park, donde el oficialismo esperaba expectante los resultados de las elecciones. Fue uno de los pocos privilegiados que supo con antelación, lo que estaba sucediendo en la Provincia de Buenos Aires, donde éste se postulaba como candidato a gobernador. Es una provincia clave en el mapa electoral argentino. Y estaba siendo derrotado por la nueva estrella de la política argentina, María Eugenia Vidal, de Cambiemos. En un distrito considerado un baluarte del peronismo, y donde vota el 38 % de la fuerza electoral, la candidata de Macri lo estaba superando y la derrota ya no se podía revertir: Fernández un incondicional de Cristina, salió en silencio por la puerta de atrás, sin hacer declaraciones.
Al día siguiente cuando muchos argentinos se daban cuenta-porque pasaron más de seis horas sin conocerse ni entregarse resultado de ningún tipo- que no sólo el kirchnerismo había perdido en la provincia de Buenos Aires, sino también en la capital, y que el candidato presidencial de Cambiemos Mauricio Macri, llevaba al kirchnerista Scioli a enfrentar una segunda vuelta el próximo 22 de noviembre. Y lo que era aún peor, con una diferencia de sólo dos puntos y medios entre ambos. Ya era evidente que el resultado electoral había golpeado al kirchnerismo en uno de sus órganos vitales: su pretensión hegemónica de controlar la política argentina.
Lo que para otro movimiento político, sería un resultado negativo, que habría que intentar revertir con una buena estrategia electoral, en el caso del kirchnerismo, es un ataque a su naturaleza, a su obsesión por el poder y a mantenerlo a toda costa. No está en usa ADN compartirlo con nadie y esa sensación de vulnerabilidad y de fin de un ciclo se va a comenzar a vivenciar en la elite kirchnerista, intensificando las pugnas internas, justo cuando tenga que enfrentar la segunda vuelta de las elecciones.
Tanto es así, que todo indica que fue la decisión de la propia presidenta, de no entregar los resultados, ni dar ningún indicio de lo que estaba ocurriendo, lo que llevó a Scioli como candidato ganador del oficialismo, por dos puntos y medio, a reconocer frente sus adherentes, que tenía enfrentar una segunda vuelta, pero sin dar a conocer cifras. Parecía una “comedia del absurdo” porque hablaba de su triunfo, y de los próximos desafíos, señalaba que había ganado, pero llamaba a impedir que otro modelo de sociedad se impusiera, era un discurso lleno de contradicciones. Se podía deducir que había una segunda vuelta, pero no aparecían los datos que lo certificaran.
Cuando estos se conocieron la sensación de derrota fue total, porque a pesar que Scioli ganaba en términos porcentuales, nadie había previsto un triunfo tan mínimo. Lo que sumado a la derrota en la Provincia de Buenos Aires significaba un mazazo electoral.
Scioli va a tener que ordenar sus filas en medio de una campaña de descalificaciones que deberá intentar revertir. El propio jefe de gabinete, Aníbal Fernández, cuando le preguntaron sobre su derrota y el impacto que esta había tenido en el pobre resultado del candidato presidencial oficialista. Lo dejó claro al señalar, que ésta se había debido al” fuego amigo” y que él se negaba a ser el “mariscal de la derrota.”
No olvidemos que Scioli fue candidato presidencial a pesar de Cristina, porque siempre representó una línea moderada dentro del kirchnerismo, que antes de apoyarlo en su candidatura, ella eligió a su vicepresidente, un incondicional, Carlos Zannini, y que la presidenta siempre asumió un rol protagónico en la campaña, impidiendo que Scioli mostrara un perfil propio.
Dada estas condiciones, deberemos evaluar el efecto del batacazo electoral que tendrá para Scioli la primera vuelta Si no se repone, será recordado como el sepulturero del kirchnerismo. Y por cierto, eso tendrá un costo, que tendrá que pagar.