El columnista mercurial Joaquín García Huidobro, hace una oportuna reflexión sobre unos de los hechos políticos de la última semana del año, en que han aparecido varios alcaldes de Chile Vamos manifestando su disposición a ser parte del nuevo gobierno si son llamados, lo que ha llamado la atención y, en el caso del columnista, es un claro error.
García Huidbro bajo el título de «Los alcaldes a las alcaldías» sostiene que: «Por unos días, el centro de la vida política se trasladó a Cachagua, donde el Presidente electo está de vacaciones, unas vacaciones bastante relativas porque está dedicado a preparar su gabinete. En casos como este, llueven las sugerencias, algunas bastante peligrosas. Veamos un ejemplo.
Se dice que una de las causas del reciente triunfo de la centroderecha es el trabajo de hormiga que realizaron miles de personas. Ellas no solo se preocuparon de que hubiera una enorme cantidad de apoderados, sino que fueron consiguiendo los votos uno a uno, hasta alcanzar una cifra inesperadamente alta. Esto es verdad.
Acto seguido, se afirma que es importante que los gobernantes estén en contacto con la gente, que conozcan sus inquietudes y necesidades. Esto es tan verdadero, que la literatura universal hizo famosa la figura del califa Harún al-Rashid, que se disfrazaba de mercader y recorría Bagdad de noche para saber qué pensaba su pueblo y cómo se comportaban sus subordinados, un ejercicio que a Sebastián Piñera podría resultarle de gran utilidad.
El siguiente paso del argumento se torna peligroso. En efecto, como nadie discute que los alcaldes son los servidores públicos que tienen un contacto más estrecho con los ciudadanos, se deduce de allí que sería una buena idea que algunos de ellos ocuparan el cargo de ministros de Estado.
El razonamiento parece perfecto, y no faltan los alcaldes que ya se imaginan con sus mejores galas jurando en una solemne ceremonia en La Moneda. Pero para que la idea sea acertada tendría que cumplirse una condición: que el Estado no fuera más que una gigantesca municipalidad, que se extendería desde Arica a Punta Arenas. Si el ministro de Obras Públicas fuera un gigantesco director de obras municipales, y el presidente de la Corte Suprema un macro juez de policía local, entonces nada mejor que poner a muchos alcaldes como ministros.
Sin embargo, las municipalidades no son un Estado pequeño ni su lógica es la estatal. De hecho, los municipios, una de las creaciones geniales que nos legó el Medioevo, son anteriores a la existencia del Estado. Por mucho tiempo fueron consideradas agrupaciones de ciudadanos, ciertamente de carácter público, pero contrapuestas al aparato estatal. Solo muy gradualmente esas entidades fueron siendo estatizadas. El último eslabón simbólico de ese proceso fue la decisión del gobierno militar de poner la indicación «Estado de Chile» en la puerta de las camionetas municipales. Desde entonces, todos los chilenos pensamos instintivamente que los municipios no solo son públicos, sino que constituyen una parte del aparato estatal.
La diferencia entre la lógica del mundo municipal y la propia del Estado central no es solo de carácter histórico: la densidad ideológica de la tarea de un alcalde es infinitamente menor a la de un ministro. Conozco varios conservadores que votaron tranquilamente por Jorge Sharp en Valparaíso y celebraron su triunfo como si fuese propio. Pero jamás se les habría pasado por la mente hacerlo por Beatriz Sánchez, pues el tipo de problemas que se resuelven en el Barrio Cívico de Santiago es muy distinto del que es propio de una alcaldía en Puente Alto, Coelemu o Parral.
En el caso del nombramiento ministerial de parlamentarios, que tampoco me gusta, tiene al menos en su favor el que dicho trasvasije se produce en el marco de una misma lógica política, por lo que cabría hacer alguna excepción. Pero municipalizar la política estatal es una mala idea.
No pretendo insinuar que las decisiones acerca de la ciudad sean asépticas desde un punto de vista político. Construir un mall o, por el contrario, impulsar un parque en el sector de Barón, en Valparaíso, es una decisión de gran importancia política, pero no se rige por las coordenadas de izquierda o derecha, u otras que sí son relevantes en el nivel ministerial.
Existen, por cierto, casos de alcaldes que han ocupado cargos en el nivel superior del Estado, incluida la Presidencia de la República. El más famoso es el de Jacques Chirac, alcalde de París. Pero la conexión entre las habilidades para una y otra tarea es meramente accidental. El hecho de ser un excelente alcalde no asegura que uno será un buen ministro o presidente, de modo que lo más sensato sería dejar a los alcaldes en las alcaldías.
Por lo demás, el problema que seguramente perturba el descanso de Sebastián Piñera en este momento no es la falta de nombres adecuados, sino el exceso de ellos», sentencia el analista.