En el acto de celebración de fiestas patrias del Colegio San Ignacio, distintos cursos representaron canciones de Violeta Parra, en homenaje al centenario del natalicio de la gran folclorista, cuyo legado es celebrado hoy en todo el mundo. A uno de los terceros básicos le correspondió interpretar la canción “Arauco tiene una pena”. Entre sus alumnos, mi hijo. Los padres estuvimos enterados de la temática y de la coreografía que se realizaría. Seguramente que no todos pensamos igual sobre el conflicto mapuche, ni sobre la forma en que el Estado chileno podría resolverlo, pero a ninguno de nosotros se nos ocurrió ver detrás de la propuesta un intento por manipular las mentes de nuestros hijos. Al contrario. Fue una ocasión para que se acercaran a una parte de nuestra historia, para que se hicieran preguntas sobre nuestras raíces y para conversar el tema en familia. A nadie se le pasó por la cabeza enviar una pauta a los apoderados sobre lo que había que decirles, ni cómo debían interpretar el problema, pues hemos escogido el Colegio San Ignacio para educarlos, entre otras razones, porque allí se respeta, se acepta y se promueve la diversidad social, étnica, política y aun religiosa de las familias, quienes nos sentimos representados por el propósito del colegio: “Entramos para aprender, salimos para servir”.
Sin embargo, durante el fin de semana de Fiestas Patrias, constatamos con asombro y dolor que una persona editó el material y lo distribuyó en redes sociales para acusar al colegio y a los padres de estar adoctrinando a nuestros hijos en determinada ideología. Siguieron a la publicación airados e impulsivos comentarios de numerosas personas, atribuyendo, sin mayor información, toda suerte de propósitos tanto al colegio, como a los profesores y apoderados.
No trepidaron para ello, por cierto, en difundir sin nuestra autorización imágenes de nuestros hijos. Los editores de El Mercurio consideraron que el hecho merecía cobertura noticiosa y publicaron este fin de semana un artículo de media página en la sección Cuentan Qué del Cuerpo de Reportajes, en que se describe el acto de nuestros hijos y se cita parcialmente la respuesta que dio la dirección del Colegio ante las inquisiciones del matutino. Aparecen junto a la nota tres fotografías del acto, aunque los rostros de los niños fueron tratados para ocultar su identidad.
Es curioso que desde las mismas tribunas donde, dependiendo de la temática, se defiende la libertad de enseñanza y el derecho de los padres a decidir sobre la educación de sus hijos, se nos intente demonizar por una representación artística que podría no coincidir con las creencias de quienes la critican. Llama la atención que en los juicios proferidos supuestamente en defensa de nuestros hijos, no se vacile en difundir sus imágenes en redes sociales y aun en las páginas del matutino (pues pixelar sus rostros no parece suficiente para protegerlos del enjuiciamiento público), exhibiendo lo que para nosotros fue un momento de celebración y respeto como si se tratara de un campamento para entrenar terroristas.
En nombre propio, de mi esposo, de numerosos apoderados, y especialmente en nombre de mi hijo, rechazo esta pretendida defensa de su conciencia, pues me parece que es simplemente el escudo detrás del cual se esconden el fanatismo, la intolerancia y una nada despreciable dosis de odio y violencia. Si los autores de estas críticas estuvieran genuinamente preocupados por nuestros hijos, un primer paso habría sido ejercitar la curiosidad y habernos preguntado a nosotros, sus padres, en qué consistió el acto. Si hacemos caso de sus airados y desinformados consejos, tendríamos, para protegerlos, que censurar a Violeta Parra y a un listado largo de cantantes y escritores, como ocurrió en Chile en un período no precisamente democrático.