Este domingo el abogado columnista favorito y odiado por la vieja élite mercurial, Carlos Peña, escribe una sabrosa columna en la que enjuicia el doble estándar de la Democracia Cristiana, en la inscripción de mujeres al Parlamento, que para él es solo para cumplir con la Ley de cuotas lo que califica como «fruade casi perfecto».
A continuación el texto completo de la imperdible columna-análisis de Peña:
«Comete fraude, enseña un viejo texto legal, quien «salvadas las palabras de la ley, elude su sentido» (Digesto 1, 3, 29).
Es lo que acaba de hacer, de manera flagrante, la Democracia Cristiana.
A fin de cumplir con la ley de cuotas, inscribió como candidata a senadora por la Región de Arica a Trinidad Parra. Sin embargo, el mismo día, o casi, confesó que su candidato era, en realidad, José Miguel Insulza. Ahí tiene usted un fraude casi perfecto, un ejemplo de manual: el partido dice que su candidata es Trinidad Parra, y al día siguiente sus dirigentes declaran, con total impudicia, que en realidad no, que no era cierto, que el verdadero candidato tras el cual se encuentra la voluntad del partido es José Miguel Insulza, quien, no se sabe si en conocimiento o no del ardid, agradeció. Y emocionado explicó por qué, luego de haber jurado que no aceptaría nada que no fuera Atacama, decidió ir por Arica: Yo respeté mi palabra empeñada con Atacama, pero ahora tengo un compromiso distinto y lo haré sin ningún problema (sic).
Al oír eso fue inevitable recordar a Groucho Marx: Estos son mis principios. Y si no le gustan, tengo otros.
¿Cómo explicar que la elección de quien va a producir la ley se haga mediante un ardid que la traiciona?
Se dirá (ya algo así se ha insinuado en otros casos menos escandalosos) que el problema es que a veces los partidos no cuentan con candidatas verdaderamente competitivas y que por eso inscriben a algunas en forma apenas ritual.
Pero esa excusa es pueril. Quienes la formulan parecen no entender el sentido de lo que sus propios parlamentarios aprobaron.
Una ley de cuotas descansa sobre la constatación de que el género introduce desventajas inmerecidas en la competencia por el poder político (y, para qué decir, una situación subordinada en la vida cotidiana). Como durante siglos el espacio público se ha asignado a los hombres (y el privado a las mujeres), es obvio que ellas experimentan, por regla general, más obstáculos a la hora de hacerse del poder o competir por él. Como la igualdad exige que nadie experimente desventajas inmerecidas, la ley de cuotas tiene por objeto obligar a los partidos a comprometerse con un porcentaje de candidatas mujeres a fin de compensar las desventajas que, como consecuencia de factores culturales e históricos, ellas experimentan. No se trata, pues, solo de inscribirlas. La inscripción es una manifestación de la voluntad de apoyar y promover esas candidaturas. Por eso, en la literatura se habla de discriminacion inversa: se trata de dar ciertas ventajas a las mujeres para compensar las desventajas y los obstáculos que el género ha padecido.
Justo lo contrario de lo que hizo la Decé.
En vez de apoyar la candidatura de una mujer, utilizó su nombre para cumplir ritualmente con la ley.
Inscribió a su candidata; pero sin ninguna voluntad de apoyarla, sin el propósito de comenzar a remover los obstáculos que las mujeres experimentan para alcanzar el poder. O sea, se preocupó de salvar la letra de la ley y eludir su sentido. O, si se prefiere, la Decé cometió una simulación: declaró una voluntad insincera que resultó era el disfraz de la otra. Al inscribir a Trinidad Parra, dijo que su voluntad era llevarla como candidata, pero abandonó esa voluntad para promover a José Miguel Insulza.
Y una vez que se consumó la situación y su proverbial aversión al riesgo estaba calma y la suerte de Trinidad Parra estaba echada, el candidato concluyó:
Creo ser, por cosas del destino, la única persona que representa a todos los sectores de nuestra alianza.
¿Cosas del destino?
Solo resta por ver lo que dirá Carolina Goic de todo esto. Ella, que es mujer y está preocupada de recuperar la presencia de la ética en la política (¿o tampoco era en serio?), no puede guardar silencio.
Salvo que -como José Miguel Insulza- también crea en el destino» sentencia Peña.