Las últimas semanas han sido más que complejas para el mundo progresista. Distintas situaciones, entre las que destaca la crisis de la Democracia Cristiana, han mostrado una cara amarga, que sólo encuentra un punto de nueva fuerza en la inscripción de la candidatura de Alejandro Guillier.
Sin embargo, sabemos que la realidad es también construcción. Especialmente en materia política, no existen las puertas selladas ni las elecciones seguras. Nada está dicho antes de que se cuenten los votos, más aún cuando tenemos un universo electoral que, de ser movilizado, puede dar cauce a la expresión de la auténtica voluntad mayoritaria, por lo que el insistente triunfalismo de la derecha no es más que un bluf acompañado del sesgo mediático que existe con la candidatura de Guillier.
Por eso, no debemos tener dudas respecto de la fuerza gravitacional de las ideas de centro izquierda y su capacidad de convocar al voto de la ciudadanía.
El tema es que debemos llamarla con entusiasmo y convicción. Indicar con nitidez que los caminos no están cerrados y que existe capacidad de reordenar la casa.
La próxima elección presidencial supone una gran disyuntiva: seguir avanzando hacia una sociedad de derechos garantizados o entregar el poder ejecutivo a una derecha que hará lo imposible por remachar las anclas de un neoliberalismo salvaje.
Todo el progresismo comparte un cierto sentido común de sensatez. Este se traduce en avances compartidos que son fundamentales para la gente: pensiones dignas, educación y salud como derechos, fin de los abusos, respeto a la diversidad y profundización de la democracia, entre otros.
Contamos con un Mínimo Común Denominador que sirve de brújula y orientación. No es necesario que el punto de llegada final sea exactamente igual para todos. Sí importa, y es una cuestión vital, que el camino sea conducente para los intereses del conjunto de los chilenos y no en dirección a proteger los privilegios del 1 por ciento más, inmensamente más, rico.
Por encima de cuantos candidatos compitan en noviembre, de cuantas listas parlamentarias se terminen inscribiendo; el progresismo, la “centro izquierda”, tiene la obligación de reconocer y honrar aquel Mínimo Común Denominador de cara a la segunda vuelta presidencial y ser capaz de articular un acuerdo que haga posible un nuevo período de gobierno, que apunte a solucionar los problemas de la gente y no a proteger los intereses de los poderosos de siempre.