Es muy comprensible la preocupación que puede generar, especialmente entre chilenos y chilenas, un evento como el de Larsen C. La naturaleza nos “castiga” periódicamente con terremotos, inundaciones, sequías… y frente a todos estos fenómenos –que ya casi forman parte de nuestra “normalidad”- hemos desarrollado una admirable capacidad de recuperación y templanza, sin dejar, por ello, de preocuparnos.
La Antártica ha hecho sonar su campana de alerta, al menos, un par de veces en los últimos 30 años. El agujero de ozono y el calentamiento sobre el promedio global de algunos lugares en la Antártica, han concitado el interés de la comunidad científica. Las medidas tomadas por todos los países para reducir las emisiones de clorofluorocarbonos y evitar así daños mayores a la capa de ozono, son un buen ejemplo de diálogo entre ciencia y sociedad.
El Continente Blanco es enorme y el impacto directo del ser humano en él, ya sea por medio de la actividad científica o del turismo, es muy acotado al existir estrictas regulaciones para su ejecución.
No obstante, la Antártica forma parte de un sistema climático global, fuertemente conectado con los más impensados rincones del planeta. En ella se han encontrado partículas de erupciones volcánicas distantes, restos de basura de todos los continentes, así como polen y esporas de diversas especies transportadas por el viento y las corrientes marinas desde Sudamérica, África, Asia y Australia.
El Programa Nacional de Ciencia Antártica (PROCIEN), que administra el Instituto Antártico Chileno y que cuenta con más de 90 proyectos, ha determinado la presencia y el posible efecto de plantas invasoras como Poa annua en zonas de las islas Shetlands del Sur, que presentarían mejores capacidades de competitividad y supervivencia que plantas nativas antárticas bajo las actuales condiciones ambientales y las futuras en un escenario de cambio climático.
El PROCIEN ha expandido el conocimiento de los microorganismos patógenos de especies nativas y su potencial propagación, así como el rango de respuesta ecofisiológica de especies vegetales ante escenarios de cambio global.
Científicos nacionales estudian bacterias asociadas a plantas antárticas y su contribución para mitigar daños por heladas en paltos y ya han caracterizado bacterias antárticas que pueden controlar patógenos de peces como salmones o truchas.
Otros proyectos buscan reconstruir el clima mediante el análisis de testigos de hielo, pero esto involucra grandes dificultades logísticas y el uso de costosas tecnologías. Se están realizando trabajos pioneros de mediciones de radiación UV y albedo en gran parte del Territorio Chileno Antártico (desde los 60 a los 80º S). Se ha logrado medir in situ la altísima reflectividad del área, al tiempo que mediciones en el mar de Amundsen y mar de Weddell han estimado cambios en la reflectividad asociados a las fluctuaciones en la extensión del hielo marino.
El programa científico chileno en la Antártica ha demostrado su eficiencia en el uso de los pocos recursos con que cuenta, pero son necesarios aportes mayores para explorar otras zonas del continente, como la misma plataforma Larsen, imposible de acceder para investigar con los recursos actuales.