En el 2015, un grupo de enfermeras de una casa de retiro en Gothenburg Suecia, dejó de trabajar sus acostumbradas ocho horas y comenzó a hacerlo por dos horas menos. Al finalizar el estudio, las enfermeras regresaron a sus rutinas habituales de ocho horas y notaron que no solo se sentían más cansadas pero que vivían con un constante mal humor que afectaba su productividad.
«Todo el mundo estaba contento».
El estudio duró dos años y en ese tiempo las enfermeras observaron que al tener más energía, tenían una mejor actitud hacia su trabajo. “Ya no estaba drenada por el trabajo y podía pasar más tiempo con mi familia” comentó una de las enfermeras, Lise-Lotte Petterson, a la BBC.
Aunque los resultados en su totalidad no han sido revelados, una de las cifras muestra que durante esos 18 meses las actividades dentro de la casa de retiro aumentaron un 85%, respaldando el comentario de Petterson. Su salud también mejoró ya que todas afirmaron que se sentían mucho más saludables y con más energía, por lo que las faltas al trabajo por enfermedad disminuyeron exponencialmente.
Sin duda alguna, los resultados son sorprendentes pero el experimento fue altamente criticado por la ciudad gracias al alto costo que tenía. Por suerte, la investigación pudo llegar a su fin sin ser cancelada pero le costó a la ciudad un poco más de un millón de dólares. Sin embargo, Daniel Berman, líder del partido de izquierda y participante en el experimento dejo claro que surgieron muchas cosas positivas, incluyendo 17 trabajos para enfermeras, reducción de gastos de salud y el comienzo de una discusión sobre los métodos de trabajo que enfrentamos día a día.