Este viernes 9 de diciembre el actor cumplió 100 años, un siglo de vida. En estas diez décadas sus ojos han sido testigos de dos guerras mundiales; de la Gran Depresión; de la crisis del petróleo en la década de los setenta; del derrumbe de las entidades financieras en 2008; de la edificación y caída del muro de Berlín; de la llegada del hombre a la luna; del ataque contra las Torres Gemelas de Nueva York; de la caza de brujas del senador McCarthy y de un sinfín de acontecimientos más. Cuando nació en diciembre de 1916, Woodrow Wilson era el inquilino de la Casa Blanca. A lo largo de su vida ha visto pasar por esa residencia a dieciséis presidentes, más el que llega ahora, Donald Trump, que lo hará el próximo mes de enero.
Kirk Douglas no ha sido un testigo pasivo de la época que le ha tocado vivir, sino que ha contribuido a cambiarla. En 1959, como productor de Espartaco, incluyó en los títulos de crédito el nombre de Dalton Trumbo, el guionista proscrito hasta entonces por su filiación comunista, un hecho que supuso el principio del fin de las llamadas «listas negras de Hollywood».
Issur Danielovitch Demsky era el hijo de un trapero, un hombre que recogía ropa y chatarra de las calles para revenderla. Sus padres, unos emigrantes bielorrusos de origen judío, se habían establecido en Amsterdam, una pequeña ciudad del Estado de Nueva York famosa por la fabricación de alfombras. Buen estudiante y atleta, fue campeón de lucha libre, pudo ir a la Universidad y se matriculó en la American Academy Of Dramatic Arts para convertirse en actor. Allí coincidió con Lauren Bacall que más tarde le introduciría en el mundo de Hollywood. Cambió su nombre por el de Kirk Douglas para poder abrirse camino en una época marcada por un fuerte antisemitismo.
Llegó a Hollywood en 1945 para rodar El extraño amor de Martha Ivers. Como él mismo ha recordado varias veces, atravesó el país en tren desde Nueva York estudiando un papel equivocado. Pensaba que su personaje era el que debía interpretar Van Heflin cuando, en realidad, había sido contratado para hacer de marido de Barbara Stanwyck. A partir de ese momento, comenzó a edificar una de las carreras cinematográficas más sólidas del cine norteamericano, no solo como actor sino también como productor. “Hacer una película es crear una ilusión”, dijo en 2001 en Berlín, cuando le concedieron un Oso de Oro por toda su carrera.
En 1950 recibió su primera nominación a los Oscar por El ídolo de barro. Poco después le vimos interpretando a un periodista sin escrúpulos en El gran carnaval y a un despiadado productor de cine en Cautivos del mal, papel que le valió su segunda nominación a los Oscar. Se convirtió también en Van Gogh en El loco del pelo rojo, su tercera candidatura a los premios de la Academia. Sus ideas, abiertamente izquierdistas, probablemente fueron la causa de que no consiguiera la estatuilla. Brilló en wésterns como La pradera sin ley o El último tren de Gun Hill y en intensos melodramas como Un extraño en mi vida. “Cada personaje que he interpretado tiene algo de mí. Me reservo el derecho a elegir papeles que me permitan interpretar algo que me emocione”, confesaba ante los periodistas en la capital alemana.
Su ambición profesional y su instinto para comprender los nuevos tiempos de la industria del cine, hizo que se convirtiera en productor independiente. Bautizó a su compañía con el nombre de Bryna, el nombre ruso de su madre. “Stanley Kubrick tenía un guion, el de Senderos de gloria, que ningún estudio quería hacer. Lo leí y le dije: Stanley, esta película no nos dará ni un centavo, pero me encargaré de que la hagamos. Y la hicimos”.
Cuando en 1996 concedieron a Kirk Douglas un Oscar honorífico por toda su carrera, la Academia de Hollywood destacó su figura como una fuerza, no solo creativa, sino también moral dentro de la comunidad cinematográfica. Una voz que siempre se ha hecho oír. La última, hace tan solo unos meses, dando su opinión sobre las elecciones norteamericanas. Una voz que ni el paso del tiempo ni la apoplejía que sufrió en 1994 han podido hacer callar. “En esta vida he aprendido una cosa que quiero compartir con todos. Nunca te rindas”. Esa es la lección que nos deja esta centenaria leyenda del cine.
Fuente: El País