Con ello se apaga el resplandor del “caimán verde” que acompañó a todos los pueblos del mundo en la búsqueda de su liberación. Se enfrentó al imperio en nombre de las provincias olvidadas. Convocó a su pueblo al sacrificio, con la mirada puesta en todos los pobres del mundo. Fidel consagró su vida al destino de la humanidad.
Hoy, Raúl Castro asume la deuda pendiente para con los suyos. Así lo entendió Obama, así también se espera de la generosidad de los pueblos del mundo y sus gobiernos. La vocación global de la Cuba de Fidel, su liderazgo planetario, con múltiples expresiones políticas y culturales, de apoyo en médicos para mejorar la salud de otros pueblos o en recursos y amparo para ayudar a las luchas populares, no fue gratis para la vida de los cubanos. Han debido padecer severas restricciones en su calidad de vida y limitaciones a su libertad.
Le escuché alguna vez, al mítico comandante Barbarroja, que al triunfo de la revolución, las clases pudientes habían abandonado el país. Hubo que reconstruir, desde las clases populares y un puñado de intelectuales comprometidos, la complejidad de una sociedad. Conscientes, además, que “nuestro destino está unido al de todas las luchas de los que viven al sur del Río Grande, en los continentes postergados”, decía Manuel Piñeiro.
Fidel se debía al mundo. Fue, sin duda, uno de sus grandes líderes en el siglo corto, que vuelve a morir con él. Su hermano Raúl se enfrenta hoy a rediseñar el destino de la isla, su sociedad, su economía, su nuevo lugar en el mundo, empeñado en mejorar la vida de los cubanos. Agradecimientos a Fidel, solidaridad con los nuevos desafíos de Cuba.