Un análisis desapasionado de las elecciones municipales, ni auto flagelante ni auto complaciente, lleva a la conclusión que quienes están por el camino de las reformas son amplia mayoría, quienes se les oponen son franca minoría. El bloque por las reformas suma un 58% de apoyo, en tanto el bloque conservador suma 41%. El Bloque por las reformas eligió 1.300 concejales, el bloque conservador 936.
La Nueva Mayoría sacó un 47%. Quienes están por reformas más radicales sacaron un 11%. Chile Vamos sacó el 41%.
En alcaldes hubo un empate, cada bloque eligió más o menos 150, incluidos algunos que corrieron como independientes pero con clara adhesión a los bloques. Se eligieron, además, 42 independientes que probablemente se distribuyan más o menos equitativamente en sus fronteras. El bloque conservador triunfó en comunas emblemáticas, en unas por mala gestión de los incumbentes, en otras por divisiones personalistas o candidaturas incompetentes. Es oportunismo atribuir estas derrotas a un supuesto rechazo a las reformas, es intentar blanquear las propias responsabilidades. Lamentablemente, estas derrotas significaron que la cantidad de personas bajo alcaldes conservadores es superior en casi un millón de personas.
La pregunta que abre para Chile es si se continuará por el camino de las reformas que son indispensables para avanzar hacia un país más justo y desarrollado: con más solidaridad, más libertad y más crecimiento económico, social y cultural; o, por el contrario, se impondrá la regresión conservadora, que intentará restaurar el viejo orden de privilegios y crecimiento con mezquino chorreo.
Qué duda cabe que hay que consolidar, perfeccionar y en ciertas aristas, rectificar las reformas tributaria, educacional y laboral. Es indispensable así mismo, avanzar resueltamente y con eficiencia en las reformas de pensiones y de salud, valóricas e institucionales. Ellas son parte ineludible de los desafíos para destrabar el potencial del país y situarlo a la altura de los nuevos tiempos que demanda la ciudadanía.
Chile mantiene el rumbo reformista o Chile cambia el rumbo hacia la restauración del statu quo: esa es la disyuntiva de fondo de las próximas elecciones presidenciales y parlamentarias.
La unanimidad de los habitantes y votantes exigen también resolver el drama de la inseguridad ciudadana, la urgencia en la diversificación y sofisticación de la economía, la protección medioambiental y la inserción asertiva del país en la globalización. Bien podrían, ambos bloques, generar un pacto nacional para enfrentar estos pendientes.
No da lo mismo quien gobierne. La centro derecha conservadora movilizó activamente a sus votantes y logró más o menos mantener su apoyo electoral histórico. La centro izquierda reformista fue quien sufrió, principalmente, las consecuencias del aumento de la abstención. Se sabe que centenares de miles de personas progresistas no acudieron a votar, muchos de ellos avergonzados de la colusión con el dinero y la corrupción en sus líderes, de su marasmo personalista, de las ineptitudes en su gobierno y del divisionismo entre sus partidos. El mundo de centro derecha parece ser inmune a las malas prácticas en sus liderazgos. Felizmente en centro izquierda eso no se perdona, por eso es más reclamada e inaplazable la renovación en ésta que en aquella. Los discursos, en la noche de sus memorables victorias, tanto de Sharp en Valparaíso como de Espíndola en Arica, asoman como piezas de culto para las nuevas generaciones del progresismo chileno. Hace falta algo de delirio para pintar de esperanza el futuro, me dijo mi nieto, antes de apagar la tele y caer rendido en su sueño.