A quienes se interesan por los temas constitucionales, les recomiendo un espectacular libro por la riqueza de sus debates: «El canon neoconstitucional», de los destacados juristas Miguel Carbonell y Leonardo García Jaramillo (eds.).
Obra que reúne estupendos trabajos de destacados pensadores del Derecho, como R. Alexy, R. Dworkin, M. Atienza, R. Gargarella, J. C. Bayón, etc., que desde visiones diversas y aristas distintas, se hacen cargo del denominado «Neoconstitucionalismo», esto es aquella doctrina jurídico-constitucional, que reivindica la rigidez de la Constitución y la protección irrestricta de los derechos y garantías fundamentales por sobre la negociación política y las decisiones mayoritarias.
Doctrina con la que mantengo una profunda discrepancia, puesto que la concibo como una concepción anti-deliberativa y contra-mayoritaria de la democracia, que promueve el «gobierno de los jueces (constitucionales)» en desmedro del «gobierno (representativo) del pueblo».
Si bien el «neoconstitucionalismo» tiene la noble intención de robustecer la observancia de la Constitución y la protección de los derechos fundamentales, sus tesis de fondo desembocan en un fundamentalismo o esencialismo en versión laica.
Y aunque se trate de un esencialismo que se vale de la idolatría de los derechos humanos, me produce la misma reticencia que todas las demás doctrinas idólatras y, por ende, anti-políticas, anti-liberales y anti-democráticas.