Por: Rodrigo Larraín
Académico Facultad de Ciencias Sociales, U. Central
Desde hace tiempo, aun antes de Karadima, que se ha comenzado a descalificar globalmente a la Iglesia, se aprecia una falta de consideración, una burla e incluso un ataque abierto a los creyentes y sus creencias, también asus signos y símbolos. El primero que comenzó a mofarse de las creencias católicas fue un panelista de un programa televisivo dominical que ridiculizaba el gesto litúrgico de golpearse el pecho, él se defendía de una supuesta imposición de las convicciones católicas, a las que se resistía heroicamenteen nombre de la libertad de conciencia.
La cristofobia no tuvo mucho espacio en Chile debido al prestigio que tuvo la Iglesia Católica, muchas iglesias cristianas y otras confesiones religiosasdurante la dictadura. No hubo un destape con visos de un laicismo básico como en España, el que dura hasta ahora. Lo que hayson escaramuzas un tanto esperpénticas, como aquellos ateos que salen a molestar a los predicadores callejeros; lo que importa mala educación antes que un argumento contrario a la fe. Pero no se trata de una cristofobia que se conforme con no estar de acuerdo con el cristianismo,
Hay un desdeñar y dañar los lugares de culto -esto es más nuevo- cometiendo flagrante sacrilegio, se sigue con los símboloscomo las imágenes y a sus ministros, sobre todo por las inconsecuencias e inmoralidades de alguno de estos, casos que se incrementan peligrosamente cada cierto tiempo, en una secuencia de nunca acabar. Pero últimamente hay ataques al contenido de la fe cristiana que para los creyentes es bien difícil aceptar. La fe es muy diferente de la ética.
No se trata de las viejas controversias filosóficas, teológicas e históricas sobre la existencia real de Jesús, las características de su predicación en el contexto del siglo I, la importancia de Constantino o el canon de los Evangelios, entre muchos debates sobre esos asuntos.
Dos ejemplos que implican una presión para que los cristianos, no solamente los católicos,es la pretensión de que abjuremos de una parte importante de nuestra doctrina. El lobby abortista, que llama conservadores a quienes no nos plegamos a su utopía, impugna que el cristianismo defienda la vida, como si fuera una opinión menor y no un punto central de la fe. Cuando se les representa que el homicidio por aborto es una muestra clara de antihumanismo responden que no, que oponerse al aborto es una cuestión religiosa del fuero interno de los creyentes. Es decir, es correcto propagar una medida inmoral y no lo es la expresión religiosa pública.
Otro caso es aquel personaje que es como un obispo de la causa gay, quien ve discriminación y persecución donde la hay y no la hay; varias veces a dicho que la doctrina cristiana acerca de la sexualidad atenta contra los derechos de las personas homosexuales y que no debiera tener manifestación pública. Una vez más lo que hay, en nombre de ciertos derechos particulares, a su buen entender, es tratar de impedir la difusión de la fe cristiana.
En ambos casos hay un deseo de inhibir la libertad religiosa. Esa es la cristofobía, el odio al Cristo de la fe, a la fe que desde que la Patria existe hemos profesado la mayoría de los chilenos. Que esos grupos, más otros más, convenzana la población con sus argumentos es una cosa, otra es negar un un derecho a los creyentes.