Cuando se cambió el sistema de pensiones en Chile, por allá por principios de la década de los ’80, la promesa fue mejorarlas y corregir la ineficiencia de los sistemas existentes de las cajas de previsión.
Hoy, la mitad de los cotizantes no alcanza siquiera a reunir un fondo de jubilación que le permita alcanzar la pensión mínima y, según la Superintendencia de Pensiones, la pensión promedio es menor al sueldo mínimo.
Pero eso parece ser secundario; el sistema es altamente eficiente y financia, en buena medida, las inversiones de los grandes grupos económicos del mismo puñado de familias que se ha hecho dueño del país (y hoy sabemos que también de la política).
Como si esto fuera poco, el presidente de la Asociación de AFP, Rodrigo Pérez Mackenna, ha manifestado que la edad de jubilación de las mujeres en 60 años constituye una “galantería” insostenible del sistema. Si bien sus dichos despertaron una ola de críticas desde diversos sectores y terminó disculpándose, en la misma línea y coincidentemente, la directora del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde, señaló hace algunos días que los ancianos “viven demasiado” y que ello sería un riesgo para la economía global. Dos pinceladas que dibujan con nitidez el cuadro de la concepción neoliberal sobre los sistemas de pensiones, a saber; la pensión de vejez debe corresponder a la capacidad de ahorro de cada quien durante su vida laboral.
Ello, equivale a pedirles a nuestros ancianos que se las arreglen como puedan si no les alcanza para los remedios o la parafina. ¿Les diríamos que viven “demasiado” y que, tal cual lo dijo la señora Lagarde, “generan un gran riesgo financiero” para la economía?
Se argumenta que la nueva dimensión demográfica de envejecimiento de la población “hace imposible” que los jóvenes en edad laboral sostengan con sus cotizaciones a los viejos, y se concluye que las personas viven “más de la cuenta” (la cuenta financiera parece que se entiende…) Se descarta implícitamente la posibilidad de solidaridad entre generaciones – práctica que el género humano ha realizado por decenas de miles de años – de incorporar una lógica de reparto, soslayando que la sociedad chilena es más rica y productiva que antaño.
Como además el trabajo es cada vez más precario e inestable, o mercado flexible y eficiente en la terminología neoliberal, y los sueldos de los que salen las cotizaciones para los fondos de pensiones son extremadamente bajos en Chile, el ahorro previsional es pequeño. Sin embargo, según el estudio Global Wealth 2016, la riqueza de los más poderosos crece, aun con la desaceleración, aquella que tanto se usa para frenar cualquier avance redistributivo desde el Estado.
En resumidas cuentas, las personas viven demasiado, los mercados del trabajo, el embarazo y la crianza de los hijos, generan vacíos previsionales y bajo ahorro; las AFP no pueden mejorar las misérrimas pensiones inventando aportes inexistentes porque este es un tema “de mercado”, y opera entre privados.
Al final, parece tratarse de un problema personal: las pensiones son lo que son y no dan para más. Ahora bien ¿el sistema de previsión debiera generar jubilaciones dignas? Ese es otro tema.