En Chile, ya hace bastantes años, existe un hecho real que incide en el comportamiento subjetivo de millones y millones de personas, y por cierto en sus conductas y actitudes, incluidas las electorales.
Diversos análisis y estudios cualitativos muestran que es una tendencia creciente.
Se trata de la volativilidad, en diversos campos conductuales y actitudinales de la ciudadanía, no sólo respecto de cómo votan, porqué votan, y por quién lo hacen. Con la instalación del voto obligatorio, sobre cinco millones de personas fueron incorporadas al universo electoral del país.
Votaron rechazo, en el primer plebiscito. Y votaron en contra en el segundo. Casi en la misma proporción.
En las elecciones municipales y de gobernaciones recientes, ese mundo ciudadano que no votaba cuando ese derecho era opcional, se volcó de manera sorprendente a votar, alcanzando Chile un inédito logro. Dejando atrás el tiempo en que el país era la nación en donde menos personas votaban en todo el continente.
Imponer a ese comportamiento electoral cuestiones tales como: “Se expresó el voto de centro, derecha e izquierda”, no explica en lo fundamental las razones y motivaciones de las y los votantes.
Menos concluir que: “Se expresó la moderación; se rechazó la polarización; se concretó…”
Datos no menores, que sí se deben considerar en las variables del análisis, son cuestiones que emanan de la mayoría de los estudios y encuestas recientes:
Hay un rechazo creciente y mayoritario de la ciudadanía a los partidos políticos, en general. Hay un rechazo creciente hacia el Parlamento.
La ciudadanía considera que existe “Una justicia para ricos, y otra para pobres”.
Entonces, cuando se observa el fenómeno real de la volativilidad, es necesario hacer el cruce de variables para tratar de comprender el comportamiento de millones y millones. Y no imponerle interpretaciones que, vengan de donde vengan, no parecen aproximarse al hecho real.
Dicho en términos concretos, la volativilidad implica que una persona puede votar por alguien independiente; por alguien de derecha; de centro; de izquierda, en diferentes elecciones y en diferentes circunstancias. Por tanto, no tiene una pre-definición doctrinaria.
Sin embargo, esta es una causa. Hay otra, tal vez más profunda.
La ciudadanía, en Chile, tiene un acumulado de descontentos, y refieren a asuntos de pervivencia: Salud; educación; pensiones; salarios; temores fuertes al “otro”; miedos e inseguridades por el crimen organizado y el narcotráfico.
Y estos descontentos son de no pocos años. Y crecen.
Ciertamente, los partidos y las campañas buscan conectar con estas subjetividades. Y en alguna medida, lo logran. Sin embargo, la volativilidad persiste. Y crece.
No tiene sentido, e incluso es injusto y arbitrario, calificar a las personas que así votan como gentes “sin conciencia”; que no tiene principios; que no refieren a clases sociales, o peor aún, que son “populistas”.
En rigor, son hijas e hijos de una transición socio-económica, y política, que tiene los resultados que tiene. Un segmento de ellas y ellos vivieron el golpe y las terribles circunstancias posteriores en la década de los 80. Otras y otros han vivido los noventa en adelante.
Es lo que explica, en buena medida, la “revolución pingüina”; las movilizaciones del 2011; el estallido social; las protestas medioambientales; feministas; sindicales; territoriales; de pueblos originarios.
Y por cierto que, cuando el voto no era obligatorio, simplemente no votaban, porque no creían en el voto como instrumento ciudadano.
Sacar la conclusión de que estas personas son “anti-sistema”, también es un error garrafal. Y son una mayoría.
**Juan Andrés Lagos, periodista, académico y encargado de relaciones políticas del Partido Comunista.