lunes, octubre 28, 2024

En el aniversario 201 de la Armada de Colombia: El rol de la Batalla Naval del Lago de Maracaibo

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Por: Dr. Armando Martínez Garnica, Presidente Academia Colombiana de Historia

Si Colombia tiene dos mares no es por haberlos recibido como heredad precolombina o hispánica, a título gracioso, sino porque fueron conquistados
a sangre y fuego. Y el hombre necesario de esa conquista fue un riohachero, José Padilla López, nacido durante el año de 1784 y fusilado por orden del Libertador, en premio de sus buenos servicios, el dos de octubre de 1828.

Los mares que hoy tenemos y disfrutamos los colombianos no siempre nos pertenecieron, fueron conquistados en cruentas luchas por valientes hombres de mar que se enfrentaron contra los españoles. Crónica histórica a 200 años de la batalla naval que selló el destino de nuestros vecinos azules.

Algunas voces timoratas extrapolan su ideología de grupos sociales “ancestrales” al mar territorial de Colombia y predican que este es “nuestro mar ancestral”. Nada más equivocado.

Una breve historia del dominio del océano Atlántico facilita esta comprensión. El imperio de Roma convirtió todo el mar Mediterráneo en dominio suyo, Mare Nos- trum, gracias a las conquistas que hicieron sus legiones de todos los puertos y a la derrota del antiguo dominio de los cartagineses. Las columnas de Hércules fueron su límite hacia el Mar Ignoto y el lema del Imperio satisfecho de sí mismo fue Non Plus Ultra (No más allá). Pero las explora- ciones de los portugueses y los españoles unieron el Mar Ignoto a la Corona de Castilla, en calidad de dominio del Almirante de Castilla sobre el océano Atlántico; con lo cual Carlos I de España pudo colgar el vellocino de oro en una cadena que rodeó los escudos de sus dominios y estampar un nuevo lema: Plus Ultra, siempre más allá de las columnas de Hércules.

La exploración de Vasco Núñez de Balboa, el diseño de la ruta de tornaviaje desde las Filipinas y la circunnavegación del mundo por Magallanes y Vasco de Gama unieron el océano Pacífico a la Corona de España.

Gracias a esas esforzadas acciones de los castellanos, la Mo- narquía Hispana del siglo XVI pudo decir que los océanos Atlántico y Pacífico eran su Mare Nostrum, solo disputado por piratas y corsarios bajo la bandera de los Países Bajos e Inglaterra.

En esta perspectiva histórica; hay que entender que tanto el Estado provincial de Cartagena como la primera Repú- blica de Colombia nacieron sin mar territorial, bajo la de- pendencia de corsarios particulares que apresaban naves españolas al amparo de sus banderas. Una batalla ganada por llaneros y tunjanos en el puente del río Teatinos, ju- risdicción parroquial de Santiago Apóstol de Boyacá, no era capaz de darle a la República de Colombia sus mares territoriales. Esa era una tarea de atrevidos hombres de mar, y se necesitaron cuatro años para poder conquistar, a sangre y fuego, los dos mares territoriales que hoy defien- de nuestra Armada.

El momento estelar de la conquista del mar territorial de Colombia ocurrió el 24 de julio de 1823 y su principal protagonista fue el General de Brigada José Padilla López, Comandante del Tercer Departamento de Marina de la República de Colombia. Su escuadra estuvo lista para la operación del paso forzado de la Barra y de la bahía de El Tablazo el ocho de mayo de 1823; lugares de bajos fondos marinos y pasos obligados, pero esta operación tomó cinco días, hasta que finalmente lograron navegar hasta Punta de Palma y moverse libremente en el lago. Con esta escuadra entró por la Barra, a bordo de estos buques, la Compañía de Tiradores de la Guardia, la cual permaneció a bordo hasta que la plaza de Maracaibo, se rindió.

El gran impacto de la campaña del Zulia, comandada por el General Padilla, fue la imposibilidad de que las armadas españolas volvieran a tener la posibilidad de conservar el control sobre la costa de la Tierra Firme.

Una vez forzada la Barra; la ocupación de la ciudad de Maracaibo, el 20 de junio de 1823, exigió librar diez acciones de guerra, seis parciales y cuatro generales, durante los días 20 y 25 de mayo, así como el 6, 8, 16, 19 y 20 de junio. La última de todas las acciones navales en el Lago, “la verdaderamente gloriosa por el número de buques y hombres combatientes de una y otra parte, y por su brillante resultado”, fue –según la opinión de Rafael del Castillo y del General José Padilla– la del 24 de julio de 1823. En esta acción, la escuadra española estuvo integrada por tres bergantines –San Carlos, General Riego, Esperanza–, doce goletas – Julia, La Cora, Mariana, La María, La Liberal, La María Habanera, El Rayo, Monserrate, La Estrella, La Guaireña, La Especuladora y Salvadora–, y 17 buques de su escuadra sutil –faluchos, lanchas, piraguas y fleche- ras–, en los que estaban embarcados 1.650 hombres.

La Escuadra de la República se componía de tres bergantines –Independiente, Marte y Confianza–, siete goletas –eona, Espartana, Independencia, Emprendedora, Antonia Manuela, Manuela Chitty y Peacock–, seis flecheras y tres bongos armados, con un total de 70 carronadas, 26 cañones y 1.312 hombres de toda clase embarcados.

A las 15:17 hizo la señal de abordar al enemigo y la dejó izada; pese a que todos los navíos la contestaron, para manifestar “que ninguna otra cosa nos restaba que hacer”. El choque en línea se produjo entonces. A las 15:45 comenzaron los navíos españoles a disparar sus cañones y poco después sus fusiles, de manera ininterrumpida y viva. La escuadra colombiana siguió sobre la enemi- ga con serenidad y sin disparar ni un tiro de pistola. Solo cuando estaba a toca-penoles rompieron fuego sus cañones y sus fusiles,

hasta que llegaron al punto del abordaje. El bergantín Independiente se encargó del na- vío San Carlos, cuyos pasajeros se arrojaron al mar en su mayoría, hasta hacerlo rendir.

Por otra parte; el navío Confianza abordó una goleta y la tomó. La goleta de tres palos Em- prendedora hizo rendir al bergantín goleta Esperanza, que voló por los aires, dejándola cubierta de humo. El Marte batió e hizo ren- dir varias naves enemigas, y los demás navíos cumplieron con sus misiones.

El mar rebosó de cadáveres y de muchos hombres nadando. En la opinión de Rafael del Castillo; no fue la desigualdad de las fuer- zas lo que permitió calificar de “gloriosa” esta batalla, después de la forzada de la Barra el ocho de mayo, sino su resultado: la completa destrucción y el casi íntegro apresamiento de la escuadra española. La escuadra espa- ñola “trató de levarse picando sus cables y coderas”, pero con tal confusión que no pudo impedir el abordaje, mientras con metralla barrían las cubiertas.

El tres de agosto de 1823 fue firmado en Ma- racaibo; por el Coronel José Ignacio de Casas y el Teniente Coronel Lino López Quintana, comisionados del general en jefe del Ejército español de Costa Firme, y por el Teniente coronel José María Delgado, Comandante del Batallón Zulia, y el capitán José María Urdaneta –secretario de la Comandancia General e Intendencia del Departamento del Zulia– una capitulación dirigida a poner fin al asedio que por tres meses sufría el pueblo de Maracaibo. Según sus términos, la plaza de Maracaibo y el fuerte de San Carlos que protegía la Barra del lago serían entregados, con los buques armados anclados en la bahía, a los jefes sitiadores.

A las armas republicanas ya no les quedaban sino la tarea de conquistar la plaza y castillo de Puerto Cabello, refugio final de los restos del Ejército Expedicionario de Tierra Firme que había llegado en 1815. El bloqueo que 18 navíos comandados por Padilla y Beluche pusieron en el mar aseguró el sitio y el ataque definitivo a esa plaza, acometido por el Bata- llón Anzoátegui; apoyado por el centenar de hombres del regimiento de caballería Lanceros de Honor, entre el 7 y 10 de noviembre de 1823.

La columna del ataque principal fue dirigida por el Sargento Mayor de Infantería Miguel Cala y por teniente coronel Juan Antonio Mina; subalternos de los Generales José Antonio Páez y Francisco Bermúdez. Con la entrega del Brigadier Sebastián de la Calzada y de su estado mayor concluyó aquí la guerra de independencia de la República de Colombia. Pero el gran impacto de la campaña del Zulia, comandada por el General Padilla, fue la imposibilidad de que las armadas españolas volvieran a tener la posibilidad de conservar el control sobre la costa de la Tierra Firme. En adelante, este control fue solo de Colombia, y desde 1830, de Venezuela y la Nueva Granada.

El nacimiento de la Marina Militar

Algunos han buscado el origen de nuestra marina militar en las patentes de corso dadas a navíos privados por el Estado de Cartagena, en el Almirantazgo de Venezuela, o en la es- cuadra del corsario Luis Aury surta en la isla de Providencia. Pero al hablar del origen de la Marina Armada de nuestra nación hay que volver los ojos al lugar “donde todo comenzó”: el Congreso constituyente de la Villa del Rosario de Cúcuta.

Durante la sesión de la noche del cuatro de octubre de 1821, fue puesto a debate el proyecto de ley preparado por una comisión de marina. Los 12 artículos fueron aprobados, con lo cual nacieron cuatro departamentos de marina: el primero tuvo jurisdicción sobre las costas y ríos de las provincias de Guayana, Cumaná, Barcelona y la isla de Margarita. El segundo lo tuvo sobre las costas de las provincias de Caracas, Coro y Maracaibo; y el tercero sobre las costas y ríos de las provincias de Riohacha, Santa Marta, Cartagena y las costas del Atrato hasta llegar al Escudo de Veragua. Una vez que fueron conquistadas las provincias del otro océano, su jurisdicción fue asignada al cuarto departamento de marina, con sede en Guayaquil.

En adelante, existió un comandante general y un auditor de Marina en cada uno de los departamentos de Marina, encargados de conocer las causas de presas y piraterías. El 28 de enero de 1822, el vicepresidente Santander hizo el nombramiento del primer comandan- te general del tercer departamento de mari- na: el entonces Capitán de Navío José Padilla.

Anuncio entonces que el 24 de julio del año próximo estará nuestra Marina conmemorando en Maracaibo el último de los actos del bicentenario de nuestra independencia: el momento estelar en el que la escuadra colombiana, comandada por Padilla, navegó formada en línea de frente hacia la escuadra española que la esperaba y no dejaba de disparar con sus cañones y sus fusiles. La republicana no respondió el fuego, porque se pro- ponía abordar los buques enemigos, como en efecto sucedió. Fue entonces cuando el bizarro General José Padilla cruzó el arco de la gloria.

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