Los momentos políticos y sociales que vive el país, hasta ahora fuertemente polarizados por la violencia, las ideologías y la pérdida de respeto por las formas y el sano entendimiento, no pueden acallar el mensaje que proveniente del pasado, vuelve como todos los 9 y 10 de Julio a impactarnos, trayéndonos al presente uno de los actos de heroísmo más sublimes de entrega a los superiores intereses patrios, desde que nacimos a la vida independiente:  La Concepción y el sacrificio de Ignacio Carrera Pinto y sus valientes chacabucanos.

El simbolismo que de dicha gesta extraemos, no solo se relaciona con el hecho de combatir en una acción bélica, como en otras tantas oportunidades gloriosas que jalonan nuestra historia, sino que va mucho más allá.

Enfrentada la nación a una guerra externa, muchos ciudadanos, entre ellos los 77 integrantes del Regimiento “Chacabuco”, concurrieron a los cuarteles militares a enrolarse y  dispuestos a defender los intereses de la nación amenazada.

Juro por Dios y por esta bandera, servir fielmente a mi Patria, ya sea en mar, en tierra o en cualquier lugar, hasta rendir mi vida si fuese necesario. Cumplir con mis deberes y obligaciones militares, conforme a las leyes y reglamentos vigentes. Obedecer, con prontitud y puntualidad, las ordenes de mis superiores, y poner todo empeño en ser, un soldado valiente, honrado y amante de mi  Patria.

Luego de tres años de iniciada la guerra, llegaron acompañados de un número reducido de mujeres y niños al poblado de La Concepción en las serranías peruanas, el que debían mantener a toda costa, de tal forma de proteger el desplazamiento del resto de las tropas chilenas hacia Lima.

Y así lo hicieron, dando cumpliendo a un compromiso sagrado de fidelidad a la Patria, que todo chileno bien nacido asume, pero que además, para quien viste el uniforme implica el acatamiento de las órdenes de sus superiores, expresado claramente, en  el Juramento a la Bandera. Aspecto, que injusta y lamentablemente, se olvida, al juzgarse con un criterio de  hoy,  acciones ocurridas en nuestra historia pasada, en un contexto político y social muy diferente, donde la obediencia debida fue un factor determinante, en el comportamiento de los jóvenes integrantes de las Fuerzas Armadas y Carabineros.

En la Cateral de Santiago, este monumento sarcófago contiene los corazones de los soldados chilenos mascrados en La Concepción, sierra peruana, el 9 y 10 e julio de 1882, y que da inicio al Día de la Bandera.

Por tanto, la fecha que conmemoramos representa un compromiso amplio y permanente con Chile, de civiles y militares.  A modo de ejemplo, el cumplimiento del deber y actitud de las Fuerzas Armadas y  Carabineros, en conjunto con variadas instituciones públicas y privadas,  en la grave situación sanitaria que vivimos,  demuestra la magnitud de este compromiso de fidelidad, válido no solamente para  quienes visten el uniforme y que deben por mandato constitucional por cierto, rendir sus vidas si fuese necesario, cuando los superiores intereses del país se vean amenazados.

Porque el ejemplo de esos hombres y mujeres  que el 9 y 10 de julio de 1882 en el lejano poblado de La Concepción, entregaron sus jóvenes vidas por los valores sagrados de la Patria, haciendo honor a su compromiso con ella, nos demanda e impulsa a entregar nuestros mejores esfuerzos para que logremos superar las diferencias que hoy nos dividen y retomemos el camino como  una nación solidaria, respetuosa de sus tradiciones, respetada y admirada; que nos llene de orgullo y que sea la mejor herencia para las nuevas generaciones de hombres y mujeres, de nuestro amado Chile.

**Enrique Slater Escanilla, general de Brigada en Retiro, presidente del Centro de Generales de Ejército en Retiro.

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