Instagram, Snapchat o TikTok son las redes sociales por excelencia que ofrecen un amplio abanico de filtros para «decorar» la realidad que se comparte en ellas. Los filtros que ofertan van desde el que cambia el fondo de la escena por otro en una paradisiaca playa o el que transforma un simple rostro mortal en una especie de ser mitológico casi perfecto -suponiendo, claro, que la perfección estética exista.
Para Aneece Malik, un hombre de 32 años, de Whitefield, Manchester, los filtros supusieron un salvavidas para sentirse cómodo a la hora de publicar fotografías suyas en redes sociales. De hecho, debido a su acuciante inseguridad, estuvo utilizando filtros durante mucho tiempo, hasta que decidió operarse el rostro para cambiar su aspecto.
Aneece asegura que someterse a los retoques de labios, cejas, mandíbula, barbilla y mejillas le han ayudado a tener un mejor aspecto, «mejor» que muchos de esos filtros que usaba antes.
El hombre, que ahora vive en Antalya, Turquía, ha invertido la friolera de 130.000 libras en los retoques, algunos de los cuales tiene que seguir haciéndose cada dos meses, como es el caso de las inyecciones antiarrugas.
A pesar de ello, el esfuerzo económico le ha merecido la pena, dice, porque ahora sus seguidores en redes sociales se han disparado y también llama la atención en la calle.