Carlos Peña, el abogado, rector, juez y verdugo dominical este domingo hace un análisis al Presidente Sebastián Piñera, a quien innumerables veces lo ha sentenciado con duras columnas, como la del 18 de octubre de este año en la que arremetió contra Piñera asegurando que “Es simplemente un mal político, un político que no supo estar a la altura que le tocó”, o bien cuando definió como una entretención de “esfuerzos inútiles por poner unas gotas de humor«.

Pero este domingo le hace una suerte de reconocimiento a su «cuero de chancho» por resistir y resistir toda clase de embates, señalando que: «Ante todo, hay que reconocer en Piñera a un personaje con una resiliencia a toda prueba. Con la mitad del desprecio que se le ha manifestado en las calles, con una mínima porción de la deslealtad de quienes hasta anteayer dijeron apoyarlo, con dos o tres ministros pasivo-agresivos tipo Desbordes, con partidarios que le sonríen con la sonrisa llena de cuchillos, cualquier político se hubiera derrumbado, se habría despojado de la sonrisa y habría aparecido en la televisión cabizbajo, apesadumbrado, cercano a la derrota o a la depresión. O en cambio, y lo que no habría sido más que un disfraz de lo mismo, habría intentado hacer de sí un personaje trágico, sacrificial, casi operático, para obtener de esa forma la comprensión del público y el cese de los abucheos. No ha sido el caso de Piñera. No ha pretendido ser víctima, y hasta ahora, tampoco héroe. Más bien ha aceptado los hechos y seguido adelante con su humorismo involuntario y sus tics«, sostiene Peña con razón.

«Piñera no ha tenido un buen desempeño como gobernante, pero no parece estar dispuesto ni a deprimirse ni a exaltarse», asegura Peña.

A continuación el análisis completo de Carlos Peña que tituló: «El año de Piñera».

«Este 2020 ha sido el año de Piñera no porque todo lo que ha ocurrido se deba a él, sino porque todo se ha atribuido a él, lo que es distinto.

Y no es raro que ello haya ocurrido. Un presidente es una figura transferencial, un pararrayos que recoge los deseos y frustraciones de la opinión pública. Freud escribió, cuando ya estaba viejo, que todo amor era un amor de transferencia, porque era la proyección de fantasmas inconscientes. En política, hay que decir algo parecido: la adhesión o el rechazo al político es casi siempre transferencial.

Y este año 2020 ese fenómeno se manifestó con intensidad. ¿Qué mostró Piñera frente a él?

Ante todo, hay que reconocer en Piñera a un personaje con una resiliencia a toda prueba. Con la mitad del desprecio que se le ha manifestado en las calles, con una mínima porción de la deslealtad de quienes hasta anteayer dijeron apoyarlo, con dos o tres ministros pasivo-agresivos tipo Desbordes, con partidarios que le sonríen con la sonrisa llena de cuchillos, cualquier político se hubiera derrumbado, se habría despojado de la sonrisa y habría aparecido en la televisión cabizbajo, apesadumbrado, cercano a la derrota o a la depresión. O en cambio, y lo que no habría sido más que un disfraz de lo mismo, habría intentado hacer de sí un personaje trágico, sacrificial, casi operático, para obtener de esa forma la comprensión del público y el cese de los abucheos.

No ha sido el caso de Piñera.

No ha pretendido ser víctima, y hasta ahora, tampoco héroe.

Más bien ha aceptado los hechos y seguido adelante con su humorismo involuntario y sus tics.

Y lo más probable es que esa actitud se mantenga incluso ahora que el personal -Desbordes, Siches y algún otro- se apresura a abandonar el barco y a borrar el recuerdo de que alguna vez navegó entusiasta en él. Y que ellos muy pronto -es cosa de esperar- comenzarán a decir que sí, que en realidad nunca estuvieron del todo de acuerdo con las medidas adoptadas por Piñera, que ellos desde luego lo harían de otra forma, y que es sorprendente que el Gobierno no reaccionara a tiempo y con tino frente a las injusticias que las grandes mayorías estaban padeciendo.

Y pensará entonces para sus adentros que así es la política: un juego de máscaras, como todo el mundo repite una y otra vez; aunque casi nadie se encarga de advertir que los enmascarados nunca están al frente, sino que al lado.

Lo que sí debe estar rondando de manera obsesiva en él es la pregunta de qué pudo ocurrir para que un logro sorprendente en la moderna historia política de Chile -llevar dos veces a la derecha al poder, no a las patadas, sino con los votos- se haya convertido en lo que no cabe duda es un fracaso estrepitoso. ¿Por qué los grupos medios que lo apoyaron en la segunda vuelta presidencial le dieron vuelta tan pronto la espalda?

Le quedarán sí dos consuelos.

Por lo pronto, el de exhibir una sorprendente eficacia: en lo que resta, mostrará la capacidad de celebrar contratos, asegurar suministros, distribuir vacunas con celeridad. Pero eso que en caso de urgencias es una virtud, es también la confesión de su principal defecto. La racionalidad puramente instrumental -que eso es la eficacia- no es suficiente en política. Esta última, especialmente en tiempos difíciles, requiere racionalidad sustantiva, la capacidad de subsumir las dificultades en un relato más general que les confiera sentido. Esa carencia de Piñera es la fuente de su falta de empatía, de su incapacidad de conectar con las audiencias, de conferir reconocimiento a la trayectoria vital de esos grupos medios cuyo abandono es para él todavía una incógnita.

Pero es probable que le quede además el consuelo -tal como están las cosas- de entregar la banda presidencial a la propia derecha. Es sorprendente que un gobierno que languidece, y que parece preocupado nada más de bracear para llegar pronto a la otra orilla, acabe con probabilidades de entregar el poder a alguien de su mismo sector. Pero ya se sabe: en política la suerte de un lado suelen ser el reflejo de la torpeza del otro.

Piñera no ha tenido un buen desempeño como gobernante, pero no parece estar dispuesto ni a deprimirse ni a exaltarse. Y ese rasgo de su carácter en un mundo donde todos aspiran a ser víctimas y a condolerse de sí mismos, o, en cambio, a hacerse el héroe o el partícipe de un destino trágico o histórico, no es exactamente una virtud; pero al menos es un buen ejemplo.De alguna manera, Piñera ha asumido su suerte con sobriedad y sin dejar de ser él mismo. Y si eso no lo hace un estoico, al menos le ha evitado, hasta ahora, incurrir en el patetismo tonto al que por estos días de pandemia y Navidad todos parecen ser tan proclives», remata Carlos Peña.

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