La decisión del Consejo de Monumentos Nacionales de no remover la estatua del General Manuel Baquedano de la plaza homónima, implicó no solo un cálculo sociopolítico de no ceder el control del lugar a los manifestantes que han buscado entronizarse en el lugar desde hace un año, sino también no renunciar a mantener la memoria histórica nacional que ha constituido parte fundamental de la identidad del país.
En ese contexto, el monumento a Baquedano se ha terminado transformando en ícono de dicha decisión.
Claramente los hechos del 18 de octubre de 2019 y los meses subsiguientes tomaron por sorpresa a las entidades que, de una u otra forma se encargan de la mantención de los monumentos históricos. Aquí no sólo cuenta la acción del Consejo de Monumentos Nacionales, sino también las municipalidades (Providencia en este caso específico) en el ornato y paisajismo local, el Gobierno Regional en cuanto implementación de proyectos para el Gran Santiago, y el Ejército de Chile, como institución de pertenencia de la figura histórica del general (y de muchos otros militares que han aportado a la construcción del país).
La sorpresa vino dada por la virulencia con la cual un sector de la movilización (que ha buscado apropiarse del movimiento en si) atacó diversos símbolos nacionales. Los monumentos fueron solo una parte; la Iglesia Católica y notables edificios históricos también sufrieron la ira de una turba que parece haber olvidado de donde viene y donde pertenece; en suma, ha olvidado o quiere olvidar su identidad.
Y como ya se ha dicho hasta el cansancio durante todo un año y con mayor intensidad las últimas semanas, el monumento a Baquedano ha recibido esta ira, que culminó con su pintado de rojo de parte de manifestantes que sólo quieren ver en el militar lo que a ellos les interesa hacer creer a la ciudadanía: represor de la ciudadanía, agresor de los pueblos originarios, participante y dirigente de guerras de agresión y conquista contra países vecinos, colaborador en la caída de un presidente a manos de la oligarquía…
Los graves errores históricos y las mentiras (como las que esgrimen los grupos que buscan apropiarse de plaza Baquedano) surgen precisamente cuando la memoria histórica constituyente de un país es tergiversada, olvidada y enterrada por quienes no quieren ayudar a solucionar los problemas del país, sino solo moldearlo a sus intereses particulares, y si ello implica destruir el pasado del país, pues ello no parece importarles.
¿Quién fue en realidad Manuel Baquedano?
Manuel Baquedano nació en Santiago, el 1 de enero de 1823, hijo del general de brigada Fernando Baquedano, quien luchó en los campos de batalla por la Independencia del país y de Teresa González.
En su época escolar sería compañero de diversos personajes clave de la historia nacional, como Aníbal Pinto y Federico Errázuriz Zañartu (presidentes del país), Eusebio Lillo (autor de la letra de nuestro himno nacional), Emilio Sotomayor Baeza (destacado militar) y Patricio Lynch (legendario marino de notable actuar en la Guerra del Pacífico).
Con solo 15 años se unió al Ejército nacional que combatió junto a patriotas peruanos para liberar a su país de la Confederación Perú-Boliviana instaurada por Andrés de Santa Cruz. Luchó bajo el mando de su padre entre 1838-39 y alcanzó el grado de teniente.
Ascendido a capitán en 1850, participó del lado del Gobierno en la Guerra Civil de 1851. En la batalla de Loncomilla, que definió el destino del conflicto, Baquedano fue nombrado ayudante del general Manuel Bulnes mientras que su padre -como jefe del estado mayor del ejército rebelde- y su hermano Eleuterio lucharon en el bando rebelde.
Terminada la guerra, ascendió a sargento mayor de la Escolta del Gobierno, luego de lo cual se retiró brevemente del Ejército para dedicarse a labores privadas, aunque se reincorporó a labores militares al poco tiempo. Luchó en la Guerra Civil emprendida por la oligarquía atacameña en 1859, y en 1866 fue ascendido a teniente coronel. Hizo la campaña del Malleco y de Renaico contra los mapuche bajo diversos mandos, y en 1870 fue nombrado jefe de la escolta del presidente José Joaquín Pérez y a la vez ascendido a coronel. El 10 de mayo de 1876 ascendió a general de brigada y en septiembre del mismo año, a comandante general de armas de Santiago.
Se distinguió especialmente en la Guerra del Pacífico contra Perú y Bolivia, primero como jefe de la Caballería y, desde abril de 1880, como Comandante en Jefe del Ejército en Campaña. Dirigió la reforma del Ejército y encabezó las fuerzas en las decisivas victorias de Tacna, Chorrillos y Miraflores, que marcaron su ingreso al panteón de los héroes del Ejército y de Chile. A su regreso desde Perú fue ascendido de general de división a generalísimo del Ejército.
Para las elecciones presidenciales de 1881, fue proclamado candidato a Presidente de la República por el Partido Conservador, pero renunció a la candidatura al poco tiempo, siendo elegido Domingo Santa María sin oposición.
Se dedicaría en los siguientes años, como miembro del Senado, a promover la reorganización y modernización del Ejército, siendo uno de los principales impulsores de la formación de la Academia de Guerra y del Estado Mayor.
Sería nuevamente tanteado para ser candidato presidencial para las elecciones de 1891, pero otra vez declinó.
Durante la Guerra Civil de 1891 se declararía neutral y no participaría en el conflicto. Por ello, y el peso de su prestigio, el aún Presidente José Manuel Balmaceda, tras la derrota definitiva de sus fuerzas militares en la batalla de Placilla, le entregó el poder. Así, entre el 29 y 31 de agosto se desempeñaría como Presidente Provisional antes de traspasar el poder al Jefe de la victoriosa Junta de Gobierno, Jorge Montt Álvarez.
El general Manuel Baquedano fallecería en Santiago, el 30 de septiembre de 1897, a los 74 años de edad.
El 18 de septiembre de 1928, bajo el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo, sería inaugurado el Monumento en su honor.