¿Quién sostiene su mano? ¿Quién besa sus mejillas y su frente? ¿Quién pronuncia las últimas palabras de consuelo? ¿Quién cierra sus ojos? Estas preguntas no son fáciles de responder en los tiempos del coronavirus. Muchos moribundos deben recorrer solos el último trecho del camino. Sin familia y sin amigos, sin cariño y ternura. Dejan esta vida sin despedirse.
La muerte solitaria es una de las consecuencias de la prohibición de visitas en hospitales y otras instituciones de cuidado de enfermos, impuesta en la mayoría de los países afectados por la epidemia del coronavirus. Una medida de extrema dureza. Les quita a los enfermos, y en especial a los moribundos, la última alegría. El resto de voluntad de vivir. Las últimas añoranzas.
¿Ver una vez más a la hija o al hijo? ¿Abrazar una vez más al nieto? ¿Sostener una vez más la mano de la pareja y sentir su mirada amorosa? ¿Saber que el mejor amigo está ahí? ¿No es acaso esa la razón por la que muchos pacientes han soportado todos los dolores y tratamientos?
Sentimientos de culpa
La prohibición también es una tortura para los familiares. No estuvieron allí cuando el ser querido los esperaba. No pudieron mostrarle sus sentimientos ni su amor, ni agradecerle por una vida compartida, ni brindar ni recibir consuelo. Son dolorosos sentimientos de culpa con los que de seguro muchos cargarán por el resto de sus días.
Por importante y correcta que sea la prohibición de visitas desde el punto de vista de la epidemiología y la política de salud, de ella emana un signo inhumano en medio de la crisis del coronavirus, que no se podrá superar sin humanitarismo.
Un equilibrio
El aislamiento de las personas ancianas y enfermas debe acabar ante el lecho de muerte. Se trata de encontrar un equilibrio entre dos propósitos justificados: proteger de una infección con el coronavirus y proteger de una muerte en medio del aislamiento social.
En Alemania, muchas instituciones de cuidado de pacientes y hospitales intentan reaccionar a esta situación de emergencia humana con reglas de excepción, para posibilitar a los moribundos la despedida de sus familiares. Pero en muchos lugares hay problemas en la implementación. Y las personas que han enfermado gravemente de COVID-19, en general, ya no pueden recibir visitas.
Aun cuando sea difícil controlar el virus, una despedida acorde con la dignidad humana debería ser posible también en los tiempos de esta pandemia. ¿Tal vez será posible en el futuro efectuar test rápidos a los visitantes? ¿Quizás haya en lo sucesivo más atuendos de protección y mascarillas, también para familiares que quieren despedirse de un ser amado?
Me inclino ante todos los médicos, cuidadores, religiosos, enterradores y, sobre todo, ante las familias afectadas, que cada día tratan de actuar humanamente y soportan cargas inimaginables.
Ellas recorren la Vía Dolorosa, donde los cristianos no podrán acudir en esta Semana Santa debido al peligro de contagio con el coronavirus. Ellas demuestran que el humanitarismo a veces está por sobre las prohibiciones. Y que la vida puede celebrar la resurrección.