Se cumplen dos años del Gobierno del Presidente Sebastián Piñera, momento de aconsejar más que criticar e instante en el que se torna preciso trazar una carta de navegación clara pensando en los próximos desafíos, como son las elecciones municipales y de gobernadores regionales.
Es cierto, todo análisis pasa por los que ocurrió en el país después del 18/O, la reacción del Ejecutivo y la posterior manifestación que congregó a más de un millón de chilenos en Plaza Baquedano, elemento base del posterior “Acuerdo por la paz, la justicia y una nueva Constitución” que dio lugar al proceso constituyente por una nueva Carta Magna que abrió el Mandatario.
Sin perjuicio de lo anterior, la pregunta que hay que hacerse es la siguiente: ¿lo estaba haciendo tan mal el Gobierno antes de la crisis? Si el problema no eran los 30 pesos del alza en los pasajes del Metro que anunció la ministra de Transportes, Gloria Hutt, antes del estallido social, sino los 30 años de injusticias y abusos, de los cuales 24 pertenecen a administraciones de centroizquierda y donde en cuatro de esos años participó el Partido Comunista y un sector del Frente Amplio, entonces, ¿qué nos llevó a la coyuntura que tenemos hoy?
En una palabra, comunicación o, mejor dicho, dos palabras, mala comunicación. Sincerémonos.
A las expresiones de Hutt, que después se sorprendería por el “impacto” que tiene el Metro en los santiaguinos, se sumaron erradas declaraciones de otros personeros del Ejecutivo que fueron enardeciendo los ánimos. Esto en medio de un contexto económico complejo por culpa de la guerra comercial entre China y Estados Unidos y el cierre de varias empresas que elevó el desempleo, aunque dejando en claro que nuestro país, con todo lo que se pueda cuestionar, aún sigue siendo la nación con mejores índices de Latinoamérica junto a Brasil (veremos lo que pasa con los estornudos que está provocando el “Coronavirus”).
En fin, con una buena comunicación, que incluye bajadas y una buena socialización entre lo que se anuncia desde La Moneda (que no ha sido poco en dos años), el diálogo prelegislativo en el Congreso (que debería ser fluido con los parlamentarios, especialmente del sector), lo que se implementa en la práctica (que pareciera que no se nota) y la efectiva puesta en marcha (que requiere una filuda conexión en terreno), tal vez, hoy no tendríamos algunos muros pintados pidiéndole la renuncia al Presidente, y muy por el contrario.
Pero eso es historia.
Por otro lado, por muy rechazados que sean, los partidos políticos son y serán siempre el cable a tierra entre el poder y la ciudadanía y la herramienta para guiar la democracia y el sentir del pueblo. Por ende, la lógica ordena que cada colectividad del bloque, luego el conglomerado y con mayor razón el Estado Central mantengan una sola voz, que es la voz de lo que quiere la calle, que es el trabajador, el emprendedor y el microempresario, no el violentista y el provocador.
Una vez sentados en la mesa las posiciones se flexibilizan. No como ahora, donde vemos a líderes que apenas se hablan y que se golpean a través de los medios. Llegó la hora de la madurez, de la responsabilidad política y la de pensar que hay un futuro en juego más allá de lo que diga el plebiscito de abril y donde será el mismo Presidente, incluso con su bajo apoyo en las encuestas, el llamado a ordenar a las huestes.