Hablar de Felipe Larraín y Juan Andrés Fontaine es sinónimo de pesos pesados en el mundo de la economía nacional. Reputados analistas y académicos, se han ganado el respeto de moros y cristianos en el mundo político.
Pero, por alguna razón, sus gestiones estuvieron lejos de conseguir logros resonantes.
Para Larraín, la guinda de la torta fue su llamado a comprar flores al comentar el bajo IPC de agosto. Pero lo que él consideró un ejemplo lúdico para referirse a un éxito puntual de la gestión económica de la administración Piñera, se transformó en uno de los íconos de la desconexión del gobierno, y de Larraín en particular, con la realidad ciudadana. Y es que el ahora ex titular de Hacienda arrastraba un pesado tejado de vidrio con las fuertes críticas que debió enfrentar por su llamado a rezar para lograr la solución a la guerra comercial entre Estados Unidos y China, como también su alusión a que él dormía tranquilo con las expectativas de crecimiento, que el propio ministerio debió reducir.
A lo anterior, debía asumir su fracaso como jefe del equipo económico del gobierno en la apagada y nada prolífica campaña “Chile en Marcha”, y la falta de reales éxitos de las medidas reactivadoras.
En la hora del adiós, reconoció que ante los errores cometidos “la verdad es que esto requiere reflexión; no hemos sabido interpretar bien lo que estaba pasando y uno hace una autocrítica, pero estoy para entregarle toda mi colaboración al Presidente Piñera”.
Poco más de 4 meses
Para Juan Andrés Fontaine, la gestión fue compleja y contrarreloj desde el inicio. Trasladado desde Obras Públicas el pasado mes de junio, llegó para reemplazar a otro icónico economista que no logró el éxito esperado: José Ramón Valente.
Productividad y competencia económica fueron los resortes de su gestión, para impulsar el aspecto micro de la agenda económica gubernamental. Un desafío importante, pero que su amplio bagaje en la conformación de las propuestas económicas de las distintas candidaturas de derecha desde los años 90, y su gestión ministerial en la primera administración Piñera, daban jun aliciente de éxito.
Sin embargo, nuevamente la variante comunicacional echó por tierra los proyectos en otro sector del área económica del gobierno. Su gestión quedó marcada por una de las más desafortunadas frases que también sirvieron de combustible para las manifestaciones: “Alguien que sale más temprano y toma el metro a las 7 de la mañana tiene la posibilidad de una tarifa más baja que la de hoy”.
Otro ejemplo de desconexión de la realidad país por parte del gobierno. De nada valió el sentido mea culpa de la pasada semana, y su gestión quedó sentenciada.
En su despedida del gabinete, Fontaine hizo un balance de sus dos gestiones consecutivas en Obras Públicas y Economía, agradeciendo a sus equipos, y señalando irse satisfecho de haber puesto dos temas cruciales en ambas gestiones: “en Obras Públicas la infraestructura necesaria para el crecimiento económico para crear oportunidades, para un mejor servicio en las carreteras en las autopistas, en las infraestructuras y también en el tema del agua. Y en economía haber puesto en la agenda la importancia del emprendimiento y la protección de los consumidores como cosas clave”.
Y sobre los eventos actuales del país, señaló que “todos ellos requieren para ser más resueltos un país más comprometido con abrirle espacio al emprendimiento, con mejorar la calidad de los servicios para beneficio de los consumidores tanto en lo que es infraestructura, y la producción”.
Por lo anterior, remató sus palabras diciendo que “así es que me voy satisfecho”. No quiso volver sobre las disculpas en torno a sus desafortunadas frases. Ya no valía la pena.