De La Conspiración del Silencio (Im Labyrinth des Schweigens, Giulio Ricciarelli, Alemania, 2014), la crítica ha opinado que es una película inteligente, honrada, pulcra, alejada de todo maniqueísmo, valiente y sin falsedad ni subterfugios. Pero acaso el valor didáctico de la cinta esté en demostrar que el paso del tiempo no otorga amnistía a los crímenes de lesa humanidad. Que para la verdad nunca pasa la ocasión. Que la memoria se encarga de recordar y de actualizar nuestro compromiso con ella. Que aunque el poder se empeñe en usar a las instituciones para ocultar los horrores del pasado, aún al precio de prolongar la impunidad, más temprano que tarde la conciencia moral de las personas y comunidades actúa sobre aquellas instituciones con el propósito de restablecer el imperio de la verdad.
Alemania, como se confirma en el film, tardó catorce años en iniciar procesos judiciales contra criminales de guerra que operaron en los campos de concentración. Una espera larga, pero no mayor que la de Hitler y del Partido Nacional Socialista en su afán por conquistar el poder, acabar con el entramado institucional del régimen democrático, desatar la guerra y perpetrar el Holocausto.
Aquí en Chile Augusto Pinochet y la dictadura civil y militar demoraron dieciséis años en desmontar el constitucionalismo democrático y el modelo de desarrollo prevaleciente hasta el golpe de Estado, pero, ya en 1993, Manuel Contreras, el hoy agónico ex director de la DINA, empezaba a purgar una condena que llegaría a sumar 529 años de cárcel, le seguiría Sergio Arellano Stark en 2000, y, en 2006, Pinochet que muere bajo arresto domiciliario.
Gracias a que la memoria fue capaz de vencer al olvido y a la indiferencia, todas estas esperas pudieron ver una luz de justicia. En todas la memoria triunfó sobre la violencia porque mantuvo latente el recuerdo de los horrores e injusticias y salvó a lo humano y civilizado de caer en la barbarie. En todas, la memoria reivindicó el derecho a la verdad por el que claman las víctimas aún después de muertas, por el que nos exhortan sus familiares, y por el que la sociedad refuerza el valor de la paz ahí donde el olvido alimenta la violencia.
Porque la memoria es presencia de Eduardo Frei Montalva, Rodrigo Rojas Denegri y Víctor Jara que, por estos días, con la actualización de sus tragedias, fisuran el pacto de silencio y de impunidad de sus victimarios. Una mímesis que ha trascendido a su siglo. Cómo ignorar la perseverante voluntad de Carmen Frei, Verónica Denegri y Joan Jara. Cómo no ver el vivo registro que acompaña los pensamientos de Carmen Gloria Quintana.
La memoria es derecho imprescriptible e inalienable por cuyo reconocimiento universal nos obligamos como sociedad a descubrir la verdad, administrar justicia y reparar el daño ocasionado. Y los Archivos Reservados de la Comisión Valech son patrimonio inmanente de aquella memoria y clave de bóveda del laberinto del silencio.
Por eso, si es cierto que el poder ha manipulado las instituciones hasta conseguir ocultar la verdad, es errónea la consecuencia moral que se extrae de esta apreciación, a saber, que, como no corren tiempos favorables a la verdad, toda lucha debe ser abandonada por vana y extemporánea. Deliberada o no, esta motivación ideológica y normativa constituye una forma de negacionismo tributaria de la impunidad.