La crisis del Partido Socialita de Chile (PS), podría ser una alarma para la política partidista chilena que hace años viene en una crisis de credibilidad, confianza, y desafección ciudadana, es decir para la inmensa mayoría de la gente los partidos políticos son verdaderos «antros del clintelismo», pero ahora -a raíz de denuncias de prensa- se agrega un ingrediente corrosivo: el factor narco. En medio de la crisis -muy mal abordada- por la dirigencia PS, el abogado Carlos Peña, analiza la gravedad de esta crisis que de alguna manera toca a todos los partidos.
A continuación, el texto completo del oportuno análisis de Peña:
«A veces no es tan grave tener problemas. Lo verdaderamente grave es no estar a la altura necesaria para hacerles frente.
Es el caso de la dirigencia del PS.
Los principales problemas del PS no son, por supuesto, los del caciquismo que se ha denunciado por estos días (salvo si se probara que hay una captura por parte del narcotráfico).
El caciquismo —la existencia de líderes locales que disponen de un puñado de votos— es de las cosas más antiguas de la política. Y en el caso de Chile ya fue diagnosticado en un famoso libro de Arturo Valenzuela (Political Brokers in Chile: Local Government in a Centralized Polity, 1977). Había en el sistema político chileno, explicaba Valenzuela, intermediarios políticos entre los sectores locales (donde estaban los votos) y el poder central (donde estaban los recursos). El sistema político no podía prescindir de esos verdaderos caciques a cuyo través se distribuían prebendas, cargos y se promovían intereses. Como el electorado se distribuye en miles y miles de voluntades individuales (cada una de las cuales pesa muy poco), el cacique las agrupaba, y con ellas intercambiaba votos, ventajas y otras prestaciones con el poder central.
Lo más probable es que ese fenómeno del caciquismo se repita en todas las fuerzas políticas más viejas.
No es, pues, el caciquismo el peor problema que aqueja al PS.
El peor problema del PS es que durante el segundo gobierno de la presidenta Bachelet comenzó a dudar de sí mismo. Después de haber impulsado una modernización exitosa y rápida, que cambió las condiciones materiales de la existencia de las grandes mayorías, miró hacia atrás y como su memoria no fue capaz de reconocerse en esa obra suya (¿Dónde estaba el proletariado? ¿Qué había sido de la sustitución del capitalismo? ¿Acaso el consumo no era alienante?), sintió vergüenza y la rechazó. Pero al hacerlo rechazó también la mejor parte de sí mismo.
Y como las personas y los grupos pueden dudar de todo salvo de su propia trayectoria —porque, a fin de cuentas, la identidad de cada uno se resume en ella—, se quedó sin sustento y sin esa imprescindible brújula que evita extrañarse de sí mismo.
El resultado está hoy a la vista. Un partido cuyos militantes y dirigentes se han dejado poseer por la rencilla electoral, como si ella fuera algo decisivo y fundamental, cuando salta a la vista que entre Álvaro Elizalde y Maya Fernández hay simplemente la reiteración de una mudez.
Y el PS necesita con urgencia una voz, ideas que le permitan hacerse de una identidad que esté a la altura de los tiempos.
Las ideas que en el segundo gobierno de Bachelet comenzaron a expandirse, y con las que se lanzaba un anatema casi religioso sobre el pasado reciente, como si él estuviese plagado de renuncias y de traiciones, hay que abandonarlas. La razón es la misma que Trajano esgrimía, en su famosa carta a Plinio, al sugerirle que no persiguiera a los cristianos: algo así, le dice, no estaría a la altura de los tiempos.
Estar a la altura de los tiempos quiere decir comprender la época, reconocer el sentido que le subyace y ser capaz de conducirlo. Esa es la primera tarea de la política: comprender la propia época, situarse a la altura de los tiempos, y, comprendiéndolos, impulsar los propios ideales. Pero callar frente a los tiempos o sustituir la imagen que ellos arrojan hoy por la nostalgia del ayer, o, lo que es peor, inundar la falta de proyecto político con la sobreabundancia de conceptos más o menos librescos, no es estar a la altura de los tiempos, sino eludirlos.
Si el problema del PS fuera el narcotráfico, se trataría de un asunto de gran envergadura, pero a fin de cuentas policial. Grave pero sencillo. Y zanjado que fuera, Elizalde y Fernández podrían seguir su disputa por la conducción del partido y así, una vez resuelta esta última, las cosas podrían encaminarse.
Pero parece evidente que no es así.
Porque el problema del PS es que parece estar desconcertado por los tiempos, sin saber dónde exactamente situarse. Y solo una confianza excesiva —literalmente ciega— llevaría a pensar que Fernández o Elizalde por el solo hecho de ser declarados conductores del partido lo descubrirán.
O, peor, ya no una confianza ciega, sino simplemente absurda, sería la que pensara que Bachelet, quien plantó la semilla del extravío, es la que lo sabe», remata Peña.